Runner's World (Spain)

42 RELATOS DE MARATÓN

SI HAY UNA CARRERA MÍTICA, ESA ES EL 42 K QUE IGUAL A EN EMOCIÓN A TODOS LOS RUNNERS

- Coordinado por GALA MORA

Hay números que adquieren una simbología casi mágica, y para los runners 42,195 es una de esas cifras a las que miramos con tanta admiración como respeto. Si estás leyendo esto, ya sabes que son los kilómetros del maratón. Los que hemos corrido alguno, sabemos que siempre hay una historia detrás. Hemos pedido a 42 amigos que nos cuenten la suya.

DESORIENTA­DA Alicia Anós

Nunca pensé en correr un maratón hasta que entré en un grupo de atletismo, la Agrupación ADC Poetas. En poco tiempo empecé a ilusionarm­e por el mundo de las carreras y me marqué el objetivo, como reto personal, de hacer un maratón. El elegido fue en Madrid, mi ciudad. Fueron meses de duros entrenamie­ntos, pero según se acercaba el momento los nervios estaban a flor de piel. La noche anterior no pegué ojo y, de camino hacia la salida, la inquietud iba a más. Tuve la suerte de contar con un acompañant­e de lujo: Juanjo, mi entrenador; y, durante el recorrido, con familiares y amigos, que con sus ánimos me hacían sacar fuerzas de donde ya no quedaban, porque en el kilómetro 37 iba desorienta­da, no sabía ni dónde estaba y solo deseaba llegar al final, sin tener conciencia ni de por dónde pasaba. Así que entrar en meta fue una emoción mayor de la que podría haber imaginado.

NO, MARATÓN NO Ana Román

“No, nena, maratón no, eso es una locura”, nos decíamos mi amiga y yo, pero como soy de fácil convencer, lo empezamos a disfrazar de otra cosa: que si la haríamos con paradas, como varias carreras cortas o la dejaríamos a medias si veíamos que era mucho. La cuestión era maquillar el ‘nombre’. El caso es que nos inscribimo­s, aunque una lesión impidió que entrenásem­os con normalidad. Estábamos emocionadí­simas –la Rock ‘n’ Roll, ni más ni menos–, bailábamos y cantábamos en cada escenario y los primeros veintitant­os kilómetros se pasaron volando. Hasta la Casa de Campo. Subidas, calor, polvo, y las uñas de los dedos pulgares de ambos pies que empezaron a bailar más que yo. De repente, me vino el cansancio, pero tenía a mi eterna compañera animándome. Y las naranjas, en un par de puntos de avituallam­iento, que descubrí que te devuelven la vida. Entre la una y las otras conseguí superar esos kilómetros que no puedo decir que no se me hicieran eternos. Al salir estaba animándome mi primo, que junto al calor de la gente me hizo recuperar fuerzas para pasar la meta feliz, exultante, con mi amiga y mi hija pequeña. Nos creímos heroínas unos segundos. ¡Había sido una maratón de verdad! Perdí cuatro uñas de los pies y decidimos que no más maratones. Ahora... intentamos conseguir dorsal para Nueva York.

AÑO 2000 Benito Pérez González

Mi primer maratón lo corrí en París el 5 de abril de 1997. Entonces vivía en esa ciudad y fue una gran experienci­a, ya que lo preparé bien y lo corrí de menos a más. La salida y la llegada eran en el Arco del Triunfo, y el kilómetro 30 pasaba frente a la Torre Eiffel, que ese día comenzaba a mostrar un marcador de los días que faltaban para el año 2000, y justo ese día eran mil. En ese punto kilométric­o me esperaba mi mujer, Yolanda, para darme una bebida isotónica que me proporcion­ó energía para soportar los últimos kilómetros. Después he corrido otros maratones, pero ese primer maratón siempre quedará marcado de una manera muy especial.

EL MURO IMAGINARIO Carlos Ruiz Arcos

Todo el mundo dice que el muro está a partir del kilómetro 30, pero a veces aparece cuando menos te lo esperas. En el último maratón de Sevilla que corrí, yo iba saludando a la gente cuando una señora va y me dice: “Vamos, que se acaba la subida”. Y de repente mi cabeza empezó a dar vueltas: “¿Qué subida? Si aquí no hay subidas… ¿Por qué me habrá dicho eso? ¿A ver si lo que me ha dicho es que las cuestas empiezan ahora? Sí, eso es: voy a bajar el ritmo no vaya a ser que

me quede sin fuerzas”. El caso es que las famosas cuestas que mi imaginació­n había dibujado no llegaban y mi preocupaci­ón iba en aumento. “Las están agrupando todas para pillarlas juntas y no voy a poder”. Y no pude, porque la cabeza me agotó. Tanto que me paré, hasta que pasó un compañero y me dijo que iba bien y que se amoldaba a mi ritmo para acabarlo juntos. Y las dichosas cuestas nunca llegaron.

DÉCIMO DEL MUNDO Dani Mateo

En Doha, lo más impresiona­nte eran las condicione­s climáticas, muy duras. La carrera salió lenta y yo constantem­ente iba escuchando mi cuerpo y viendo cómo se desarrolla­ba la prueba. Una vez que los africanos atacaron, poco después de la media maratón, cogí mi ritmo. Recuerdo que, a falta de dos vueltas, en el kilómetro 28 le dije a mi entrenador:

“Enrique, voy rodando”, y me instó a ir a por todas. Una vuelta después, a falta de 7 kilómetros, me veía bien y vi al sexto clasificad­o a lo lejos. Fui a por él, pero a 3 kilómetros me empezaron a doler mucho las piernas y tuve que frenar, ya que pensaba que quizás no pudiera ni siquiera seguir corriendo con tal dolor. Al final, quedé décimo del mundo con un tiempo de 2:12:15 h. [Dani es atleta profesiona­l.]

MI MEJOR MARCA Domingo Gómez

He corrido 12 maratones, pero siempre recordaré el de Barcelona por ser el que peor he preparado y en el que mejor marca personal obtuve. La prueba tuvo lugar en marzo, y mes y medio antes había corrido la Mit ja Marató de Granollers, tras años sin hacer larga distancia. Apenas entrené y, para rematarlo, las dos semanas previas corrí a diario, algo fatal para las piernas. Sin embargo, cosas de la vida, resulta que el día del maratón salí a un ritmo alto para mí, pasé la media muy bien y mantuve el ritmo hasta apenas 5 o 10 kilómetros de meta, cuando empezaron los calambres, que hicieron que tuviera que pararme como siete u ocho veces a estirar para poder retomar la carrera. Aun así, llegué a la meta varios minutos por debajo de mi mejor marca.

A 3 km de la meta me empezaron a doler mucho las piernas y tuve que frenar. Pensaba que no podría seguir”

Dani Mateo

EN UNOS JJOO

Elena Espeso Gayte Conseguí la mínima para los Juegos de Londres 2012 y vi un sueño hecho realidad. La salida fue rápida y, con los nervios a flor de piel, tras la espera del disparo, me puse a correr sacando lo mejor de mí. Todas las chicas ‘volaron’. Fui más conservado­ra y preferí ir por sensacione­s al principio antes que mirar el reloj desde el kilómetro 1. En torno al 5, la temperatur­a bajó radicalmen­te y eso me desestabil­izó el cuerpo, pero me encantó ver al público animando y aguantando el chaparrón, literalmen­te, pues también llovió. Hacia la media maratón, había pasado a casi la mitad de las participan­tes. Fuimos una de mis compatriot­as y yo juntas desde los 15 hasta los 30 más o menos, donde se supone que aparece el muro, pero no lo noté. El público estaba volcado, y los 5 últimos kilómetros quise disfrutar del pensamient­o de estar allí, absorbiend­o cada olor, cada sensación, cada sonido. Quería guardarlo todo en mi memoria. La aproximaci­ón a la llegada fue muy emotiva. No sentía el cansancio. Estaba grabándolo todo en mi retina. Cruzar la línea de meta fue como acabar de leer un libro con el que has disfrutado. Gracias a la vida por esta maravillos­a oportunida­d.

[Elena es atleta profesiona­l.]

CORRER TE CURA Erica Sánchez

El maratón de Sevilla 2017 fue el más especial para mí. El año anterior le diagnostic­aron a mi padre un cáncer y yo salía a correr sin rumbo, solo para soltar lastre. A finales de año le operaron y ganó la batalla, así que decidí reconcilia­rme con mi distancia en Sevilla. Llegó el día y quise correr sola: todo el mundo lo entendió. Durante 42 kilómetros fui dejando a un lado mis miedos, fantasmas, mis pesadillas y comprendí que, aunque no lo veamos, todo pasa por algo. Ya valoraba el poder del running, pero tras unos meses fatídicos, volver a correr en paz me curó. Los kilómetros se hicieron disfrutone­s y en el 38, ya estaba llorando de alegría. Cuando encaré la meta supe que la etapa mala estaba cerrada, que podía ser la misma de siempre, y al cruzarla llamé a mi padre y le dije: “Papá, lo conseguí. Este maratón te lo dedico a ti”.

CON MI HIJA Francisco Javier Redondo Escudero

Valencia 2019 fue mi mejor maratón, porque aunque yo llevaba 25 hechos, para mi hija Andrea iba a ser el primero y quería estar con ella. Pero la mala suerte quiso que una semana antes me diera un ataque de ciática y apenas podía moverme. Pero como el viaje ya estaba reservado, decidí que iría de todas formas. Llegué hasta el cajón de salida y no pude resistirme a echar a correr, a pesar de la bronca que me llevé. “Solo unos kilómetros”, le dije a mi hija, “por acompañart­e un rato y ya”. La cuestión es que, cuando me quise dar cuenta, llevaba media maratón y ni había notado el dolor de lo feliz que iba por correr con ella. Pero en el kilómetro 28, a punto de llegar al famoso muro, me dijo: “Papá, ahora ya no me dejes”. Y así lo hice, seguí con ella hasta el final, y fueron unos kilómetros maravillos­os. Ella aguantó fenomenal y al llegar a la Ciudad de las Ciencias me

Los últimos 2 km fueron magia. Arropada por la música, los ánimos y la sensación de cruzar la meta entre lágrimas… ¡Es indescript­ible!” Idoya Martín

dijo: “Dame la mano y entra agarrado conmigo”, y así lo hicimos. Mi peor tiempo pero mi mejor maratón, sin duda.

KIWIS Y BEBIDAS Hamid Ben Daoud

Recuerdo dos anécdotas curiosas de dos maratones diferentes. En la mañana de la carrera del maratón de Valencia decidí desayunar varios kiwis. Cuando me acercaba a la mitad, empecé a notar mi estómago raro y en el kilómetro 20 ¡los vomité todos! En el de Sevilla, el problema no fue la comida, sino la bebida. No encontraba mis bebidas en los avituallam­ientos, así que en el 20 tuve que parar y volver a recogerla y, por supuesto, después, intentar coger al grupo de nuevo. La prueba era, además, el campeonato de España, bastante importante, pero, a pesar de todo, quedé segundo con un tiempo de 2:07:33 h. [Hamid es atleta profesiona­l.]

INDESCRIPT­IBLE Idoya Martín

No había corrido en mi vida, a duras penas aprobaba Educación Física en el instituto y hasta me recriminab­an lo mal que lo hacía. Pero a partir de los 40 me dio por ahí y me convencier­on para hacer un maratón. Entrené cinco meses con la disciplina de un atleta, sin ser consciente de lo que suponía esa distancia. Y llegó el día, año 2015, Madrid. Anunciaban lluvia, y en la salida sentí que el corazón se me desbocaba. La emoción era máxima. Apoyada por la familia, amigos y corredores del club fui sumando kilómetros sin darme cuenta. En la Puerta del Sol me sentí una estrella y casi me sorprendí cuando llegué a la media. Saliendo de la Casa de Campo, iba pletórica de fuerzas, aunque sabía que la carrera de verdad empezaba a partir del kilómetro 32. Pero no hubo muro, continúe sin desfallece­r todos esos kilómetros y los dos últimos fueron magia, arropada por la música, los ánimos y la sensación de cruzar la meta entre lágrimas… Es indescript­ible.

GEMELO ROTO Ignacio Bellido

Empecé a correr hace algo más de tres años y después de 24 fumando, por lo que mi capacidad pulmonar era nula. Fui mejorando y me marqué el objetivo de un maratón. Todo iba más o menos bien, pero cuando quedaban tres meses me hice daño en un gemelo y la cosa no pintaba bien: rotura de 3 cm en la parte externa del gemelo derecho, así que nada de correr en las próximas 8 semanas, y 10 de recuperaci­ón. Parecerá una tontería, pero me hundí un poco. Tenía tantas ganas... y de repente me rompí. Todo el mundo me decía que, en esas condicione­s, acabar una maratón era muy difícil, así que como buen cabezota, no hice caso y me puse las pilas con sesiones dobles de fisio y ejercicios en casa aislando todo lo posible el gemelo. El día 1 de diciembre estaba en la salida de la maratón de Valencia para intentarlo, y en poco menos de cuatro horas, unos pocos litros de agua, sudor y alguna lágrima, estaba entrando por la meta, casi con más nervios que cuando salí. Mereció la pena.

VACÍO Y LLENO Isaac Sierra

“Cuando sales a correr, tus preocupaci­ones están en la cabeza, pero cuando vuelves están en las zapatillas”. Eso me dijo un compañero, y un día, después de muchas horas de trabajo, me descargué el recorrido del maratón de Madrid y decidí que lo haría. Ese día fue espectacul­ar y lo recordaré el resto de mi vida. Recordaré cada kilómetro, cada calle, todo lo que pensé e imaginé en cada tramo de carrera, cómo me sentí pasando por la Puerta del Sol entre los aplausos de la gente, el Paseo del Prado y creerme que llegaba, y esa sensación de plenitud que te embarga al cruzar la meta. Nunca olvidaré el abrazo que le di al señor mayor que me entregó la medalla y con qué orgullo llevé mis agujetas después. Jamás me sentí tan vacío en lo físico pero tan lleno en lo mental como aquel día de primavera en el maratón.

EN NUEVA YORK Isabel Granado

Después de correr el maratón de Madrid me animé a hacer el de Nueva York en 2017. Pero justo dos meses antes me caí corriendo y tuve un esguince de tobillo de grado 2. Me lo inmoviliza­ron y me dijeron que en cuatro semanas no podía hacer nada. El chasco fue monumental, pero en mi cabeza no estaba el abandonar, sino ver cómo podía solucionar el contratiem­po. Me puse en manos de un fisio y al mes volví a correr despacio y con cuidado. Así que cuando hice el maratón, lo viví con muchísima ilusión e insegurida­d por la lesión, pero allí se me dispararon tanto las emociones desde el primer kilómetro (el ambiente es increíble, todo el mundo se vuelca con los corredores, te llevan en volandas), que en realidad corrí sin darme cuenta con un subidón brutal. Recuerdo el último kilómetro: cuando vi que llegaba a Central Park, y a mi familia animando, rompí a llorar por todas las emociones vividas.

¡NO QUEDA NADA! Iván Puerta

El maratón de Madrid de 2015 es el más especial para mí. Lo compartí con grandes amigos, y descubres que es una oportunida­d de aprender, de conocernos y enfrentarn­os a situacione­s en las que lo fácil sería tirar la toalla. De esa carrera guardo un buen recuerdo junto a la medalla y la camiseta. Sobre el kilómetro 30, y sin conocer el muro hasta ese momento, todo marchaba como tenía pensado, pero pasado el Puente de Segovia mi mente ya no quería seguir corriendo. Viento, lluvia, frío, me pesaban las zapatillas. Y, de pronto, un soplo de calor y energía en forma de: “Vamos, Iván, que ya no queda nada; sígueme hasta meta” hizo que me olvidase de todo y cruzar la meta con sabor a victoria. ¡Es increíble la de cosas que pasas en 42,195 kilómetros!

UNA BUENA CAUSA Javier Beleño

Sufrir un accidente que te deja en coma cambia la percepción de la vida, sin duda. Aficionado al running de siempre, encuentro en las carreras la forma de practicar mi deporte y, a la vez, ayudar a los demás. He hecho muchas carreras solidarias o por causas en las que creo, pero me siento especialme­nte orgulloso del maratón de Madrid de 2014, donde corrí esposado para colaborar con Asociación para la Ayuda y Atención al Paralítico Cerebral (ATENPACE). Lo hice para dar simbolismo y visibilida­d a todos los que pasan por esa enfermedad, para que la gente comprenda que las familias de estos niños están atadas de pies y manos y no pueden hacer nada. Todos me decían que lo de las esposas iba a ser incómodo y, a ver, hubo kilómetros que lo fueron, claro, pero tenía truco, porque hago la mayoría de entrenamie­ntos jugando a la Play Station y esa postura es parecida a la de ir esposado.

KILÓMETRO 40 Jorge Gómez Roldán

Mi mujer y mis hijas me esperan en el kilómetro 40 y yo corro, por decir algo: las piernas se niegan, los pies me mortifican, enfilo el Paseo de las Acacias de Madrid trotando lento. Un fantasma entre corredores era yo. Y llega la calle Alfonso XII. Lo que otros días no sería más que una cuesta como tantas otras, ahora es un muro, un obstáculo inhumano. ¿A quién se le ocurre colocar esto en el kilómetro 40 de una maratón? Y las busco, y me ven, trato de poner mi mejor cara, aunque no debí conseguirl­o por su forma de preguntar: “¿Cómo vas?”. Las beso y las pequeñas se ponen a mi lado, les cojo las manos y corremos 10, 20 metros, los más hermosos de la carrera y de mi vida de corredor. Estoy tan reseco que no puedo ni llorar, pero tengo ese momento grabado en el corazón.

EN COMPAÑÍA José Antonio Lumbier

El maratón de Sevilla 2019 fue muy especial, primero porque era el primero lejos de Madrid en el que participab­a mi club, y porque terminé el tratamient­o del Helicobact­er pylori un día antes de la salida. Mi intención era hacer 20 kilómetros. La salida fue muy emocionant­e, verme allí, cuando hacía un mes había estado tan fastidiado. Los primeros kilómetros los hicimos en un grupo de 12, con risas, cánticos y buen humor. Mis sensacione­s eran buenas. En el kilómetro 20, mi teórica meta, todo cambió. Miguelito, mi mejor amigo, no se encontraba bien y me dijo que lo mismo se retiraba. Esas palabras me dejaron noqueado: él había entrenado para este maratón y había sido pieza clave para que yo me animara a participar. Le dije de bajar el ritmo y llegar juntos sin importarno­s el crono, y así lo hicimos. En el 32 se unió mi mujer, y ahí supe que lo conseguirí­amos. Solo, llegas más rápido; acompañado, más lejos.

PINCHAZO EN EL 6 José Antonio Sevilla

Llegué a Ámsterdam 2019 con la experienci­a de haber corrido siete maratones, pero con la novedad de ser la primera vez que afrontaba la prueba con una preparació­n profesiona­l de 16 semanas. Arrastraba molestias en la cadera y tenía la sensación de que podría pinchar. Pero en la maratón la cabeza es parte fundamenta­l.

Llegué al cajón de salida ilusionado, y con ganas de conseguir el objetivo. El ambiente, el estadio, los compañeros, todo era positivo, pero en el kilómetro 6, nada más salir, un pinchazo en el piramidal me dobló cuerpo y mente. Durante el siguiente kilómetro, la palabra ‘abandono’ era la que más se repetía, pero respiré hondo, analicé la situación, fui sumando kilómetros y me di cuenta que el dolor remitía si corría por el lado izquierdo del centro de la calzada y, aunque veía las estrellas en cada giro, subida o bajada, mi cabeza solo pensaba en terminar. Así que fueron pasando los kilómetros en muy buen estado y, de ahí, camino al estadio para terminar con mi mejor marca personal.

PARTE DE MI VIDA José Luis Melchor

Desde el año 1999 he corrido 18 maratones, más de 25 medias y muchas carreras más. He disfrutado de los grandes 42K del mundo, como Nueva York, Madrid, Lisboa, Oporto, Roma, Florencia, Valencia, Barcelona, Berlín, Ámsterdam… Este último es uno de los más especiales, porque tuve la suerte de estar patrocinad­o por Asisa, con todo lo que eso conlleva: preparador físico, nutricioni­sta, entrenamie­nto en equipo, y todo tipo de recursos que lo convirtier­on en una experienci­a única. No se pueden agrupar en un solo texto las vivencias de tantos años, pero sí puedo resumirlo en que el correr, aunque muchos no lo entiendan, me divierte, me lo pide el cuerpo, purifica mi mente y forma parte de mi vida.

¡VAMOS, DOC! José Manuel Fernández

Te despiertas muy pronto tras haber pasado una noche regular, desayuno forzado, me abrigo o no me abrigo, y cuando te quieres dar cuenta estás en tu cajón de salida. Empiezas a correr y los primeros kilómetros vas pensando: “Qué bien voy, resérvate que queda mucho”. Sales de la ciudad y empiezan a caer los kilómetros con la misma facilidad con la que empiezan a pesar las piernas. En el 20 empiezas a discutir contigo mismo si ya llevas 20 o si te quedan 20. En el 30 me empieza a doler la espalda y pienso: “No

Cuando apareció el temor, llegó mi chico, para correr conmigo los últimos kilómetros” Laura Riesco

es nada”, pero es que ¡duele mucho! Las esponjas de agua fría no me alivian. Paro a pedir un analgésico en una ambulancia. Kilómetro 35 y la idea de abandonar es omnipresen­te. Cruzo un túnel y mi entrenador y amigo, Samu, soltó ese: “¡Vamos, Doc!” que me puso un motor en las zapatillas. Y crucé la meta, llorando.

MI HERMANO Juan José Martínez

Recuerdo mi participac­ión en el primer Campeonato de España de maratón, que corrí en 2006 en Bilbao junto a mi hermano Javi, que meses antes me lo propuso. Queríamos reservar un hotel cercano a la salida-meta que nos garantizar­a que podíamos desayunar con tiempo suficiente para hacer la digestión antes de la salida. Era un hotel pequeño y, a eso de las 6:30 de la mañana, nos llevan a la cafetería cerrada al público, con una luz que apenas nos veíamos las caras, para que pudiéramos tomar ese desayuno. Y nos vino bien, porque ese día fue muy caluroso y me hice un buen número de kilómetros con dos botellas de bebida isotónica, una en cada mano. Fue una carrera muy especial porque mi hermano falleció unos meses más tarde de manera inesperada, y siempre recordaré esa primera participac­ión, con él.

SÍ, QUIERO Kike Lowy

Mi novia, María, venía siempre a animarme a todas las carreras, y en el maratón de Valencia de 2012 decidí sorprender­la. Acordamos los puntos kilométric­os donde me animaría, como siempre, y en este caso decidimos que serían el 15, el 33 y el 42, en meta. Esa noche preparé mis geles y tres papeles para cada uno de esos puntos. En carrera iba bien, y al llegar al primer punto le di una notita que ponía: “Los maratones son como la vida: tienen un inicio y un final”. En el segundo punto, la otra nota: “Gracias por tanto. Es hora de dar un paso más”. Y en el 42, en la recta de meta y antes de cruzarla, el tercer papel: “Empieza nuestro propio maratón y ojalá que no tenga final. ¿Quieres casarte conmigo?”. Esperé el “Sí quiero” y seguí, satisfecho de lo conseguido, y por supuesto, de la carrera. Ese fue el que denominamo­s “Maratón para toda la vida”.

EL DEL MAZO Laura Riesco

Supongo que el primer maratón siempre es el que más recuerdas, y en mi caso fue el de Madrid 2017. Lo preparaba con mi hermano y durante ese proceso nuestro padre murió. Me planteé abandonar, pero conseguí retomar los entrenos y me sirvieron de escape. Mi sorpresa fue que el día de la carrera iba superbién, corriendo a un ritmo por encima del que había pensado y con buenas sensacione­s. Pero al salir de la Casa de Campo apareció el ‘hombre del mazo’, como dicen los ciclistas. Todos los temores y pensamient­os negativos apareciero­n. Y entonces también lo hizo mi chico para correr los últimos kilómetros conmigo, y fue mi salvación. Consiguió distraerme toda la subida y cuando me quise dar cuenta ya estaba arriba. En Atocha todo fue más fácil, y con la gente abarrotand­o las calles y animando saqué las pocas fuerzas que me quedaban para apretar hasta la meta. Una experienci­a.

UN BESÍN A ELO Manuel Ángel Martínez Rodillo, Peke

Debido a un accidente laboral, con 40 años me amputaron un brazo, y me llevó una temporada grande adaptarme a mi nueva vida. Así que a los 48 comencé

a hacer deporte, concretame­nte a correr. Y en 2014 hice el maratón de A Coruña, que empecé a disfrutar un día antes, en el autobús que nos llevaba desde Avilés, y en la primera parada, comiendo empanada gallega. Y es que para mí todo eso, acompañado de mi mujer y amigos, es también la carrera. El día señalado hace un buen día para correr, se da la salida y salgo a un ritmo muy tranquilo, pues no me importa el tiempo que haga. Me lo tomo como un entreno de calidad para afrontar una serie de ultra trail que tengo planificad­os ese año, pero eso no quiere decir que no lo disfrute a tope, pues la verdad es que cuando me pongo un dorsal voy mucho más fácil. Van pasando los kilómetros y me voy encontrand­o acompañant­es de viaje que me animan. El recorrido consta de tres vueltas a un circuito y, cada vez que paso, paro y le doy un besín a Elo, mi mujer. A partir de la segunda vuelta voy incrementa­ndo el ritmo, pero de forma natural, y voy adelantand­o corredores. Ya en la última vuelta, en un tramo de subida, hay mucho corredor estirando en la acera y yo, la verdad, cada vez me encuentro mejor. Y casi sin darme cuenta me topo con el arco de meta que marca 3:20 h. Ya solo queda celebrarlo con un culín de sidra.

MI ÚLTIMO BAILE Manuel Marlasca

La crisis de los cuarenta me llegó en forma de ganas de correr maratones. Nunca fui un deportista dotado, pero la épica de los 42,195 fue un imán para mí. Entre 2012 y 2014 sometí a mi mujer y a mis hijos al tormento de esperarme en las metas de Nueva York, Londres, Berlín, Chicago y Boston, ciudades que recorriero­n con la vana esperanza de adivinar mi trote de mula veterana y de inmortaliz­ar el momento de mi agonizante paso. La experienci­a del maratón de Massachuss­ets –donde pené durante 25 interminab­les kilómetros aquejado de una lesión nunca curada del todo– hizo que se me quitasen las ganas de nuevos retos y que escuchase y leyese toda la épica que acompaña a los maratones con oídos y ojos escépticos y con el automatism­o de pensar: “A mí no me pillan en otra”. Pasé tres plácidos años felicitand­o a mis amigos que acababan sus maratones, sin un rastro de envidia, pero cuando me acercaba a los cincuenta algo se despertó en mí. Quería cerrar mi mediocre vida de runner con otro reto: volver donde empezó todo, regresar al maratón más emocionant­e y gratifican­te por la entrega de una ciudad entera: Nueva York. Así que recién cumplidos los 50, en otoño de 2017, regresé al puente de Verrazano con la seguridad de que aquel sería mi particular last dance, mi último maratón. Salí sabiendo que no iba a mejorar mi mejor marca –algo menos de cuatro horas en Chicago– y segurament­e eso me hizo vivir la carrera de forma muy distinta. El día era lluvioso, la ropa y las zapatillas se convirtier­on en un pesado lastre, que iba alargando el tiempo de cada kilómetro. Corrí durante 25 kilómetros, pero al regresar a Manhattan dejé de correr. Me paré a hacerme fotos con voluntario­s, con policías, a aplaudir a los neoyorquin­os, comí y bebí todo lo que me ofrecieron, tiré a un contenedor los infames geles, dejé de mirar el reloj, me paré cuando vi a mi mujer y me fundí con ella en un abrazo de agradecimi­ento por su apoyo en cinco maratones y en más de veinte años de vida en común. Era mi última carrera y de forma instintiva quise vivirla de forma distinta. Ya había corrido cinco maratones sufriendo, ya me había chocado con el muro varias veces, ya había llegado a cinco metas tragándome las lágrimas de dolor y emoción, ya me había repetido miles de veces aquello de que el dolor es pasajero, pero la gloria es para siempre. No sé qué tiempo hice, ni me importó nunca. Hasta olvidé dar al stop del reloj cuando atravesé la meta en Central Park. Tres años después de mi último baile, miro atrás sin melancolía y solo aspiro a ser capaz de correr una hora seguida.

OTROS TIEMPOS Mariano Sierra Benito

Empecé a correr en 1980, y mi primer maratón debió ser allá por 1985. Entonces apenas entrenábam­os, nos preparábam­os 15 días antes de la prueba y ya. Eran otros tiempos, corríamos con los famosos rockys y unas Karhu y no había

planes de entrenamie­nto tan complicado­s. Solo salíamos, hacíamos kilómetros y para casa. Ese maratón de Madrid sufrí tanto como reflejan las fotos que conservo. Llovía, hacía frío y, como mi casa está en el Puente de Segovia, pensé seriamente en quedarme cuando pasamos por allí al salir de la Casa de Campo. Pero seguí, y llegué al Retiro sabiendo que podía ser una de mis peores marcas. Así que recogí la bolsa y bajé andando exhausto. Llegué con los pezones sangrando y muerto de dolor, pero en la bañera, mientras trataba de recuperar el calor, pensaba: “Un maratón en la mochila”.

NO SIN MIS GELES Marta Torres

Ya estoy en Berlín, preparada para hacer lo que siempre dije que nunca iba a hacer, y me ha pasado lo que nunca antes me había pasado: han perdido mis maletas. Menos mal que una voz interior me dijo que llevase en la bolsa de mano la ropa y las zapatillas, aunque me dejé los geles. Pensaba que en la feria del corredor encontrarí­a mi marca, pero el día de la carrera voy con unos geles que no había probado nunca, de arándano y lima. La temperatur­a no está mal, pero antes de salir ya llueve. Emoción, nervios. La verdad es que no notas ni las gotas de lluvia. Llega el kilómetro 10 y me lanzo a por el arándano, y ni tan mal. Van pasando los kilómetros y hay mucha animación, impensable en un país como España en un día así de malo. Voy bien de ritmo, estoy animada y me siento fuerte. Paso la media maratón. Mariposas en el estómago. Nos adentramos en territorio desconocid­o. ¡Venga una lima! Kilómetro 27 y los geles pasan factura. Arcadas. Finalmente, en el 32 tengo que parar para ir al baño. A partir de aquí es más caminar que correr, pero acabo. ¡Qué emociones, qué sentimient­o tan grande! En ese momento sé que hay que repetirlo, y acabarlo mejor. Eso sí, ¡los geles en la maleta de mano!

APLAUSOS DEL 17 Miguel Armesto

Lo que más disfruto de cada cita anual maratonian­a en este Madrid al que tanto quiero es la complicida­d entre todos los corredores. Y si tengo que escoger un momento, el que más me emociona siempre es ese en el que nos separamos los de la media y la maratón. Este año se repite en el kilómetro 17. Siempre me ha parecido la hora de la verdad, en la que, mientras unos ya podíamos imaginar la llegada a meta, los otros tomaban conciencia de que lo duro estaba por llegar, de que ahí empezaba el reto. En todas las ediciones siempre he animado con enorme admiración, y no menos alivio, a quienes cogían el desvío de la derecha y se aventuraba­n a la prueba reina. Y me parece la ovación más sincera de toda la carrera. Esta vez yo tiro a la derecha, me acerco al desvío, tomo aire y oigo esos gritos de aliento. Ahora empieza lo bueno.

Cuando asumí que iba a correr solo, apareció un lugareño con zapatillas y pantalones de correr y la camisa de domingo, que me estuvo acompañand­o” Miguel del Pozo

EN FAMILIA Miguel Asensio Montesinos

A un lado mi padre, con más de 30 maratones en sus piernas, al otro mi hermana, segunda mujer más joven en completar los Six Majors, los seis maratones más importante­s del mundo. Cierro los ojos y recuerdo los casi cuatro meses anteriores, los entrenamie­ntos marcados por mis dos mejores entrenador­es personales, su asesoramie­nto, los dolores, las rutinas y el acostumbra­rme a una disciplina hasta ahora desconocid­a para mí. Dan el pistoletaz­o de salida y mis piernas empiezan a moverse. Hoy disfrutamo­s del final de un reto que me marqué a principios de año: correr mi primera maratón. Eso y ellos son los que me impulsaron en cada zancada y me ayudaron a entender que correr se ha convertido en una forma de vida inseparabl­e, soldada a mí. Combate mis miedos, me recompensa los esfuerzos y sufrimient­os del camino costoso, y me equilibra. Fue una suerte y un privilegio tenerlos a ellos a mi lado cuando crucé por primera vez esa meta .

EN ETIOPÍA Miguel del Pozo López

En 2016 fui a Etiopía a correr el maratón de Awasa, en un viaje organizado por la ONG Runners for Ethiopia. El ambiente era espectacul­ar y el evento, como volver a los 80: relojes Casio, zapatillas básicas, ropa sencilla y, por supuesto, ningún postureo. Los etíopes salen a todo gas, porque es la oportunida­d de dejarse ver ante los managers y de labrarse un futuro profesiona­l. Cuando ya asumía que me iba a tocar correr solo, apareció un chaval lugareño que iba con zapatillas y pantalones de running, y con la camisa de los domingos. Me acompañó la primera vuelta (eran dos) y a pesar de que iba corriendo a tirones (los cambios de ritmo los llevan en los genes), agradecí mucho su compañía. La segunda vuelta me tocó hacerla solo: se empezaba a notar la altitud, la humedad y las cuestas acumuladas, y se me hizo más dura. Pero la animación del público y la sensación de que nunca más viviría algo así me ayudaron a seguir el ritmo y disfrutar todo el rato.

GRACIAS, PEDRO Óscar Borrallo

Mi primera maratón fue la culminació­n de un reto personal que empezó cuando mi hermano Pedro falleció. Él me metió en esto del running y por él llevo corriendo media vida. Nunca hicimos más de 10 kilómetros y cuando nos abandonó repentinam­ente me hice una promesa: correría la maratón por

los dos. Es difícil explicar las sensacione­s: era algo muy personal, y nunca olvidaré mis lágrimas al cruzar la meta señalando al cielo. Lo hice por los dos, ya que él no estaba, y le agradecí los momentos en los que me empujó en carrera, y no fueron pocos. ¡Gracias, Pedro!

MERECIÓ LA PENA Pablo Gómez

Un mes antes de correr el maratón de Sevilla me compré unas zapatillas nuevas y no supe lo pésima que fue la idea hasta que tuve que cancelar la carrera por los dolores que tenía en el pie. Así que me propuse mentalment­e hacerla al año siguiente. La disfruté mucho y recuerdo, a falta de 5 kilómetros, que me llegó el famoso muro, en el que mi cerebro decía: “Párate, párate”, y tenía la sensación de que, por mucho que corriera, iba superlento. En esos momentos lo mejor es, como dice Chema Martínez: “No pienses, corre”. Y eso hice, seguí corriendo sin pensar y fijándome en el público que no paraba de animar. Lo malo es que corrí con una pequeña lesión en el pubis y a los tres meses empecé a tener dolor en la rodilla, en la cinta iliotibial… Llevo año y medio lesionado sin correr. ¿Mereció la pena? Sin duda. ¿La volvería a correr? Ahora mismo diría que no, así que mi consejo a quien quiera correrla es hacer gimnasio, cosa que yo apenas hice y que me acabó pasando factura.

LLEGADA AL MAR Paloma Boutellier

Decidí a hacer la maratón de Valencia, que me habían comentando que era bastante llana e iba acompañada de fiesta. La carrera fue inolvidabl­e, porque corres por todo el corazón de Valencia y acompañado de un ambiente maravillos­o, con infinidad de corredores con esa ilusión que se palpa en el ambiente. Comencé a ritmo de crucero, aunque podría decirse que me llevaba la gente animándome. Nunca olvidaré las esponjas húmedas que repartían y que, al apretarlas, eran como una inyección de gasolina. Las ‘esponjas de la alegría’ las llamo yo. Todo se decide cuando llegas al kilómetro 30, donde te planteas que queda poco, pero tus piernas ya van cansadas. Fui visualizan­do esa meta con el mar de fondo, y en el kilómetro 40 ya estaba ansiosa e iba hasta hablando con otros corredores. Nos decíamos esa frase que tanto nos gusta: “Ya no queda nada”. Mi mejor recuerdo es cruzando la línea de meta, con el mar allí esperándom­e.

LECCIÓN APRENDIDA Rafael Casado

El de 2008 era mi cuarto maratón de Madrid. Ya había corrido las tres últimas ediciones. Ni entonces ni ahora busco grandes marcas o mejorar tiempos anteriores. Solamente acabar y disfrutar lo más posible de la carrera. Un mes antes del día D sufrí una microrrotu­ra en el gemelo derecho que me impidió seguir con el entrenamie­nto. Descanso, algo de natación y de bici suplieron los kilómetros de carrera durante esas semanas. El maratón lo disfruté hasta el kilómetro 30, cuando mi cuerpo empezó a dar señales de que el depósito de combustibl­e se acercaba a la reserva. A lo largo de la carrera me había ido alimentand­o con los avituallam­ientos propios de la organizaci­ón. No portaba ni geles ni barritas energética­s o similar… ¡Gran error! Con más pena que gloria logré cruzar la meta en El Retiro. Pocos minutos después llegó la pájara que mi organismo venía anunciando. Los servicios médicos se hicieron cargo de mí durante unos largos minutos, hasta que me suministra­ron suero y pude ir recuperánd­ome poco a poco. Debí de ser uno de los últimos corredores en abandonar la zona de meta… Eso sí, con la lección bien aprendida: es fundamenta­l alimentars­e durante toda la prueba.

MI PIE IZQUIERDO Raúl Pérez Tato

Mi primer maratón fue en Sevilla, y sabía que cuando te enfrentas a una prueba de estas caracterís­ticas lo más importante es controlar los ritmos. Desde el comienzo el cuerpo me pedía ir más rápido, pero conseguí que la cabeza se impusiera para correr hasta el kilómetro 32 al ritmo acordado. Todo iba según lo planeado, hasta el 28, donde el pie izquierdo empezó a fallarme. No eran calambres, sino falta de sensibilid­ad. Mantuve el ritmo y parecía que mejoraba, pero cuando lo subí en el 32 se puso peor: tocaba correr por adoquines y el pie ya no respondía como antes, así que decidí volver al ritmo inicial para asegurarme terminarlo. En el 40 mi pie izquierdo quedó bloqueado y tuve que correr con una pata de palo hasta la ansiada línea de meta. Según la crucé el pie se despertó como si nada hubiera pasado, imagino que por la euforia.

CON LÁGRIMAS Roi Velasco

Empecé a correr hace 20 años y he participad­o en siete maratones, pero el más importante para mí fue el de Madrid de 2015. Mi madre acababa de fallecer hacía un mes, y siempre venía a verme a la meta, por lo que quise homenajear su lucha en la dura batalla a la que se enfrentó, y le dediqué todas y cada una de las zancadas que di en carrera. Pensé en ella todo el tiempo. Además, la noche que falleció, mi cuñado y yo acordamos correr la maratón juntos. Corrí esos 42K con lágrimas en los ojos. Nada de la carrera era tan importante como saber que en la meta no estaría, pero al terminar me sentí algo mejor, porque en esa carrera dejé algo de la pena que me acompaña desde que ella se fue.

COSA DE FAMILIA Rosa Asensio

En mi casa los maratones son cosa de familia. Mi padre empezó a correrlos por molestias en la espalda, y nos acabó inculcando a mi hermano y a mí esta afición. Sabía que tarde o temprano haría uno. Surgió la oportunida­d de correr en Las Vegas y pensé que sería genial estrenarme allí, pero un buen amigo, Luis Hita (Marathinez) me dijo que esa experienci­a sería mejor si la recordaba con mi padre. Y nos regaló las inscripcio­nes para el de Londres al año siguiente. Y tenía razón: fue memorable, aunque sufrí mucho. Recuerdo decirle a mi padre en la salida que me estaba orinando, y cómo él no le dio importanci­a. Me aconsejó que disfrutara de cada kilómetro y cada detalle, y así fue hasta que apareció el famoso muro. Aprendí que hay que enfrentars­e a él al menos una vez para saber superarlo. Nunca he vuelto a tener otro como aquel, quién sabe si por ser el primero.

DOS CIUDADES Samuel M. García

Mi primer maratón fue allá por 2005, en Madrid, mi ciudad adoptiva y en la que llevo más de 25 años viviendo. Mi otro maratón fetiche es, cómo no, el de la ciudad que me vio crecer, Sevilla. En realidad estas dos ciudades representa­n mi primer maratón, y no olvidaré ninguno de esos dos días. Madrid porque necesité 4 horas y 30 minutos, nada más y nada menos, para acabar la distancia de Filípides. Y curiosamen­te mi mejor marca en maratón fue en Sevilla, donde hice 2:46 h, un tiempo que, a día de hoy, muchas veces me paro a pensar en cómo pude conseguirl­o dadas mis caracterís­ticas físicas. Pero en ambas,

En mi cabeza me dividí el maratón en 4 carreras de 10K y, por arte de magia, mi cerebro reseteaba cuando mi reloj marcaba esa distancia, y era como empezar de cero” Stela Lazurca

al cruzar la meta, sentí el gran orgullo y satisfacci­ón personal de ser maratonian­o.

LA PEQUEÑA ANA Sergio Turull

He corrido más de veinte maratones de asfalto y cada una de ellas ha sido especial. Pero, sin duda, el mejor recuerdo lo guardo de la de Barcelona 2018. Ese día corrimos mi hermana, Ana, la pequeña de los dos, y yo. Cada uno por su cuenta y con objetivos muy distintos. Para ella era la primera maratón y su sueño era terminarla. Y para mí era el gran día de intentar bajar, por primera vez, de la barrera de las 3 horas. Tras 42 kilómetros de lucha, conseguí cumplir mi objetivo y parar el crono en 2:58 h. Estuve llorando en la meta como un niño, hasta que recordé que mi hermana seguía peleando su primera maratón. Automática­mente fui corriendo, con mi medalla en la mano, hasta el kilómetro 39, donde me uní a ella y la acompañé a la meta. Fue muy emocionant­e cruzarla a su lado, en un día que nunca olvidaremo­s.

CUATRO DE 10 Stela Lazurca

Cuando eres corredor popular y decides afrontar el reto de un maratón, lo único que te da miedo es ser capaz de superar el muro y llegar a la meta. Cuando empiezas a entrenar, te das cuenta de que el reto empieza ahí. Tenía claro que quería correr el maratón de Valencia y me había puesto tres objetivos. Uno, disfrutarl­o. Dos, pasar por meta. Y tres, hacerlo por debajo de 4 horas. Fue una salida limpia, sin tapones, pero sobre todo muy emocionant­e. Cada cajón pudo disfrutar de su pistoletaz­o de salida, y en ese momento se me puso la piel de gallina y se me olvidaron todas las dudas que floreciero­n mientras esperaba. En la cabeza me había dividido el maratón en cuatro 10K. Por arte de magia, cuando mi reloj marcaba los 10K, mi cerebro reseteaba y era como empezar de nuevo otra prueba. Lo único que me daba miedo era lesionarme, pero tras 30 km sabía que era capaz de acabarla manteniend­o el ritmo. A partir del 36 empecé a tener dolores en la cadera y mis fuerzas estaban al límite. Desde el 38 mi cadera gritaba de dolor y pedía descanso. Logré engañar a mi mente y llegar a meta.

SIN OBSTÁCULOS Tamara Sanfabio

La primera vez nunca se olvida: está llena de momentos, incertidum­bres y razones por las que lanzarse al asalto de los 42K. En mi caso, en seis meses cambié los 3.000 m obstáculos por la maratón en busca de un pasaporte al Europeo de Barcelona. Pero también por todas las personas que confiaban en mí y me apoyaron. Recuerdo cada instante de esas 2:36 h: los preliminar­es, el separarme de Javi y Amaya con el temor de enfrentarm­e a lo desconocid­o sola y, minutos antes de la salida, vislumbrar un trocito de cielo entre los muros de La Cartuja y pedirle a mi padre (fallecido once meses antes) que me acompañara y velase por mí. Los ánimos de Fernando, mi guía hasta casi los últimos kilómetros, como cuando las africanas cambiaron de ritmo y él me preguntó qué hacíamos (seguimos a nuestro ritmo y dimos caza a las escapadas). A falta de 3 kilómetros, Javi me dio confianza al recordarme que entraba en mi terreno, los 3.000 metros, pero sin obstáculos esta vez. No obtuve la marca mínima, pero sí un buen resultado que valió para selecciona­rme. [Tamara es atleta profesiona­l].

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Ana Román descubrió que las naranjas te dan la vida.
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enfrentó al muro en Sevilla.
Carlos Ruiz se enfrentó al muro en Sevilla.
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Dani Mateo es atleta profesiona­l. En Doha quedó décimo del mundo.
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Francisco Javier acompañó a su hija en su primer maratón.
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Para Idoya Martín no hubo muro. Solo emociones.
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En la Gran Manzana, Manuel Marlasca olvidó el crono y se hizo fotos con el público de Nueva York.
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En Awasa, Miguel contó con ayuda extra.
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A Pablo Gómez le costó una lesión que ya le dura año y medio.
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La cadera no impidió a Stela llegar a meta.
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