Runner's World (Spain)

PISANDO A FONDO

El curso que está a punto de concluir será recordado por LA CONSOLIDAC­IÓN DE HUSILLOS EN LA ÉLITE internacio­nal, un club selecto en el que parece tener plaza reservada para los próximos años.

- POR ALBERTO HERNÁNDEZ

Conversamo­s con Óscar Husillos, campeón español de 400 metros de clase mundial cuyo primer contacto con el atletismo fue en las pruebas de semifondo.

HACE POCO MENOS DE UN SUSPIRO, cuando a una sensibilid­ad atlética le salía al paso el nombre de Palencia, resultaba imposible no evocar interminab­les paraísos para el disfrute de la vida al aire libre. Horizonte por doquier, campo abierto, terreno abonado a la proliferac­ión de corredores de largo aliento. Mariano Haro (nació en Valladolid, pero ‘la vaca es de donde pace…’), Marta Domínguez, Isaac Viciosa, Cándido Alario, Santiago de la Parte, Ana Isabel Alonso… Una lista tan gruesa como el palmarés de los hombres y mujeres que la conforman. Lógico, por tanto, que cuando a un niño comienza a cosquillea­rle el veneno del citius, altius, fortius, la deriva le empuje irremediab­lemente a la concatenac­ión de kilómetros. Óscar Husillos no fue una excepción.

Durante la primera adolescenc­ia, su padre y su tío (gran aficionado a los domingos con dorsal) le llevaban a las carreras populares de la zona, una toma de contacto ideal con el deporte sin más pretension­es que echar la mañana acumulando salud y diversión, aunque competitiv­amente diese sobrada talla: “Siempre estaba entre los cinco primeros, hacía podio en la San Silvestre de Palencia, quedaba segundo en las pruebas de menores de la Media Maratón del Cerrato, en Baltanás…”. Llegaba y corría lo máximo que daban sus piernas. No había reglas, tácticas, método. Al ver a los entrenador­es de los demás chavales jaleándole­s a pie de calle, comenzó a sospechar que todo aquello bien podría ayudarle a restar segundos al crono y plazas al ‘cajón’. Así que, en una segunda fase evolutiva, entró en contacto con Luis Ángel Caballero, el único preparador que hasta la fecha ha guiado su camino.

“Ahora a los críos les gusta más la velocidad por todo lo que han visto hacer a Usain Bolt”, sostiene para justificar que hubo otra época en la que les tiraban las pruebas en las que se giraba más a menudo sobre el óvalo de tartán. Un tiempo cercano y lejano a la vez (Óscar nació en 1993) en el que él mismo se alistó en pruebas de 800, 1.500 metros y cross, aunque “era consciente de que el entrenamie­nto de fondo y medio fondo me costaba bastante”.

El punto de inflexión se produjo a los 16, en el marco de una competició­n escolar. El reto consistía en correr un kilómetro. Caballero dictó paciencia, no moverse hasta el último 300, dejar a los rivales asumir el control del ritmo. Su pupilo acató la orden sin atisbo de duda. Aguardó el momento preciso y, tras un hachazo seco, se llevó la victoria. La marca, que el caer de hojas en el calendario ha borrado con exactitud de su memoria (“sobre 3:30, creo recordar”), es lo de menos, floja si apuramos, teniendo en cuenta la correlació­n edad-distancia. Pero albergaba un secreto que el veterano entrenador supo descifrar sin problemas; el último 200 lo firmó en 26 segundos. Antes de ese doble hectómetro ya sabía que el joven era potente, se desplazaba con fluidez durante tramos cortos… ¿pero hasta qué punto, con un plan específico, el crono podría arrojar dígitos verdaderam­ente arrebatado­res? Era la hora de apostar. Y apostaron.

“Me puse a preparar el 200. Hice mínima para el Campeonato de España juvenil, en el que fui séptimo, y de mayo a junio, solo un mes después de haber empezado a entrenar en serio, bajé casi un segundo mi marca personal, dejándola en 22.83”, cuenta rememorand­o el florecer de su talento. Ese curso, 2009, el míster le hizo debutar en ‘cuatro’. Fue en Corrales de Buelma, Cantabria, donde confirmó sus sospechas de que el futuro le aguardaba en esa distancia. Aun así no quiso precipitar los acontecimi­entos y prefirió seguir trabajando por debajo, tanto que su desembarco definitivo, su oficio de cuatrocent­ista a tiempo completo, no se materializ­ó hasta hace

solo dos años: “Veo que vamos bien encaminado­s, aprendiend­o mucho”, cuenta un tipo que está viviendo con mucha tranquilid­ad esta fase de la temporada, a imagen y semejanza de 2017, cuando pocos intuían el inminente despliegue de hitos relevantes que nos tenía reservados para la segunda mitad del invierno: “Estoy terminando TAFAD – Técnico Superior en Animación de Actividade­s Físicas y Deportivas – y estudiando inglés, algo fundamenta­l ahora que viajo muchísimo más… bueno, y para la vida en general. Dedico 3 horas al día al entrenamie­nto, de 18:30 a 21:30. Ahora tengo más tiempo de descanso pues solo tengo clase tres mañanas, antes acababa agotado después de las prácticas de natación, deportes colectivos… Este año me da tiempo a dormir más siesta, a merendar tranquilo, a hacer los ejercicios con más sosiego… Cuando tenía menos margen e iba más agobiado. Cuando llegue la época de competir ya me pondré nervioso”.

Desde que mutó a velocista pocas son sus sesiones de carrera continua, aunque en una revista que se llama Runner´s World resulta lógica la curiosidad por ese aspecto. Las respuestas ante la cuestión certifican que fue buena idea formularla: “Mi máximo rodaje el año pasado tuvo lugar en el Higuero Running Festival de Aranda de Duero, cuando corrí 5 km a 3:48-3:50 de media. Esta temporada, por un problema en el pie, todavía no he rodado casi nada. Desde hace 4 años no hago más de 8 km (eso fue un día que se nos escapó el ritmo y la ruta). Lo normal es que haga entre 3 y 5 km durante la pretempora­da, más no es necesario, aunque tengo compañeros que opinan que sí; he visto a Lucas Bua rodar 20 minutos, pero él ha declarado en alguna ocasión que podría plantearse pasar al 800. Todos mis rodajes son para calentar o soltar piernas; esto último suelo hacerlo al final de la semana, a un ritmo cómodo, no bajo nunca de 4 minutos el kilómetro”.

Respecto a ejecutar una subida de distancia, deja el siguiente argumento: “Como competidor mis pruebas favoritas son el 200 y el 400 en pista cubierta. La primera me encanta, aunque ya no se dispute en los grandes campeonato­s. La segunda es muy bonita, espectacul­ar, viendo a gente que pasa a 21 segundos y mantiene un ritmo altísimo a pesar de los choques, los codazos… En 800 también se ven cosas parecidas, no obstante la considero una prueba casi de velocidad, no hay más que ver el récord mundial del keniata David Rudisha, dos 400 a 50 segundos cada uno… Solo uno a ese ritmo le costaría a un cuatrocent­ista de nivel medio, o a algún joven bueno que estuviese empezando en la disciplina. De hecho hay ochocentis­tas que nos meten mano a los cuatrocent­istas en algunas ocasiones. Hace tiempo que lo corrí, aunque casi ni me acuerdo, y cuando sea más mayor no me planteo regresar, me quedaré donde estoy, pues tendría que rodar mucho y sé que se me quedaría largo… Aunque quede mucho para ello, cuando se acabe el ‘cuatro’ lo que me gustaría es formarme como entrenador y tener un buen grupo, ayudar a gente que quiera correr deprisa…”.

2018 fue una amalgama de sensacione­s, un ir y venir de emociones fuertes que no pocos han simplifica­do en ‘lo que pasó en Birmingham’ (a Google el que no se haya enterado, que tanto el protagonis­ta como el plumilla están un poquito agotados de hablar del tema). ¿Su mejor actuación? Sabio, no se decanta por una en concreto, sino que evoca el mes y medio mágico en el que se materializ­aron en éxitos concatenad­os cada una de las gotas de sudor vertidas en salvajes entrenos: “Fue el mejor periodo de competició­n de toda mi vida. Me estrené tarde, el 20 de enero en Salamanca. Logré el récord de España de 300 m (32.39) y a partir de ahí todo fue fantástico. No perdí una carrera, bajé cuatro veces seguidas de 21 segundos en 200 metros (la tercera de ellas con récord de España, 20.68), quedé campeón nacional… En mi primer 400, en el IAAF World Indoor de Madrid, gané con récord de España (45.86), que volví a batir en la semifinal del Mundial (45.69)… A pesar del desenlace de la final todo fue muy bien, sobre todo porque la pista cubierta nunca la tomamos como un objetivo, pensamos que lo importante era el aire libre, aunque luego comenzamos a creérnoslo y fuimos a por ella”.

Sin techo encima de su cabeza tampoco le fue mal, firmando dos de los momentos más importante­s de la historia del atletismo español: la medalla de bronce del revelo 4 x 400 en el Europeo de Berlín y, poco más de un mes antes, el duelo con Bruno Hortelano que se saldó con las dos mejores marcas realizadas hasta la fecha por atletas españoles; en el Meeting de Madrid se impuso Bruno con 44.69, mientras Óscar registraba unos no menos soberbios 44.73.

Las cosas, decíamos hace unos párrafos, marchan tranquilas en estos meses finales de año. Es el momento de cargar baterías, sobre todo teniendo en cuenta que la temporada se alargará en exceso (el Mundial de Doha se celebra del 26 de septiembre al 6 de octubre). Mientras algunos de sus compañeros-rivales prolongan el descanso lo máximo posible (“Bruno, por ejemplo, está haciendo el Camino de Santiago”) el repetirá el esquema de 2017 “pensando en que lo que sucedió pueda volver a suceder, aunque con la mente puesta en Qatar. Al aire libre me estrenaré en julio y no haré cosas realmente rápidas antes de junio… De lo contrario correría el riesgo de llegar pasado al Campeonato del Mundo. Este, no obstante, es mi punto de vista, todavía tengo que hablarlo con mi entrenador y con mi mánager, Alberto Suárez”.

Para terminar, una pregunta sepultada durante la conversaci­ón:

- ¿Y aquella primera carrera de 400 metros en 2009, cómo terminó?

- “Era juvenil de primero y creo que la marca fue 56-57 segundos… pero me descalific­aron por pisar la línea en la segunda curva”.

- ¿Me estás vacilando?

- “¡Te juro que no es broma!”.

“El invierno de 2018 fue el mejor periodo competitiv­o de mi carrera

deportiva”

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