Adel Mechaal
Su abanico de distancias sintoniza con el de superficies, del 1.500 al 10.000, con clavos o voladoras, siempre encuentra una zapatilla que doblar con su privilegiado tobillo. El mejor ¿mediofondista? español del último lustro.
PARA ALGUIEN SOMETIDO a unos entrenamientos tan exigentes como los suyos, donde velocidad y distancia comparten una delgada frontera, las zapatillas son algo “básico sobre lo que asentar todos mis huesos y músculos”. Cada amanecer se sube a un par y las exprime sin el menor síntoma de piedad. Cuando llega el momento de comer las uvas puede haber desbrozado fácilmente “20 o 25 pares, sumando las de entrenar, las de competir en pista, en cross, ruta...”.
Adel cree que las zapatillas son un universo enorme en el que cada marca lanza sus satélites para regocijo del corredor popular, quien tiene que decidir por cuál apostar en función “de su peso, su técnica, sus objetivos... Personalmente estoy muy enamorado de la New Balance FuelCell Impulse. He hecho series de 400 metros con ella y te permite correr muy rápido, pero cada modelo tiene sus propias características, por eso cuando alguien me pide una recomendación, me resulta enormemente difícil. Hay que saber con precisión cuál es la zapatilla que te va bien y una vez que lo sepas, no variar mucho”.
Respecto a la NB FuelCell Impulse puedo decir que es “muy rápida, ofrece una gran respuesta y en el asfalto puede ayudarte a arañar esos segundos necesarios para batir tu marca personal”.
Para Adel la comunión entre atleta y zapatilla debe ser total, una simbiosis sin la cual es imposible alcanzar el máximo rendimiento: “Me gusta sentirla como una parte más de mi pie, que me permita tener sensación de velocidad y seguridad en cualquier situación: haciendo series, rodando, en ritmos controlados...”.
Hay una anécdota relacionada con las zapatillas que jamás escapará de la memoria del campeón de Europa de 3.000 metros. Sucedió en Zúrich, durante la disputa de los Campeonatos de Europa de Atletismo en 2014: “En la habitación puse los clavos en las zapatillas de competir. Me habían dicho que el tartán era particular, un poco raro, y que había que usar específicamente clavo de aguja, que no podía ser cónico, el clásico de aluminio. A mí me los prestó Ángel Mullera. Total, que fui a cámara de llamadas, me puse las zapatillas, hice una recta y, cuando regresaba recuperando, miré a la suela y los clavos habían saltado... Así que corrí aquella semifinal de los 1.500 metros con una zapatilla de clavos, pero sin clavos”.