200 METROS
DOSCIENTOS NÚMEROS, MEDIA VUELTA A LA PISTA, VIENTO LEGAL
LLEGAMOS AL NÚMERO 200 de la revista y, como somos corredores, no podemos sustraernos a ver un número y convertirlo rápidamente en una distancia o un tiempo y calcular las zancadas necesarias para cubrirla corriendo, porque a los corredores los dígitos nos hablan y cuentan muchas cosas.
Podría decirse que la doble centena no es un número redondo para celebrar, pero es el duplo de la carrera atlética por excelencia, una de las reinas del olimpismo que ha levantado siempre al público en los estadios, a golpe de aplauso admirativo. Ese breve recorrido donde el sistema nervioso está en alerta para arrancar de los tacos en la salida toda la energía que el atleta necesita y que no podrá apenas recuperar en el camino, tal es la extrema velocidad que desde el inicio ha de imprimir a sus piernas. Igual velocidad requiere su hermana mayor, su “doble” en la que los buenos corredores son capaces de arañar centésimas en la también exigente segunda parte.
Correr 100 m es para velocistas, con sus requerimientos de salir rápido y aguantar el ácido láctico, las fibras blancas mandan en ellos; la meta, que se antoja cercana para el espectador es remota para el atleta, que la siente lejana mientras le queman las piernas. Y si dobla la distancia seguirá con láctico y piernas abrasadas, agradecerá que el viento sople a su espalda, a ser posible en ese límite que dará legitimidad a su carrera, y querrá, por pedir que no quede, que el aire se mueva en su mismo sentido y una ráfaga de viento, capaz de cubrir dos metros en un segundo, le aúpe a la llegada.
Sí, también nosotros, como buenos aficionados a narrar gestas y a opinar, describir y disfrutar escribiendo, llegamos al 200. Pero nosotros llegamos sin ácido láctico en los dedos, sin habernos cansado la escritura, superando marcas, ganando en resistencia cada mes, porque somos obstinados como el deporte que nos gusta, como el deporte que practicamos, como el deporte que tratamos de representar con nuestras líneas impresas.
Y nos batimos el cobre en los entrenos, en nuestras series de escritura, en la observación de los modelos que nos dan el ejemplo de la constancia y obstinación por la victoria, pero no solo la del podio, ni la crematística, sino la batalla por el triunfo personal, el que se logra cuando todo parece en contra y solo la insistencia y la persuasión hacen posible lo que parecía irreal e inaccesible.
Y en este punto a los atletas se nos viene a la mente un nuevo icono, una figura que durante un tiempo ha sido de porcelana y ahora parece del “material del que están hechos los sueños”, los suyos y los nuestros, la zancada visible del deporte individual que se hace colectivo cuando tratamos de empujar con todas nuestras fuerzas la espalda del que corre para superar sus límites y nuestras expectativas: Bruno Hortelano, rozando su récord de España, no pudo llegar recientemente al ansiado podio en el doble hectómetro del Campeonato de Europa, más deseado casi por nosotros que por él mismo, pues según declaró quería no tanto ganar como correr. Luego, en su relevo del 4x400 m, corrió de forma excelsa los primeros 200 metros y agonizó durante el resto, pero nos dio una enorme lección de humanidad y de humildad.
Nuestros ánimos trataron de ser el viento ideal, esos dos metros por segundo que separan la legalidad para que el atleta consiga una marca sin trabas, los 200 metros -de nuevo la misma cifra- recorridos por el viento en 100 segundos. El doscientos. Una distancia en la que Bruno tratará en el futuro de romper otra barrera, los 20 segundos. De nuevo doses y unos para la media vuelta a la pista, para el viento óptimo, para nuestro aniversario, para nuestro primer número que nació aquel marzo del año 2002, para seguir escribiendo, para seguir corriendo.
¿Alguna vez corriste la media vuelta en una pista con viento de cara? Comparte la experiencia usando #pisadasdearena en @aupegu