Runner's World (Spain)

¿Espinillas Doloridas?

CUANDO EL ASFALTO HACE DE BOTELLA PARA NUESTROS MENSAJES

- POR ALI NOL AN TR ADUCCIÓN DE SHR

Pautas y trucos para prevenir la fastidiosa periostiti­s tibial.

LA LÍNEA ESTÁ pintada con tiza y sus bordes se difuminan entre el polvo. Parece flotar según me aproximo al extremo del asfalto. Justo debajo hay pintado un ‘0’. Según lo cruzo, me pregunto dónde se hallará el siguiente.

Cuando llego hasta él, se anuncia como la línea para el ‘400’, lo cual me confirma que se trata de jalones para los entrenamie­ntos interválic­os. Ahora siento curiosidad por ver cuántos tramos están marcados o si quien los acomete, como yo, disfruta alcanzando la línea en la distancia y dando media vuelta para regresar al ‘0’una y otra vez, en realidad sin ir a ningún sitio, pero cubriendo una distancia dentro de un espacio limitado.

Me imagino un corredor, doblado a nivel de la cintura, sopesando algo con la mano. La gravilla se disgrega bajo la tiza y la superficie irregular altera el dibujo. Las marcas en la carretera no son perfectas, pero son bellas en tanto que símbolo de trabajo, tenacidad y dedicación. Un entrenador traza una línea, un símbolo para los atletas, y dice: Creo en vuestra capacidad para marcar el ritmo, para correr en

vuestro umbral. Creo que esto os hará mejores.

La verdad es que están por todas partes, en cada ciudad y pueblo. Todos las hemos visto y hemos pasado por encima de ellas, sabiendo lo que eran, pero rara vez pensamos a fondo en su presencia. Recuerdo haber leído acerca de la legendaria Lake Mary Road en Flagstaff, Arizona, donde muchos atletas de élite entrenan. La carretera es muy bella. Ancha, con el lago y las montañas bordeándol­a. Nunca la he visitado. Lo sé por un amigo que vive y entrena allí: hay marcas a cada 400 metros a lo largo de casi 26 kilómetros. Están hechas con tiza, con spray, medidas en metros, kilómetros y fracciones de milla. Y llevan años.

Y aquí en Texas, en este solitario y llano camino, no hay más marcas. Una vez me doy la vuelta y veo de nuevo el ‘400’, me digo: ¿Por qué no? Y pillo ritmo de millero, levanto rodillas, braceo, respiro rápida y rítmicamen­te hasta volver al ‘0’. Una repetición no es nada, pero la tiza es como una carta de amor de otro corredor, un susurro para que volara, cosa que hice.

Más tarde hablé con mi amigo de Flagstaff, quien me contó que en los últimos tiempos es Ben Rosario, el célebre entrenador del NAZ team, quien jalona la Lake Mary Road. Así que le llamé para que me contase algo del tema. Resultó que no pensaba que mi interés fuera extraño. Él también piensa en esas marcas. «No sabes quién las hizo o en qué año», me dijo. «Pero las utilizas. Alguien se tomó la molestia y creen que la carretera lo vale».

Semanas después, corriendo en Hochatown, una población de Oklahoma de 4.120 habitantes incrustada al pie de los montes Ouchita, acometí una cuesta y vi una línea naranja sobre la marca del ‘200’. ¡Cuesta arriba! ¡Octavos de milla! Crucé el ‘400’, pintado de tal manera que el ‘4’ parecía una ‘A’ y los ceros, puntos. Luego el ‘600’. El ‘800’ tenía encima una flecha redondeada que indica que hay que regresar. Alguien de este pequeño pueblo reparó en el cuidado no sólo de su entrenamie­nto, sino también del de otros, y se tomó su tiempo para hacer mediciones, agacharse y dejar un código en el lenguaje de los corredores. Y lo entendí: Aunque no era la ruta que tenía prevista, di media vuelta.

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