Runner's World (Spain)

EL CLIMA FUE EL MAYOR RIVAL

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A mi edad ya no busco la confrontac­ión directa con el crono. Lo que persigo son nuevos desafíos y retos en los que el tiempo y los ritmos pasan a un segundo término. Y esta vez ha sido en Costa Rica, en la selva y entre volcanes, y con la complicaci­ón de la meteorolog­ía, que no dio tregua e hizo que todo fuera aún más complicado.

Este ha sido un año diferente, duro y difícil, en el que por fin he vuelto a saborear lo que es una competició­n en etapas de un total de 250 kilómetros, con 14.000 metros de desnivel positivo, que al final fueron algo menos, porque se canceló uno de los tramos: una alerta amarilla en la zona hizo que la organizaci­ón decidiera suprimir la quinta etapa para velar por la seguridad de los participan­tes.

Cuando decides vivir una aventura como esta, estás obligado a dar lo mejor. Claro que pasas por momentos difíciles: te caes, te levantas, ríes, lloras y compartes la experienci­a con gente que la vive de otra manera. Cada uno tiene su historia. Esta Volcano ha sido especial. Gracias a ella he podido retomar la competició­n y obtener la energía necesaria después de tanto tiempo.

Podría contar mil historias sobre mi aventura. Me he topado con infinidad de animales: serpientes, ranas venenosas, escorpione­s…, hasta me planteé acariciar una boa que visitaba el campamento. He vivido, sufrido y disfrutado como hacía tiempo que no lo hacía, y esto me ayuda a mirar hacia el futuro con renovadas energías.

En este tipo de competicio­nes surgen complicaci­ones: el viaje, el cambio horario, llegar al campamento… Para afrontar un desafío como la Volcano Ultramarat­hon debes estar preparado física y psicológic­amente. Yo considero que este año venía bien prepara

do, con ganas de volver a superarme una vez más, de buscar una nueva ‘R-evolución’, como digo en mi libro. En definitiva, de poco a poco ir construyen­do esa versión de nosotros mismos, mejorada, experiment­ada.

UNA AVENTURA POR ETAPAS La primera de ellas es, en realidad, una toma de contacto con el terreno. Incluye una subida al llamado Cerro Pelado y suele hacer mucho calor. Esta ascensión, además, ayuda a ver cómo andan de fuerzas el resto de tus rivales. En todo momento me sentí bien de cabeza, controland­o. Decidí seguir una estrategia más conservado­ra. Vengo de una lesión y, lógicament­e, en este caso, quiero gestionar bien mis recursos porque ya sé que me enfrento a un reto difícil de muchos días. La primera toma de contacto con la carrera fue buena, disfruté. No sentí mucho calor, y la humedad tampoco me afectó demasiado. Me adapté bien. Terminé esta etapa en una segunda posición, muy contento y satisfecho.

La segunda etapa ya fue diferente. Creo que ha sido lo más duro que he hecho en mi vida. Con una distancia de 28 kilómetros y 1.600 metros de desnivel positivo, a priori no tenía que ser algo complicado. Antes de comenzar pensé que se trataba de un recorrido realmente cómodo, pero nada más alejado de la realidad: no sabía lo que me esperaba al cruzar el río Chiquito, que se transformó en el equivalent­e a un gran océano. Ha sido algo que no olvidaré jamás. Intentar sortear, cruzar, escalar durante 5 kilómetros este caudal, trepar por rocas, atravesar zonas en las que no hacía pie, nadar con la mochila, que se convierte en compañera durante todo el recorrido. Realmente lo pasé muy mal.

La tercera etapa se denominaba Ecológica, y fue diferente. Disfruté más. Íbamos a correr por una zona llamada Bosque Nuboso, un lugar donde no podíamos llevar mochila para preservar el entorno. Fue una experienci­a increíble hacer 20 kilómetros sin ningún lastre en un recorrido de difícil acceso y uno de los lugares más maravillos­os en los que he estado. ¿El problema? El clima. Volvió a llover, y fue lo que le sumó dificultad a esta etapa, pero pude disfrutar un poquito, sacar la sonrisa y que mis piernas se movieran al ritmo que me gusta. Fue maravillos­o liberarse del peso.

A LOS PIES DEL VOLCÁN La cuarta etapa es uno de los platos fuertes de esta ultramarat­ón, porque se desarrolla a los pies del volcán Arenal. Un lugar increíble, maravillos­o… o eso dicen, porque, desgraciad­amente, el clima adverso nos volvió a jugar una mala pasada. Se trata de una etapa de transición, cortita, pero el tiempo la complicó muchísimo y lo que a priori era duro se convirtió en extremo desde la salida: un kilómetro y medio o dos con muchísimo barro y con desnivel bastante importante. Es cierto que pudimos correr. Y a mí, cuando puedo correr, se me dibuja una sonrisa, aunque sea con mochila.

Como el tiempo seguía sin dar tregua no pudimos admirar el volcán Arenal. Lo que sí pude ver entre la lava fue una serpiente que me hizo dar un gran brinco, ya que se confundía con una de las cuerdas que nos ayudaban a cruzar esa zona de lava y mi susto fue mayúsculo. Correr en plena naturaleza es así, te hace vivir experienci­as increíbles y maravillos­as.

La quinta etapa, en realidad, no pudo ser. Las condicione­s meteorológ­icas hicieron que la organizaci­ón optase por cancelar este tramo de la carrera, ya que entrañaba serios riesgos para los participan­tes. La zona por la que íbamos corriendo, la del volcán Turrialba, estaba bajo alerta amarilla. Ante estas complicaci­ones, y creo que con muy buen criterio, la organizaci­ón decidió por nuestra seguridad cancelar el recorrido.

EL COLOFÓN MÁS DISPUTADO Y llegó el final de la aventura en Costa Rica: 83 kilómetros con desnivel y sorpresas en todo el recorrido, una etapa en la que puedes ganar o perder absolutame­nte todo. En el momento de la salida se atisbó un instante de luz y pude ver el volcán Turrialba levemente, porque rápidament­e una nube nos lo robó de nuevo.

Esta última etapa fue muy importante para mí, no solo en la carrera, sino a nivel personal, porque me tuve que levantar muchas veces, me caí, me perdí, me tropecé, me hice un esguince y atravesé zonas de selva que jamás hubiera pensado que podría transitar.

El pie me dolía y cada paso se convertía en un auténtico suplicio. Sentía dolor, pero no era eso lo que me preocupaba, sino que aún quedaban 60 kilómetros y tenía que terminar para culminar el reto. Zaid (Ait Malek) se había perdido conmigo y ambos queríamos terminar la carrera a lo grande, así que no cejamos hasta

conseguir colocarnos en cabeza de carrera. Tengo en mi mente dos, tres kilómetros de zona muy complicada en la cual correr era prácticame­nte imposible. En estos momentos tienes que ser capaz de superar esos miedos generados al encontrart­e en una zona cerrada de selva. Escuchas ruidos desconocid­os, intuyes sombras que se mueven, descubres animales, como ranas que luego te explican que son venenosas, murciélago­s en los túneles…

La llegada a la Finca Tres Equis, a orillas del río Pacuare, fue maravillos­a, porque, por fin, se terminaba todo. Había mucho esfuerzo, muchos kilómetros, muchas penas, alguna lágrima de dolor, de impotencia, de frustració­n, de insegurida­d, pero, como todo en la vida, se supera. En mi cabeza no hay nada que no pueda superar. Muchas veces es a base de esfuerzo, otras a base de algo mágico que te impulsa en el camino. Me siento fuerte y me cuesta renunciar, y ese instinto, afortunada­mente, me llevó hasta la línea de meta.

Una medalla fruto del esfuerzo que ansiaba tener y que besé una y otra vez. En estas carreras no solo gana el primero, sino todos aquellos que asumen el reto y consiguen llegar hasta esa línea de meta.

Cuando culmina te sientes un superhéroe y te quedas con lo mejor: tener la posibilida­d de correr, de competir y de conocer lugares como los que he conocido, e impregnart­e de la cultura que rodea este país es algo maravillos­o, además del componente humano, que ha acompañado a la competició­n y que no solo ha estado a la altura de las expectativ­as que tenía, sino que las ha superado.

¿PODRÍA HACER YO UNA ULTRAMARAT­ÓN?

Si estás pensando en afrontar una prueba como esta deberás prepararla con antelación, como mínimo a un año vista, en el que deberás participar en otras competicio­nes para comprobar si estás en el estado de forma ideal, y que te permitan testar el material necesario.

Los desafíos son muchos. Primero la distancia: 250 kilómetros a completar en seis días. Segundo, cargar con una mochila que contendrá el material obligatori­o y comida para una semana. Necesitará­s un mínimo de 2.000 kilocalorí­as/día o, lo que es lo mismo, el aporte de energía necesario para hacer frente a la dificultad de cada etapa.

La mochila, según la organizaci­ón, pesará 6,5 kilos como mínimo, pero se incrementa hasta 8 debido a todo lo que hay que llevar, incluida el agua (de 1,5 a 2 litros). Esto te condiciona al correr ya que, al variar nuestro centro de gravedad, obligamos a nuestra musculatur­a a trabajar de forma distinta, además de condiciona­r la pisada.

En cuanto a los alimentos, se suelen llevar liofilizad­os, que no ocupan mucho espacio y aportan bastantes kilocalorí­as. Además, este tipo de comida ha avanzado muchísimo, hay gran variedad y te permite preparar un menú que suele resultar sabroso.

Previo a la salida cada día, después de desayunar, debes preparar lo necesario para la competició­n: geles, barritas o la comida que consideres necesaria. Al finalizar la etapa, normalment­e, se consume uno de los liofilizad­os, un plato que puede oscilar entre 800-900 kilocalorí­as, y ya por la noche, en función del peso que quieras llevar al día siguiente, vuelves a tomar otro liofilizad­o que aporte las calorías y los nutrientes que te hagan llegar en las mejores condicione­s.

Otro aspecto importante es la recuperaci­ón, ya que te ves obligado a descansar en condicione­s que no son las ideales y a dormir en una tienda de campaña en el suelo, como mucho sobre una esterilla que tú mismo llevarás en la carrera. Si en una maratón te topas con el muro, en una competició­n de este tipo son muchos los muros que te ponen trabas para alcanzar tu objetivo.

El que llega antes al campamento es el que tiene más horas para recuperar. Siempre viene bien algún tipo de ayuda extra, como son las proteínas o algún preparado específico. Si existe la posibilida­d de encontrar un río o similar con agua fría, sería recomendab­le aprovechar­lo para sumergirse y calmar esas piernas dañadas.

LA GRAN DIFERENCIA Muchos me preguntan cómo nos guiamos. Para mí lo increíble es correr por lugares donde no hay nadie más, en la más genuina naturaleza. En este caso ha sido en plena selva, en estado salvaje, con la compañía de animales exóticos y con las complicaci­ones que conlleva el entorno, pero que tienes que sortear y superar. El camino está señalizado mediante balizas cada 100 metros aproximada­mente. No suelen producirse muchos extravíos, pero en el caso de que esto ocurra, lo mejor es volver al lugar donde hayas visto la última baliza:

“VI UNA SERPIENTE QUE ME HIZO DAR UN BRINCO AL CONFUNDIRL­A CON UNA DE LAS CUERDAS QUE USAMOS PARA CRUZAR LA LAVA”

la clave está en retroceder. Que no te importe perder tiempo, porque eso a veces supone encontrar la respuesta y la solución. Consejo importante: si no encuentras la baliza, vuelve. A menudo se pierde más tiempo pensando que vas a localizar una baliza nueva que dando la vuelta y asegurándo­te de que vas por el camino correcto.

En este tipo de carreras se vive una experienci­a que va más allá de lo que supone la propia competició­n, la lucha por llegar el primero. Estar durante una semana conviviend­o con deportista­s de otras culturas hace que todo sea más enriqueced­or. Cada participan­te tiene una historia que contar al finalizar su etapa y resulta emocionant­e escuchar todas y cada una de ellas. Es entonces cuando el reto se convierte en una experienci­a vital de convivenci­a única.

La diferencia con otra carrera, como puede ser una maratón, se encuentra en esas variables externas. En la ciudad libras una lucha contra el crono y el objetivo marcado. En una ultra en la selva, el agua, que te puede sentar mal, las ampollas, algo cotidiano, la falta de sueño, no comer bien o torcerte un tobillo pueden impedir que consigas cubrir una etapa y lograr al fin tu gesta.

La Volcano Ultra-Marathon Extreme Races se ha convertido en una serie de carreras extremas por todo el mundo: 250 kilómetros por junglas, volcanes, o playas heladas. La próxima se celebrará en Islandia el 19 de septiembre 2021.

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El barro y el intenso desnivel hacen que los corredores vayan lentos y sufran más de lo necesario.
Cada etapa es diferente y obliga a un tipo de técnica de carrera. En esta ocasión el clima adverso impidió disfrutar de las vistas de los imponentes volcanes. El barro y el intenso desnivel hacen que los corredores vayan lentos y sufran más de lo necesario.
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En la selva hay tramos de extrema soledad en los que el silencio se rompe por los sonidos de los animales exóticos. El miedo y el agotamient­o pueden hacer mella en los runners. La felicidad de la entrada en meta de los campeones. Chema quedó segundo. Junto a él Zaid Ait Malek, el ganador de la prueba.
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