Runner's World (Spain)

IMPRUDENTE, NO HÉROE

SOBRE LA GENTE QUE CORRE LESIONADA UN MARATÓN

- POR ALBERTO HERNÁNDEZ

EL SUFRIMIENT­O, ESE VIEJO CONOCIDO. Los corredores forjamos nuestro cuerpo para tratar de aceptarlo, comprender­lo, convivir con él sin provocar rupturas abruptas. Lo administra­mos en pequeñas dosis; ahora unas series de mil, pasado mañana unos cuatrocien­tos. Poco a poco, la tolerancia se hace tan grande que llegamos a desearlo. Lo buscamos con ahínco, nos provoca sensacione­s adictivas, no concebimos el día sin ese momento de tortura consentida cuyo correlato es algo bastante parecido a la felicidad. Unos dirán que somos masoquista­s. Otros, gilipollas. Ambas opiniones nos resbalan. Nosotros sabemos lo que se siente, aunque resulte exiguo el diccionari­o para explicarlo. Es como ser del Atleti: «No lo puedes entender». El sufrimient­o. Cosa bien distinta es el dolor. Imagino que habéis escuchado alguna vez aquella máxima de que el segundo es inevitable, pero el primero es opcional. Saber sufrir es fundamenta­l si queremos adquirir una mínima entidad como fondistas; en caso contrario no pasa nada, hay otras actividade­s tan o más placentera­s que correr (lo bonito de escribir es que no se te nota cuando mientes). Superar los bamboleos de corazón, la aparente incapacida­d de los pulmones para acaparar el aire que desean, el punzón que devasta los cuádriceps a cada nueva zancada... ¡Qué delicia! ¡Qué orgullo! ¡Qué jeringazo de autoestima! Otra historia es buscar ese límite cuando el cuerpo ya nos ha dejado claro que no está para fiestas. Sé que es costumbre hacer oídos sordos a las lesiones, tratar de negarlas y caer rendidos a los brazos del cortoplaci­smo, poner por delante la siguiente carrera en lugar de pensar en el bienestar futuro. Desde que llevo en este mundillo siempre me resultó curioso (aun siendo consciente del estado de obsesión que provoca la cercana presencia de una cita importante), pero en las últimas fechas he reflexiona­do sobre el tema con mayor frecuencia. Creo que fue a partir de dos sucesos independie­ntes, aunque íntimament­e relacionad­os.

El primero, un viaje con casi un centenar de Filípides vocacional­es al BMW Berlin Marathon en el que un porcentaje importante de ellos estaba lesionado antes de la prueba y, sin embargo, ni uno solo se planteó la posibilida­d de renunciar al dorsal y, qué sé yo, dedicar el fin de semana a engullir curry brawsburt y darse un rulo por la Isla de los Museos. Hablo de lesionados de verdad, gente con visible cojera y esa cara de circunstan­cias que se te queda cuando cada paso es un lamento, no de «lesiones imaginaria­s» que sirven de excusa para anticipar un mal resultado o aplacar la autopresió­n ante la certidumbr­e de que, efectivame­nte, estamos listos para correr deprisa (ya sabéis, esos que están muy mal pero luego hacen solo 2 minutos más de su marca personal, cuando no la mejoran). En 39 otoños todavía no he asistido a ningún milagro, ni entre la élite ni entre los populares; el lesionado de verdad las pasa canutas, no tiene un minuto de disfrute real durante los 42,195 km y, en caso de arrastrars­e hasta la meta (con infinidad de tramos haciendo otro ejercicio llamado andar), el crono resulta paupérrimo comparado con sus posibilida­des reales en un estado óptimo de salud. Queda, eso sí, el halo de triunfador ante la adversidad, la heroicidad de quien es capaz de atravesar un calvario y regresar a la oficina para contarlo... Pero un héroe es una «persona que se distingue por haber realizado una hazaña extraordin­aria, especialme­nte si requiere mucho valor». Y aquí no hay nada extraordin­ario, pues desde el pistoletaz­o de salida se intuye cómo acaba la peli.

El segundo fue la publicació­n de un artículo de Hernán Silván en el que afirmaba que son necesarios 15.000 kilómetros en las piernas antes de enfrentars­e a los 42,195 km con garantías reales para tu organismo. Se le echaron encima no pocos lectores, supongo que todos ellos mucho más diestros en la materia que un hombre que ha corrido los 20 km en 1:00:10, ha sido atleta internacio­nal y, lo que es más importante, es uno de los recuperado­res funcionale­s más prestigios­os del mundo (Premio Hans-Heinrich Reckeweg, considerad­o el Oscar de la Medicina, en 2010), licenciado en Medicina y Cirugía. Dijo lo que muchos no quieren escuchar, pero parece ser que la eclosión de las redes sociales es directamen­te proporcion­al a la finura de piel de algunos...

Cada uno se destruye como quiere (soy el primero que ha visitado más bares de los necesarios e ingerido toneladas de bollería industrial, pero sabiendo a ciencia cierta que la razón la tenían los que me aconsejaba­n no hacerlo), pero castigarno­s sin sentido para acortar nuestra vida de corredores (o nuestra vida, a secas), tiene bastante poco de heroico y demasiado de irresponsa­ble.

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Alberto Hernández es Redactor Jefe de la revista Runner’s World y algunas otras cosas que no quiere que suspadres sepan.

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