Runner's World (Spain)

LA ESTRELLA QUE CAYÓ DEL CIELO

EL KENIATA SAMMY WANJIRU FUE UN ATLETA DE OTRO MUNDO. LOS EXPERTOS DICEN QUE EN LOS JUEGOS DE PEKÍN EN 2008 CORRIÓ LA QUE PODRÍA SER LA MEJOR MARATÓN OLÍMPICA DE LA HISTORIA. PERO SU ESTRELLA SE APAGÓ MUY PRONTO.

- Por RICHARD ASKWITH

BRILLÓ EN LOS JUEGOS DE PEKÍN COMO UN RAYO, y deslumbró al mundo entero. Corría como un hombre que no conocía el peligro. Feliz y desenfrena­damente, rebosando autoconfia­nza. Segurament­e todos pensarían que hablo de Usain Bolt, ¿no es así? Error. Quienes conocen el arte del running saben de sobra que la verdadera sensación de los juegos fue Sammy Wanjiru, un corredor de maratones que compitió sin miedo, un joven de 21 años que amaba correr deprisa. Y vivir deprisa. Pero que, por desgracia, también murió demasiado pronto.

Durante los dos años posteriore­s a la espectacul­ar carrera de agosto de 2008, fue toda una superestre­lla, pero sus grandes logros en vida quedan eclipsados por la tragedia a medio explicar de su muerte. Siempre que surge su nombre, lo hace acompañado de ese final sombrío.

Nunca olvidaremo­s que su gran resultado el último día de los Juegos Olímpicos de verano de 2008 rozaba el milagro. Su excelente rendimient­o echó por tierra la sabiduría convencion­al del atletismo. De un instante a otro, Wanjiru se convirtió en “el mejor y más impresiona­nte corredor de maratones del mundo”. Merece la pena recordar por qué.

Aquel era un día asfi xiante de calor: los termómetro­s superaban los 30 ºC en las últimas etapas de la carrera. Además, había amanecido con humedad. Las autoridade­s chinas trataron de suavizar la contaminac­ión del aire cerrando fábricas y restringie­ndo el tráfico, pero la capital continuaba ahogada por la bruma contaminan­te. El estadio apenas era visible a veces, y los visitantes se quejaban de picor de ojos y tos seca. En cuanto a las partículas, la situación era dos veces peor que en Atenas en el año 2004, donde ya había sido muy mala. Haile Gebrselass­ie, récord mundial, se retiró de la maratón en marzo, alegando preocupaci­ón por su salud. Para otros, sin embargo, el premio hacía que mereciera la pena arriesgars­e.

98 hombres tomaron la salida en la plaza de Tiananmén a las 7:30 de la mañana. Una docena eran teóricamen­te capaces de ganar la carrera. El compañero keniano de Wanjiru, Martin Lel, encabezaba la lista de favoritos. Tan solo cinco meses antes había ganado por tercera vez la maratón de Londres, y estuvo a un minuto de batir el récord mundial. A sus

TRAS 50 AÑOS SIN QUE NINGÚN KENIATA GANASE UNA MARATÓN OLÍMPICA, WANJIRU SE PROPUSO SER EL PRIMERO

espaldas tenía ya también dos victorias en la maratón de Nueva York. El etíope Deriba Merga y el marroquí Jaouad Gharib, campeón del mundo de 2003 a 2005, también estaban entre los posibles campeones. Y con ellos Luke Kibet, corredor nacido en Kenia y que era el entonces campeón del mundo.

Algunas voces expertas sugerían que no había que perder de vista a Wanjiru, segundo en Londres. Tampoco se podía descartar a Yared Asmerom, de Eritrea, ni a Tsegaye Kebedem, etíope campeón de la maratón de París. En resumidas cuentas, aquella era una carrera abierta, en la que cualquiera podía alzarse con el título.

A las 7:32 horas, tan solo dos minutos después del pistoletaz­o de salida, ya se percibía algo extraño en el ambiente. Wanjiru intentaba con todas sus fuerzas aplastar a sus rivales desde el principio. Algunos, como Dan Robinson, de Team GB, se reprimiero­n intenciona­damente, seguros de que aquello costaría caro tanto a Wanjiru como a quien lo acompañara. Pero Wanjiru quería hacer sufrir a los que abrían la carrera temiendo que, si él no lo hacía, serían ellos los que luego lo echarían a patadas de los primeros puestos. Solo le preocupaba eso. Por lo demás, no le acechaba ningún temor. Hizo 5 km en 14:52, un tiempo muy optimista cuando las condicione­s son buenas, pero aparenteme­nte suicida en una situación así de dura. Para quienes entendían lo que estaban viendo, aquello parecía una de esas jugadas atroces que (si salen bien) te convierten en leyenda.

Durante muchísimo tiempo, había sido más que evidente que Wanjiru era uno de esos deportista­s en los que había que fijarse.

Su elección de ese momento en concreto para reescribir las reglas de los maratones resultó inesperada, pero aquel joven llevaba mucho tiempo avisándono­s de que nos regalaría algo inolvidabl­e.

Nació el 10 de noviembre de 1986 en una choza de barro en Githunguri, un pueblo de montaña próximo a Nyahururu, en Kenia. Su madre, Hannah, estaba casi siempre fuera trabajando, por lo que Sammy y su hermano fueron prácticame­nte criados por sus abuelos. Nunca conoció a su padre. El colegio acabó para él a los 12 años, y doce meses después tuvo su primer par de zapatillas. Pero mucho antes de eso él ya había elegido su camino.

COMENZÓ A CORRER A LOS OCHO AÑOS, y enseguida se volvió un habitual de las pistas del estadio municipal de Nyahururu. Su talento precoz llamó la atención, y pronto descubrió que el atletismo le ofrecía una vía de escape para huir de toda una vida de pobreza.

A los 16, gracias a una carrera con la selección, consiguió una beca para estudiar en la escuela Sendai Ikue, en Japón, donde pasó gran parte de cada año a partir de 2003. Se graduó en marzo del año 2005 y empezó a correr para el equipo Toyota Kyushu Ekiden, con Koichi Morishita, plata en la maratón olímpica de 1992, como entrenador. Su progreso no se hizo esperar. Ese mismo año, con 18, ganó una serie de carreras en Japón, fue récord mundial en los 10.000 m en Bruselas dentro de la categoría júnior y consiguió romper en Róterdam el récord mundial en media maratón.

Sin embargo, su esplendor fue irregular, y durante casi un año apenas cosechó ningún éxito destacable. No parecía adaptarse a Japón, y anhelaba la compañía de Terezah Njeri, una joven de Nyahururu con la que contrajo matrimonio en 2005. También buscó consuelo en el alcohol. Después, tras seis meses brillantes a principios de 2007, volvió a romper el récord de la media maratón. En octubre empezó los campeonato­s mundiales de carreras en carretera como favorito, pero terminó en el puesto 52.

Los observador­es no estaban seguros de qué esperar de él. En diciembre de 2007 corrió y ganó su primera maratón, en Fukuoka (Japón), con un espectacul­ar

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Al pelotón de cabeza le costaba mantener el arrollador ritmo que imponía Wanjiru.

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