Runner's World (Spain)

FINLANDESE­S VOLADORES

Lasse Virén es solo uno de los nombres de una distinguid­a serie de atletas de ese país que han sobresalid­o en el atletismo de fondo.

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HANNES KOLEHMAINE­N

Ganó tres medallas de oro individual­es (10.000, 5.000 y 3.000 m) y una de bronce con su equipo (en la modalidad de campo a través) en los Juegos Olímpicos de 1912, en Estocolmo. Su victoria en la maratón de Amberes en 1920 le valió su cuarto oro olímpico. En 1952, cuando Helsinki fue la capital anfitriona de los Juegos Olímpicos, Kolehmaine­n y su sucesor Paavo Nurmi, encendiero­n la antorcha olímpica.

PAAVO NURMI

El más famoso de todos, ganó nueve oros olímpicos (y tres medallas de plata) entre 1920 y 1928. También logró veintidós récords mundiales en distancias desde los 1.500 m a los 20 km. Intenso y obsesivo, corría con un cronómetro en la mano, siempre hambriento de victorias. “La mente lo es todo“, dijo. “Los músculos son piezas de goma. Todo lo que soy lo he logrado gracias a mi mente”.

VILHO ‘VILLE’ EINO RITOLA

Ganador de cuatro platas olímpicas como subcampeón tras Nurmi, además de lograr dos oros con su equipo y otros tres individual­es: carrera de obstáculos y 10.000 m en 1924, y 5.000 m en 1928. Su botín de seis medallas en los Juegos de París de 1924 sigue siendo lo más grande que ha conseguido nunca en unos Juegos un atleta de pista. Y hay que recordar que empezó a entrenar en serio con 23 años.

TAISTO MÄKI

De los pocos en acercarse a Nurmi en calidad. La II Guerra Mundial le impidió demostrar su valía en unos Juegos: su mayor triunfo fue el oro en 5.000 m en el Campeonato Europeo de 1938. El Pastorcill­o de Rekola fue un prolífico rompedor de récords mundiales. Solo en 1939 estableció cinco, uno de los cuales fue 29:52,6 min en los 10.000 m, la primera vez que un atleta los recorría en menos de 30 minutos.

14 hombres se situaron en la línea de salida para correr la final de los 5.000 m. Virén, con el número 301 en su camiseta azul, estaba casi al extremo. Dos atletas soviéticos, Enn Sellik y Boris Kuznetsov, lideraron la carrera tras el pistoletaz­o de salida. Virén se abrió bruscament­e en la curva y, a partir de ahí, corrió pegado al bordillo, fiel a su séptima posición. El pegarse al bordillo formaba parte de su estrategia: rarísima vez corría un metro más de los necesarios. Los beneficios de aquella técnica eran sorprenden­tes.

LUCHANDO HASTA LA LÍNEA DE META No obstante, el plan de Virén consistía

en agotar la energía de las piernas de los más rápidos y mantenerse él lo suficiente­mente fresco como para proclamars­e vencedor tras un devastador kilómetro final. Evitó también al máximo ser él quien marcara el ritmo, y dejaba que fueran otros quienes hicieran el trabajo. En la segunda vuelta, Foster se hizo con la carrera. Llegaron hasta los 2.000 m en un tiempo de 5:26,39 min. A partir de ahí, Foster fue quedando atrás. Era demasiado astuto como para hacerle el trabajo pesado a Virén. Y este tomó las riendas, pero, para sorpresa de todos, no aceleró. Seguía deseando que fuera otro el que comandara la prueba. En torno a los 3.000 m, que alcanzaron a un ritmo lento en 8:16,3 min, Virén cedió el liderazgo a Foster. Este aumentó el ritmo durante 200 metros para después bajarlo, lo que fue aprovechad­o por Hildenbran­d para tomarle la delantera. Virén permaneció en su puesto. El número de vueltas realizadas iba subiendo y, con cada una de ellas, los más aventajado­s ganaban confianza. Quizás Virén estaba subestiman­do la carrera. Entonces fue cuando tomó la decisión de pasar al plan B, que consistía en tomar el mando. Cuando aún quedaban tres vueltas, avanzó suavemente y pasó del séptimo puesto a rozar el hombro de Hildenbran­d. Entonces, cuando parecía que iba a hacer una pausa para decidir su próximo movimiento, se puso al frente.

El pelotón de corredores se fue espaciando: los rezagados abandonaro­n la contienda. El resto enseguida volvieron a agruparse. Cuando aún quedaban 600 m, Virén corría a un ritmo de 60 segundos por vuelta, pero aún había hasta diez corredores disputándo­se el sonido de la campana. Apenas había 5 metros entre los seis primeros, pero era Virén quien tenía el control de la situación. No se le veía forzando nada: su zancada era igual de sosegada, rentable y grande que siempre. Al ver la escena, uno piensa que, en cualquier momento, los demás corredores lo asaltarían, pero no lo consiguier­on, puesto que Virén siguió aumentando el ritmo.

Stewart fue el primero en atacar, en la recta más alejada de la meta. Después llegó el turno de Foster y Di xon, que adelantaro­n a Stewart cada uno por un lado. Di xon avanzó hasta alcanzar el hombro de Virén. Los dos hombres rápidos estaban perfectame­nte posicionad­os para contraatac­ar, aunque Virén permaneció al frente con la voluntad tranquila e implacable de un hombre que sabe que, mientras no afloje, todo ataque se puede neutraliza­r.

Conforme se aproximaba­n a la curva, Hildenbran­d, corriendo por la calle 2, tomó la delantera a Dixon. Con tan solo veinte zancadas pasó de ir el quinto a ocupar casi la primera posición. Su mente ya saboreaba el oro, pero Virén no le dejó pasar. En vez de ello, el finlandés mostró a todos el camino en la curva, aun corriendo suave, y siempre pegado a la cuerda. Dixon resurgió de nuevo, pero, antes de que sobrepasar­a a nadie, Quax se unió al ataque. Su ímpetu lo llevó a adelantars­e a Di xon. Hildenbran­d y Foster estaban a escasos segundos, y él logró llegar a la altura de Virén. Quax estaba convencido de que la carrera ya era suya. Corría invadiendo carril y medio más que Virén, quien nunca se apartaba de su zona, mientras que Di xon, que luchaba por volver a la altura de Quax, seguía corriendo por fuera. Todos ellos se prepararon para el esprint final.

Durante unos 15 metros, los cinco corredores en cabeza parecían estar formados inamovible­mente: Virén, Quax, Dixon, Hildenbran­d y Foster. Sus posiciones daban la sensación de ser fijas. Ninguno tiraría la

En la grabación se aprecia cómo la esperanza desaparece de los ojos de sus rivales

toalla, pero ninguno lograría avanzar. En ese momento, uno por uno, se fueron debilitand­o y abandonand­o sus posiciones. Todos, excepto Virén. En las filmacione­s se ve cómo la esperanza se borra de sus ojos. Quax iba boquiabier­to; Hildenbran­d avanzaba haciendo muecas; la cabeza de Dixon iba tan inclinada hacia atrás que casi podía ver a Foster agitándose tras él. Solo Virén estaba perfectame­nte equilibrad­o: tenso, elástico, impulsándo­se con los brazos hacia delante y corriendo con suavidad.

Con su cabeza inclinándo­se solo en las ultimísima­s zancadas, Virén cruzó la línea de meta segundo y medio antes que Quax. Di xon parecía que iba a volver a casa con el bronce, pero Hildenbran­d le pasó volando y entró en la meta una fracción de segundo por delante de él. Seis metros separaron a los cuatro primeros vencedores, con Foster a otro metro por detrás para hacerse con la quinta posición. Virén había corrido los últimos 400 m en 54,8 segundos, los últimos 800 m en 1:57,5 min y los últimos 1.500 m en 3:41 min. Los perdedores parecían estar en shock. Di xon se fue directo a su habitación y lloró amargament­e. ¿Y Virén? Dieciocho horas después estaba en acción de nuevo, yendo a por su tercer oro en la maratón.

UNA APUESTA ARRIESGADA Aquella fue su primera incursión en

las carreras de distancia, al igual que en su día lo había sido para Emil Zátopek cuando completó su todavía inigualabl­e triplete (los 5.000 m, los 10.000 m y la maratón) en Helsinki en 1952. Sin embargo, Zátopek había tenido dos días para recuperars­e antes de su maratón y no había tenido que correr una serie de 10.000 m. Virén ‘solo’ logró hacerse con la quinta posición, tras llegar en 2:13:10 h. Zátopek lo contempló con alivio en Praga.

Aun cuando Virén estaba decepciona­do, volvió a Finlandia con una gloria más que suficiente por toda una vida dedicada al deporte. Ni siquiera Zátopek (que se hizo amigo de Virén) había logrado el doble doble. Y aunque Virén continuó corriendo, su aura de invencibil­idad una vez más lo abandonó abruptamen­te. Fue como si su hambre de victorias se hubiera saciado. Terminó el quinto en los 10.000 m en los Juegos de Moscú cuatro años después, pero más adelante cambió su foco de atención y volvió a centrarse en sus raíces finlandesa­s. Como atleta, ya no le quedaban mundos que conquistar.

¿Y qué había de ese ‘extra de sangre’? Las acusacione­s seguían en el aire, aunque

nadie había podido demostrar nada. El propio Virén, preguntado al respecto en muchas ocasiones, siempre negó haberse sometido a prácticas de dopaje sanguíneo. Una revista alemana llegó a ofrecerle un millón dólares por reconocerl­o, pero él lo rechazó.

La cosa sigue siendo simple: no hay prueba alguna. Siempre lo ha negado. Todos sus logros pueden explicarse de otra forma. Tenía un físico soberbio: piernas largas, pulmones grandes, un corazón enorme y un equilibro perfecto. Además, fue de los que primero apostaron por los entrenamie­ntos en altura y de los que más recurriero­n a ellos. Así, desarrolló una capacidad excepciona­l para transporta­r oxígeno. En reposo, su pulso era de 32 latidos por minuto, y su hemoglobin­a se situaba a mitad de camino entre los 15,4 y los 15,6 g/dl. Su médico. Pekka Peltokalli­o, quien sí admitió haber transfundi­do con su propia sangre a Ala-Leppilampi, negó haber realizado la misma práctica con Virén, y dio a conocer esas cifras como prueba de que el finlandés no necesitaba recurrir al dopaje sanguíneo. “No vale para nada añadir glóbulos rojos cuando el nivel de hemoglobin­a de una persona ya está por encima de 15”, insistía el sanitario.

Basta con ver las imágenes de Virén corriendo para que uno se dé cuenta de que quizás era cierto que no necesitaba ayuda intravenos­a. La economía de su movimiento es sobrecoged­ora, al igual que su perfecta forma. Tal y como Bjorkland dijo una vez, no había pérdida de movimiento alguna. “Corría con la barriga, con el mismo ombligo“. Virén combinaba su talento natural con una inteligenc­ia brillante y una capacidad heroica para resolver los problemas. Chris Brasher, quien conocía bien tanto a Virén como el mundo de los deportes de resistenci­a escandinav­os, era inequívoco: el dopaje sanguíneo, dijo, “ha sido puesto en práctica por otros, pero no por Virén. Estoy seguro”. Uno puede estar o no de acuerdo, pero antes de pronunciar un veredicto hay que ver una vez más ese momento decisivo en Montreal el 30 de julio de 1976. Por mucho que cada cuál diga lo que quiera sobre Lasse Virén, algo está claro: sabía bien cómo correr. Richard Askwith es un periodista británico amante del running y autor de una biografía sobre Emil Zátopek.

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 ??  ?? De izquierda a derecha, Virén dejando que Brendan Foster corra al frente en la final de 5.000 m en Montreal; con las zapatillas en las manos, tras la final de los 10.000, y sosteniend­o una de sus medallas.
De izquierda a derecha, Virén dejando que Brendan Foster corra al frente en la final de 5.000 m en Montreal; con las zapatillas en las manos, tras la final de los 10.000, y sosteniend­o una de sus medallas.
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El día después de ganar el oro en los 5.000 m en los Juegos Olímpicos de 1976, Virén corrió su primer maratón. Terminó quinto, en 2:13:10 h. El alemán oriental Waldemar Cierpinski (extremo derecho) ganó con un tiempo de 2:09:55 h.

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