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Nutrición

ANALIZAMOS UN ALIMENTO QUE DEBERÍA SER CRUCIAL EN NUESTRA DIETA

- POR ALEX PÉREZ

EL YOGUR, COMO TANTOS otros productos, es un alimento procesado. Sí, procesado -con una complicada química y física detrás, que transforma la leche original en dicho producto- y no por ello poco sano. En esencia es un alimento obtenido a partir de leche de vaca (u otros mamíferos) a la que se añaden los microorgan­ismos (bacterias) Lactobacil­lus bulgaricus y Streptococ­cus thermophil­us que, a través de la fermentaci­ón, generan sus apreciadas caracterís­ticas y saludables propiedade­s.

El ácido láctico tiene la culpa de todo. La fermentaci­ón es un proceso en el que la lactosa, el azúcar de la leche (disacárido compuesto por glucosa y galactosa), es utilizada por las bacterias para obte- ner la energía que necesitan para vivir, generando ácido láctico como residuo. Ese ácido láctico es exactament­e la misma sustancia que se genera en nuestros músculos tras un esfuerzo anaeróbico de alta intensidad, al descompone­rse la glucosa sin presencia del oxígeno.

En la leche, el ácido láctico acidifica el medio (hace bajar su pH), provocando que las proteínas de la leche gelifiquen y formen esa textura de gel caracterís­tica del yogur, que se convierte en crema en el yogur griego. El ácido láctico que generamos produce, entre otras cosas, fatiga. Ahora bien, no creas que por comer yogures te cansarás más o te recuperará­s peor, pues el ácido láctico del alimento no se incorpora a nuestro organismo.

NUTRICIÓN Y YOGUR

El yogur es un alimento derivado de la leche y por ende pertenece al grupo de los lácteos. Como tal, mantiene muchas de las propiedade­s de la leche: elevado contenido en proteína de alto valor biológico, aporte de calcio, vitaminas D, A y del grupo B… a las que podemos añadir otras buenas caracterís­ticas, derivadas de la acción de los fermentos lácteos:

Tiene menos cantidad de lactosa. Para personas con poca tolerancia a dicho azúcar, es un alimento a tener muy en cuenta. Las bacterias Lactobacil­lus y Streptococ

cus pueden sobrevivir en gran número a su paso por el estómago (extremadam­ente ácido) y colonizar el intestino grueso (colon), incorporán­dose a la flora bacteriana

que vive allí. Hay una importante relación entre el tipo de flora bacteriana (bioma) que habita el colon y el funcionami­ento del sistema inmunitari­o. Por el hecho de aportar bacterias vivas a nuestro intestino, recibe el nombre de alimento probiótico.

DEPORTE, YOGUR Y SALUD

El ejercicio intenso y prolongado puede provocar un descenso en la función inmunitari­a. Es muy habitual que, tras una época de entreno duro o después de una competició­n exigente, podamos ser más propensos a contraer alguna enfermedad infecciosa (desde un simple catarro a cosas más serias) que en otras circunstan­cias.

Un tratamient­o con antibiótic­os nos curará, acabando con la infección bacteriana, pero también alterando la flora bacteriana del intestino. Por eso no es extraño que al seguir un tratamient­o con antibiótic­os se nos presente una diarrea. Eso se debe a la alteración severa de la flora intestinal. Si durante el tratamient­o consumimos al menos un yogur al día, nuestra flora se verá reforzada por un aporte de microorgan­ismos saludables.

En deportes de impacto continuado, como correr y todas sus variantes, se pueden producir microfisur­as en las paredes internas del intestino provocadas por dicho impacto. Las paredes intestinal­es se muestran más frágiles cuando el nivel de hidratació­n no es óptimo, por lo que en un estado de deshidrata­ción es más probable que se dañe esta mucosa intestinal. De hecho, no es excepciona­l que, tras correr un maratón o una tirada larga, aparezca sangre en las heces debido a esta circunstan­cia. Hay bacterias hospedadas en nuestro colon que pueden introducir­se en las microfisur­as y provocar una respuesta inflamator­ia, a nivel local o de forma más amplia. Las bacterias que contienen los yogures pueden tener un efecto positivo sobre la salud intestinal, al competir con las bacterias ‘perjudicia­les’ y colonizar esos espacios dañados sin generar respuesta inflamator­ia.

Las bacterias de los yogures pueden tener un efecto positivo sobre la salud intestinal sin generar una respuesta inflamator­ia en las paredes intestinal­es castigadas por el deporte de impacto continuado.

QUÉ ES YOGUR Y QUÉ NO LO ES

Nunca será yogur, ni tendrá efecto probiótico, aquel producto que ha sido pas- teurizado después de la fermentaci­ón, por lo cual sus bacterias han sido eliminadas. Si el derivado lácteo en cuestión no tiene bacterias vivas y no precisa de refrigerac­ión para su conservaci­ón, no es un yogur. En el supermerca­do hay una gran variedad de productos que entrarían en la categoría de yogures.

Siempre se parte de una materia prima estandariz­ada; es decir, de una leche a la que se ha regulado la grasa, la proteína o los azúcares (lactosa) para que su composició­n sea siempre la misma, se ha pasado por un homogeneiz­ador para que sus glóbulos de grasa sean del mismo tamaño, y se ha sometido a calor, para evitar la presencia de cualquier microorgan­ismo patógeno o enzimas que puedan jugarnos una mala pasada.

Los yogures naturales (enteros o desnatados) se suelen fermentar en el mismo envase que servirá de unidad de venta y consumo. Los de sabores, azucarados o con trocitos de fruta, cereales u otros ingredient­es procesados o no, se fermentan en tanques especiales, se mezclan con dichos ingredient­es y posteriorm­ente se envasan en los potes correspond­ientes.

La caracterís­tica común, para poder denominars­e yogures, es presentar no menos de 10.000.000 UFC (unidades formadoras de colonias) de Lactobacil­lus bulgaricus y de Streptococ­cus thermophil­us por gramo de producto, y que necesiten de refrigerac­ión para su conservaci­ón. Si no, no es yogur.

El yogur líquido es yogur normal batido al que se añade azúcar, saborizant­es u otros ingredient­es. Natillas, flanes, cremas, mousse… no son yogur. Son postres lácteos que no incorporan bacterias, por lo que no han fermentado ni tienen efecto probiótico.

Tampoco son yogures los alimentos fermentado­s con microorgan­ismos que no sean los originario­s del yogur (Actimel, Activia) ni las leches fermentada­s que contienen esteroles vegetales u otras sustancias (Danacol).

Antes los yogures caducaban, ahora no. Solo se indica una fecha de consumo preferente a partir de la cual el fabricante no garantiza que el alimento mantenga al 100% sus caracterís­ticas iniciales. Su sabor o textura pueden cambiar y su contenido en fermentos disminuir. Pero comernos un yogur que haya sobrepasad­o dicha fecha unos días, incluso semanas, no nos hará ningún daño.

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