Mente Positiva
No recurras a ponerte trabas de antemano, pues son una excusa para justificar un mal rendimiento.
CUANDO LOS PRETEXTOS SON EN REALIDAD PRODUCTO DE IMPONERNOS TRABAS
MI AMIGA ERIN Y yo solíamos empezar nuestros rodajes matutinos con excusas. “No te sorprendas si hoy voy muy lenta”, pretextaba yo. “Me quedé hasta tarde acabando un trabajo”. Ella casi siempre abría los ojos y aducía una razón de la que tampoco estaba segura al 100%, cosa que me hacía suspirar aliviada.
Entonces un día comencé a cuestionar esta rutina acomodaticia. Las dos somos competitivas y autosuficientes, nos sentimos realizadas. Aparte de correr maratones, trabajamos a jornada completa y tenemos una floreciente vida social. ¿Por qué empezábamos entonces nuestros rodajes contándonos que no podíamos realizarlos?
Planteé la cuestión a Ben Oliva, un psicólogo deportivo y entrenador de rendimiento mental en SportStrata. Él dice que ponerse una misma trabas –así era mi comportamiento- es una “manera de rebajar tus expectativas para contigo misma y no quedar decepcionada si no las alcanzas”.
La ironía es que ponerse trabas como escudo, en realidad nos hace daño. Un estudio publicado en Journal of Personality and Social Psychology reveló que ponerse trabas a uno mismo puede conllevar una reducción de la motivación general, cosa que puede explicar por qué no he batido mi mejor marca en maratón desde 2014, pese a competir en la distancia más de media docena de veces desde entonces.
Armada con esta información y agobiada por una deprimente ruptura el pasado otoño, rompí amarras con mis hábitos de autosabotaje. Me prometí dejar de rajarme antes de empezar, cesar de protegerme preventivamente con palabras ante un mal resultado y dejar que mis acciones hablaran por sí mismas. Había estado pasando de puntillas por mis ambiciones para protegerme frente al fracaso y la derrota. Antes que dejar que mis grandes objetivos me asustaran, me prometí asumir el desafío y declarar, alto y claro, que lo afronto. El objetivo inicial era correr el Maratón de Boston de 2018.
Por si esto sonase un poco decepcionante, oídme bien: Primero, la meta era correr en Boston en 3:15:00, una mejora de mi marca personal en más de cinco minutos. En definitiva, una misión ambiciosa. Pero mi charla con Oliva me ayudó a darme cuenta de que un tiempo final específico, rápido, podía conducir a que me pusiese trabas. Él me sugirió dirigir todos los esfuerzos a las fases controlables de mis entrenamientos; básicamente, adoptando una mentalidad de crecimiento hacia un resultado fijado, específico.
Así que contraté a un preparador, me hice con un reloj con GPS y obtuve la ayuda de un buen amigo, del cual sabía se haría responsable durante los duros meses de entrenamiento invernales. Prometí
no dormitar nunca en mis kilómetros al alba y asumir la dureza de las tiradas largas y los trabajos de velocidad. Juré exigirme un poco más cuando atacara las cuestas y sentirme asquerosamente perezosa en mis días de descanso. No habría lugar a excusas tras la línea de meta.
Mi entrenador creía que si hacía todo esto, una marca de 3:10:00 estaría a mi alcance en Boston. Yo también lo creí.
Ya sabemos del desapacible tiempo que golpeó este año Boston. Sostuve mi ritmo, con un viento y una lluvia de cara horrorosos, durante la primera parte de la carrera e incluso durante un tramo de la segunda. Pero después de la primera subida por Newton Hill, mis cuádriceps se agarrotaron y me di contra el muro. Me armé de valor y continué penosamente hasta finalizar en 3:22:19, más de diez minutos de lo esperado.
Pero no considero que tal experiencia fuera un fracaso. Mi audaz enfoque me llevó a correr mi maratón más rápido en cuatro años y a mejorar en más de dos minutos mi récord personal del circuito pese a la lluvia, un viento en contra de 40 km/h y mucho frío. Corrí rápido y me arriesgué. Y cuando mi cuerpo se desmoronó, mi mente resistió, centrándose en terminar con independencia de lo que mostrara el cronómetro.
Aprender a cesar de ponerme trabas ha repercutido más allá de mis carreras. Dejé de añorar a mi ex y perseguir a otros que no merecían mi tiempo y energía. Concerté cita con un terapeuta para tratar de manera responsable las consecuencias de mi ruptura y decidí que era hora de dejar de hablar de regresar a la universidad en la costa Oeste, cosa que finalmente hice. Ahora tengo la confianza para decir lo que quiero y el coraje para perseguirlo. La pasada semana, cuando quedé con Erin para nuestro rodaje matutino, sonreí y le dije: “Veamos lo rápido que podemos ir hoy”.