Runner's World (Spain)

Viaje a Nueva York

- Por Fernando Sebastián Fotos Jordi Anguera

Acudimos en persona a la disputa del clásico de los clásicos en la megápolis estadounid­ense y te lo contamos con mucho gusto.

1970, Gary Muhrcke gana la primera edición del maratón, en Central Park.“Meap unté 15 minutos

antesdelas­alida”. Muhrcke es bombero y tiene 30

años .“No he entrenado nada desde hace tres semanas porque estoy lesionado, pero me siento bien y he decidido correr. No sé como saldrá, me lo tomaré como la carrera de esta semana ”. Junto a él, 126 corredores salieron ese domingo a cubrir los 42,195 km dando vueltas a Central Park en una calurosa mañana de domingo y en verano. A falta de cinco millas para la meta, Muhrcke adelantó a Tom Fleming, un joven estudiante de 19 años que más tarde ganaría dos veces la prueba, y a Moses Mayfield en la milla 24, para terminar imponiéndo­se en un tiempo de 2:31:39. Solo 55 corredores terminaron. Habían pagado 1 dólar de inscripció­n. El presupuest­o del maratón fue poco más de mil... Vamos, como ahora.

CRÓNICA BREVE DE UNA MAÑANA DE OTOÑO. Sí, es como si ya hubieses estado más de una vez, “creo que todo esto lo he visto y no he venido en la vida”. La frase resuena desde que el autobús entra en Manhattan hasta los primeros rayos de sol que te encuentras subiendo por Broadway camino del entrenamie­nto del viernes en Central Park. Te has visto mil veces en Nueva York el primer domingo de noviembre, porque tu religión “runner” así lo marca: una vez en la vida visitarás la meca del maratón (puristas: lo sé, es Boston, sí, pero déjenme mi rato de literatura neoyorquin­a). Ya has pasado por el mantra de la búsqueda de la felicidad, el sentirte libre corriendo y la frase intensita en Instagram. Por fin has cruzado el charco y casi pasado mañana te vas a dar otra panzada de kilómetros para terminar en un parque. Sí, un parque, pero esta vez es Central Park.

Sin darte cuenta estás en el bus viendo amanecer, cruzando el río Hudson, vestido con un chándal de hace mil años, la bolsa llena de cachivache­s tecnológic­os y el desayuno comprado en el Duane Reade de debajo del hotel. En nada aparecerá por los cristales empañados el puente de Verrazano, y los ojos de tus compañeros de fatigas se tornarán en el día que llegaban los Reyes Magos a casa y aparecías por el salón viendo las cajas de juguetes en los sofás de escay. Ya está, estás a nada de escuchar el gran cañonazo de los marines, el New York, New York de Sinatra y los 3 km de puente de Verrazano que sirven de prolegómen­o al que siempre llamo “el día más bonito de tu carrera deportiva”. ¡Exagerado!

Vale, ganaste un trofeo de cross de niño. O por fin bajaste de 40 minutos en el barrio. Solo te lo perdono si no das el coñazo todo el año con el Excel de entrenamie­ntos en la puerta de la nevera, ¡que ya no cabe ni el menú del colegio de tu hijo el pequeño!

Al grano, de ahí en adelante puentes, muchos puentes, facilones y de subidón como el de Verrazano, apestoso como el Pulaski en el medio maratón o insufrible como el de Queensboro allá por el kilómetro 24. Todos, absolutame­nte todos, se te quedarán en la retina para toda la vida. Añadele los raperos del Bronx, los cientos de banderas de Chile, Colombia o Perú de Brooklyn, la entrada en la 1ª avenida de Manhattan, las calles de Harlem o esa 5ª avenida ya en Manhattan que no deja de subir y subir hasta casi el Metropolit­an Museum con los últimos alientos ya dentro de Central Park. Ah, y la calle 59 desde la 5ª avenida hasta la 8ª, que también “pica” algo para arriba y parece que no quiere que acabes por fin el maratón.

49 AÑOS DE MARATÓN BUENO NO, 48.

Seis años después, 2.090 inscritos se preparaban para correr por los cinco barrios más importante­s de Nueva York: Staten Island, Brooklyn, Queens, Bronx y Manhattan. Estamos seguros que muy pocos se imaginaban que desde esa edición y hasta 2018, miles y miles de corredores de todo el mundo iban a cumplir su sueño maratonian­o en la ciudad americana.

¿Por qúe 48? En 2012 la prueba se suspendió el viernes previo por la tarde. Lo que se hizo como un ejemplo de solidarida­d con los afectados por el huracán Sandy, el transporte de medios técnicos del maratón a las zonas afectadas, etc… no fue más que una compleja operación propagandí­stica previa a las elecciones a la Casa Blanca de cinco días después. Una guerra de fotos entre gobernador­es de estados y una lucha de artículos entre grupos editoriale­s afines y no afines al maratón y a la alcaldía del momento. Una pena, porque realmente el gran perjudicad­o fue el corredor internacio­nal, que se veía en la ciudad con 2.000 € de media invertidos y sin poder cumplir su sueño de corredor popular.

Eso sí, otro dato más de cifras mareantes, el maratón “deja” en la ciudad un impacto económico de más de 400 millones de euros. Ahí lo dejo.

ANÉCDOTAS Y MÁS ANÉCDOTAS.

Busquen en Youtube a Germán Silva en 1994 confundién­dose en Central Park

y volviendo a la carrera para terminar ganando. O cómo en 2013 se superan los ¡50.000 llegados a meta!, siendo el maratón más grande del mundo en llegar a esa mágica cifra (52.701 ya en 2018), o que la media de tiempo en meta es 4:39:07, muy alejada de la media de los maratones en España.

¿Más? Busca en 2004 cuando Paula Radcliffe ganó por solo tres segundos a la keniana Susan Chepkemei en el sprint más apretado que se conoce en la historia del maratón neoyorquin­o.

¿Has oído hablar de Williamsbu­rg? Alejado del Williamsbu­rg “norte”, el maratón pasa durante algo más de un kilómetro por el barrio del “silencio”. Calles semivacías, miradas furtivas y ninguna animación por parte de la organizaci­ón. Bienvenido al territorio de los judíos ultraortod­oxos. Tonos grises y negros, mujeres casadas con peluca, carritos de bebé, tirabuzone­s, ventanas enrejadas y el libro de la “Torá” en la mano. Allí el maratón desaparece del constante bullicio de Brooklyn. Así es la vida, así es Nueva York.

ISOTÓNICO, GELES, PLÁTANOS Y BRETZEL, ALITAS DE POLLO O VASOS DE CERVEZA.

Alejado del academicis­mo imperante para el maratonian­o patrio, Nueva York te sorprende con los miles de vasos de papel que generan una pasta en el suelo, solo evitable por el trabajo encomiable de cientos de voluntario­s que, escobón en mano, se tiran horas barriendo allá por donde pasas. Primero el isotónico de rigor, luego el agua, allá unos plátanos o un puesto de esponjas. ¡Basta!

Vamos con los niños pertrechad­os de cajas de pañuelos de papel para secarte el sudor, calabazas post Halloween cargadas de caramelos y chocolatin­as, bretzel clásicos o recubierto­s de chocolate, alitas de pollo al curry recién salidas de la barbacoa o la moda de 2018: viandantes pertrechad­os de grandes carteles anunciándo­te “free beer for runners”. Sí, como lo leen, chavalería variada invitándot­e a cerveza en más de un punto de la carrera.

P.D.: Este año no he encontrado a mi amigo en Brooklyn que ofrecía en 2017 vasitos de chupito con whiskey Jack Daniel’s. El hombre tenía cola y todo, porque te sometía a una liturgia en el servicio y posterior brindis y diálogo sobre cómo iba la mañana de trote por la ciudad.

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