La Vida a Zancadas
CUANDO VENCE LA SENSATEZ DEL CORAZÓN
Cuando el corazón se convierte en el metrónomo de tu ritmo.
ME DICEN QUE CORRA CON EL CORAZÓN, pero ellos no saben que con el corazón corremos siempre porque él tiene razones que la razón no entiende, como dijo un sabio. Él nos da el impulso y nosotros ponemos las prisas.
Y en esas prisas, aún somos capaces de sonreír. Y ellos creen, al ver la sonrisa, que algún acontecimiento feliz llegó a nuestra vida. Pero no era eso; era tan solo que completamos el camino que nos era esquivo y que nuestra sonrisa es causa directa del orgullo y voluntad que pusimos en ello. Y eso es lo que mereció la pena.
Y me insisten para que corra con el corazón, y es que no sé correr a sus espaldas, no sé engañarle cuando ve una meta y se acelera, no sé decirle que no cuando insistentemente me dice que siga, no sé taparme los oídos a su insistencia mientras hago oídos sordos a la razón que al otro extremo tensa la cuerda y me susurra que pare.
Y la razón me da razones que no entiendo, el corazón me explica lo que ignoro.
Y le pregunto a la razón por qué corro y ella en ausencia de argumentos calla; pregunto al corazón entonces y también calla mientras por toda respuesta llega su tañido a mi pecho. Y me dicen que las prisas no son buenas, pero, ¿qué hacer cuando los latidos brotan?
Pues fue un latido de ilusión el que me descubrió el paraíso en la tierra y empezaron mis zancadas a poblarlo y a llenarse los caminos de suspiros, saliendo de la garganta y a inundarse de resuellos y de asfixias saliendo de las entrañas. Y supe que nunca más podría vivir de otra manera que no fuera a través del esfuerzo y del tesón, de oír pregonar en el desierto el grito de las zancadas heridas, de curarlas nuevamente y redimir los pasos no dados; caer y levantarse, decrecer y medrar a cada avance.
Y no se debe olvidar cada paso y penar en el desierto, sabiendo que existe el paraíso y es el lugar más habitable.
Y sigue el corazón palpitando sus respuestas y sigue la razón incapaz de darle réplica, pues las razones que tienen las piernas para correr no las conoce nadie. Nadie escucha el murmullo de pisadas en el asfalto, ni la conversación que fluye entre ellas y eleva cada pie, ni la respuesta de la respiración angustiada según la prisa, o reposada según la pausa.
Tan solo en la soledad se puede escuchar el inmenso ruido que sale del pecho, que es como un estertor de alegría del que la razón se sigue empeñando en negar su existencia.
Y el corazón habla con sus pulsos y la razón se sonroja sin hallar contestación a las preguntas. Y el corazón trama su conjura y con las zancadas planea su estrategia, sin parar de agitarse, sabiendo que ganará cada batalla dejando sin juicio a la razón. Ella, que se tenía por juiciosa y poderosa, no sabía que se topaba con el poderoso músculo que insufla la vida y la alumbra, imprescindible hasta el punto de dominar la mente y gobernarla. Y la razón se hace pequeña mientras se contrae el corazón y se distiende, rey por fin en su reino de zancadas. Aislada la razón, sin explicaciones que convenzan, sin consideraciones que debatir sucumbe a la lógica de su oponente, agacha la mirada y da la vuelta, vencida. Ya no es el enemigo que frenará el avance, cambiaron las tornas y terminó su gobernanza.
Y sigue el corazón dilatando y retrayendo sus paredes al tiempo que golpea y oxigena cada músculo. Vuelven a ser felices las zancadas, las nuevas leyes las amparan y la razón, ya sin recursos, asiente y se convence.