MÉXICO 68
Los Juegos Olímpicos más célebres
de la historia celebran su 50º aniversario rebosando modernidad, contradicciones y una significación total que también excede al deporte.
Y los más célebres. La organización en 1968 de la XIX Olimpiada en la capital mexicana supuso la entrada en tromba del deporte en la era moderna. Cascadas de récords increíbles, nuevas tecnologías aplicadas, difusión radiotelevisiva, emplazamiento geográfico inédito, iconografía fascinante, toda suerte de pioneros, iniciativas anexas y unos hechos -también extra deportivos- para la posteridad, conformaron un evento universal cuya significación sigue trascendiendo las épocas.
EL PASADO MES DE OCTUBRE se cumplieron cincuenta años de la celebración de un evento deportivo sorprendente, memorable, tal vez el más importante de todos los tiempos. Desde su génesis, los JJ.OO. de Ciudad de México prometían romper moldes. Todo iba a ser diferente, nuevo. Y, por supuesto, mejor. Su desarrollo entre el 12 y 27 de octubre de 1968 y posterior impronta confirmaron que el mayor espectáculo deportivo del mundo entraba en una nueva dimensión, desconocida hasta entonces, a menudo presa de sus propias contradicciones.
Imbricada absolutamente en la coyuntura geopolítica de su tiempo, la candidatura mexicana a la organización de la XIX Olimpiada terminó por evidenciar la tensión internacional de un año muy especial en nuestra civilización: 1968. México 68 supo asimismo plasmar ese choque grandioso, magnificarlo en su vertiente deportiva y organizativa, y a la postre –ya para siempre- presentarlo como un todo indisoluble. Pero, como dice el alter ego de Dostoievski en El Jugador, son muchos los hechos acumulados y debemos explicarnos.
UNA CANDIDATURA Y UN TRIUNFO SORPRENDENTES
México contaba ya con infraestructuras deportivas y experiencia organizativa de grandes eventos (Juegos Panamericanos de 1955 y Mundial de Pentatlón Moderno en 1962) cuando en 1963 la candidatura de Ciudad de México resulta vencedora durante la 60º Sesión del COI en BadenBaden (RFA). El país había acometido la década de los sesenta con un bagaje de fuerte crecimiento macroeconómico ininterrumpido (el «Milagro Mexicano») y la situación general era mejor que en otros países del continente. Durante el proceso de evaluación, el país hermano entregó al COI un extenso libro donde daba respuesta a muchas cuestiones planteadas, incluida la concerniente a los efectos de la altitud en los competidores. Además, el Gobierno mexicano instituyó en sus ámbitos de acción exterior un fino trabajo diplomático para ganarse la adhesión del presidente del COI y sus miembros con derecho a voto.
Cuando el 18 de octubre de 1963 el danés Ivar Vind anuncia la ciudad vencedora (¡en primera ronda!), la delegación norteamericana explota de júbilo. Son los primeros Juegos que acogerá Latinoamérica y en detrimento de las ciudades a priori favoritas, la estadounidense Detroit y la francesa Lyon.
¿Y cómo, pues? Pues gracias a una presentación impactante, donde sus ponentes afirmaron que el coste de manutención y alojamiento de cada atleta ascendería a 2,80 dólares diarios que los ingresos resultantes de retransmisión sufragarían (concepto novedoso); gracias a su negación de efectos negativos de la altitud en los atletas y al compromiso de parte del Comité Organizador de asumir los gastos de aclimatación de aquellos deportistas que así lo solicitasen; gracias a la relativa bonanza económica de México y a la promoción de la sede a través de sus embajadas y consulados allende el mundo; y, sobre todo, gracias al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, posterior presidente del Comité Organizador, y al provecho que la candidatura supo sacar de una coyuntura internacional que difícilmente podía resultar a México esquiva. Nos explicamos.
Los años sesenta son la época en la que el marchamo de la mal llamada Guerra Fría (no tanto el enfrentamiento ideológico por bloques como la profusión de sangrientos conflictos armados en los que se involucran las potencias tras los procesos de descolonización en África, Asia y Oriente Medio) marca la pauta en las relaciones internacionales. En esos convulsos años, el Comité Olímpico Internacional busca una redefinición de su geopolítica, un «reacomodo profundo», en palabras del profesor Ariel Rodríguez Kuri1. No en vano, su presidente desde 1952, el estadounidense Avery Brundage, trataba de llevar el olimpismo más allá de Europa Occidental y EE.UU., un círculo (no sólo) geográfico vicioso apenas roto cuatro años antes con los Juegos de Tokio. El apoyo político del presidente Adolfo López Mateos (19581964) y los discursos en los que se tenía muy en cuenta el sistema de alianzas dentro de la atmósfera de la Guerra Fría, obró al fin que la candidatura mexicana obtuviera el favor en forma de votos de los bloques europeo oriental, latinoamericano y africano. De resultas, México 68 supuso un desplazamiento geopolí-
tico sin precedentes, pues a diferencia de Japón, el país no estaba alineado con ningún bloque y defendía una política internacional de distensión. En otras palabras, las tensiones y disputas inherentes a la organización de un evento tan gigantesco, tan global, iban a recaer en un México que no era foco ni representación de la tensión existente entre los dos mundos en liza ideológica.
PROLEGÓMENOS TENSOS…
Sudáfrica. El país del apartheid había sido vetado ya en los anteriores Juegos, Tokio 64, por negarse a variar ni un ápice su sistema de segregación racial y de derechos. Pero en 1968, el Comité Olímpico Sudafricano pactó de palabra diversos compromisos y accedió a presentar un equipo multirracial. Tras una visita al país, el COI consideró apropiado extender una invitación formal para los Juegos mexicanos, cuyos organizadores recibieron la noticia oficial el 16 de febrero. Acataron la decisión, si bien recalcaron la imposibilidad de «cambio en los principios que caracterizan históricamente a nuestro país. México ha sido y seguirá siendo un país sin discriminaciones» 2.
Pero México no fue el único país en recelar de tal decisión. Casi toda África, India, los países de Europa Oriental con la Unión Soviética al frente y, ahí es nada, muchos atletas estadounidenses negros, amenazaron con no participar. A finales de marzo de 1968 la amenaza también partía de los países árabes y de las antiguas colonias británicas del Caribe. El boicot pintaba total. Finalmente, acuciados por los requerimientos del Comité Organizador, los miembros del COI reconsideraron su decisión y vetaron la participación del Estado racista sudafricano.
…Y SANGRIENTOS
La atmósfera de enmienda al poder del Mayo Francés y tal vez también de la Primavera de Praga se extendieron también a México, donde el movimiento estudiantil denunciaba la falacia del
MÉXICO 68 MAGNIFICÓ EN SU VERTIENTE DEPORTIVA Y ORGANIZ AT I VA L A LIZ A CULTUR A L Y GEOPOLÍTICA ESCENIFICADA EN UN AÑO ESPECIAL: 19 6 8.