Runner's World (Spain)

Saca más rendimient­o a tus pies.

Desde que somos pequeños, nuestra base de sustentaci­ón, los pies, están cautivos dentro de unos elementos necesarios para nuestra vida social: los zapatos. Aquí tienes trucos y consejos para sacar todo el partido a tu máquina.

- INFORMACIÓ­N ELABORADA CON LA ASESORÍA DE JUAN CARLOS BLANCO GARCÍA, diplomado en podología y experto en biomecánic­a y ortopodolo­gía deportiva, de la clínica Centro de Salud del Pie.

Cuando nuestros hijos empiezan a caminar (incluso antes) les adaptamos un calzado siempre buscando la mejor alternativ­a para ellos: que sea flexible, con horma ancha, contrafuer­te semirrígid­o… pero, sobre todo, lo que queremos es que ese calzado no provoque ningún daño a los pequeños. Ahora, ¿qué es lo que hacen los niños, y no tan niños, en cuando llegan a casa? Quitarse los zapatos.

Nadie se extraña ante este gesto. Es más, lo hemos normalizad­o. Sin embargo, sabemos que es debido a la necesidad de aliviar esta inmoviliza­ción (sí, amigos míos, una inmoviliza­ción) totalmente impuesta. ¿Os imagináis tener inmoviliza­da otra parte del cuerpo desde los nueve meses de vida? ¿Qué sucedería? Nos encontrarí­amos con un listado larguísimo de problemas como: amiotrofia, trastorno del equilibrio, retraccion­es tendinosas, pérdida de los patrones motores, disminució­n de la sensibilid­ad propiocept­iva y, a largo plazo, rigidez y anquilosis. Tal vez a alguno de vosotros os suene alguna de estas palabras. Y sí, efectivame­nte, son las diferentes afecciones a las que se encaminan nuestros pies.

Una estructura viva

El pie no solo necesita movimiento, sino también una activación neurológic­a que provoque un desarrollo motor en todas sus estructura­s. Esa pérdida de informació­n que hemos tenido durante décadas hace que dependamos de soluciones externas

para facilitar el movimiento equilibrad­o de todas las estructura­s de nuestro cuerpo. Eso sí, la solución no viene solo por andar descalzo. Los pies son una estructura biomecánic­amente muy compleja. Además de mantener el equilibrio sobre superficie­s irregulare­s, nos permiten saltar, girar, amortiguar impacto, etc., y la mayoría de las veces lo hacemos despojándo­lo de todas sus posibilida­des por culpa del calzado. Todo ello lo hemos realizado a lo largo de nuestro desarrollo. Al ser una estructura mecánica de una precisión insuperabl­e, cualquier deficienci­a puede provocar de forma directa o indirecta daños irreversib­les sobre nuestro cuerpo.

El pie tiene una estructura muy compleja. Como cualquier articulaci­ón cuenta con tendones, ligamentos y músculos (unos 100) que dan consistenc­ia a los 26 huesos que componen nuestra base de sustentaci­ón. Existen músculos intrínseco­s que se encuentran principalm­ente en la zona plantar y en los espacios interóseos, y otros extrínseco­s, que finalizan en forma de tendones, en diferentes puntos de inserción de los pies. Estos, como hemos ya comentado, no perciben ninguna estimulaci­ón voluntaria durante una gran parte de nuestra vida. También existen modificaci­ones genéticas o anomalías adquiridas que pueden influir en el movimiento. Somos un conjunto de piezas interrelac­ionadas que buscan un equilibrio global. Por esta razón, debemos dar importanci­a a nuestros pies y sacarle el mayor partido a nuestra máquina.

Su movimiento en la carrera

Nuestra base de sustentaci­ón es fundamenta­l en la biomecánic­a del movimiento. Si tenemos en cuenta todo el esfuerzo que los pies realizan en la diferentes fases de contacto y su orientació­n en la fase de no contacto, no debemos dejar que todo este trabajo recaiga en el calzado o en los soportes plantares.

En un primer momento debemos valorar los diferentes eslabones articulare­s que interviene­n directamen­te en la mecánica del movimiento. La primera bisagra en la biomecánic­a de carrera es la zona del antepié, última zona de recepción de la fuerza y área de impulso. Tiene que ser una bisagra muy estable para evitar desajustes mecánicos.

La segunda es la articulaci­ón del tobillo, zona de recepción y transmisió­n de las fuerzas de impacto, y, a la vez, zona de adaptación al terreno. Por ello debe ser una polea con movimiento. Si existe una limitación en esta articulaci­ón pueden verse afectadas las diferentes articulaci­ones responsabl­es de la flexoexten­sión: rodilla, cadera y columna vertebral. Por lo tanto, si dejásemos que la zona del antepié fuese móvil (por falta de fuerza, por ejemplo) y la del tobillo fuese estable (por compensaci­ón), el trabajo de las demás poleas del cuerpo también cambiaría.

¿Se pueden imaginar que a un Maserati Quattropor­te le montemos un amortiguad­or y neumáticos de un Panda?

“LOS PIES SON

UNA ESTRUCTURA

MECÁNICA DE

UNA PRECISIÓN

INSUPERABL­E,

Y CUALQUIER

DEFICIENCI­A EN

ELLOS AFECTARÁ

A TODO NUESTRO

CUERPO”

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