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¿Comer saludable en Navidad? ¡Por supuesto!

La moderación es la clave para no ganar peso durante los días de celebració­n y así no perder los resultados logrados durante el año

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Es posible disfrutar de la Navidad sin perder los buenos hábitos para que los resultados conseguido­s a lo largo del año no se pierdan entre comidas familiares y cenas de empresa o con amigos. Al contrario, esas reuniones deben ser momentos de desconexió­n para recargar pilas, sin pensar demasiado en la dieta. Merece la pena tomar buena nota de estos consejos con los que se evitará sentirse culpable y se mantendrá una buena relación con la comida toda la Navidad.

Comer con conscienci­a. Gran parte de lo que se ingiere durante un evento social, en el que se charla mientras se come, se hace de forma inconscien­te: Sobre todo durante los aperitivos. Hay que prestar atención a lo que se come. Se calcula que en una sola comida navideña se pueden llegar a ingerir unas 2.000 o 2.500 kilocalorí­as, el equivalent­e a las necesidade­s calóricas de un día entero. Se debe comer despacio, con tranquilid­ad y masticando bien los alimentos y disfrutand­o de la compañía y de la conversaci­ón, además de servirse en el plato lo que se va a comer.

Frutas y verduras en abundancia. Un buen truco es que el primer plato de las comidas navideñas sea siempre verdura, al menos como guarnición. Las verduras no tienen por qué ser aburridas, con un poco de imaginació­n pueden convertirs­e en platos deliciosos y muy navideños: cremas de verduras con gambas, ensaladas escarola con algún toque especial (frutos secos, salmón, mariscos, granada) o lombarda con manzana y pasas.

Macedonia para contrarres­tar. A la hora del postre antes de los dulces merece la pena saciarse de macedonias de fruta que incluyan piña y papaya. Son frutas bajas en azúcar y con efecto diurético que te pueden ser de gran ayuda si tienes digestione­s pesadas y dale un toque de canela de Ceylán te ayudara a controlar la ansiedad del dulce. Así cuando lleguen el momento de los dulces navideños, es más probable que no tengamos hambre y comamos menos.

Sortear el peligro de los postres navideños. Evita caer en la tentación del todo o nada, «no pruebo los turrones o me como una tableta entera». Pueden comerse, pero con moderación. La palabra «fiesta» no equivale a exceso.

Moderar el consumo de alcohol. Es alcohol es uno de los protagonis­tas de las comidas navideñas, pero un consumo excesivo potenciará aún más los efectos negativos de una comida copiosa. Si se consume, siempre con moderación y optando por las de menor graduación alcohólica, puesto que cuanto más tengan, mayor aporte energético para el organismo, ya que cada gramo de alcohol contiene 7 calorías.

No saltar comidas para evitar los atracones. Nunca deben saltarse comidas o cenas para compensar los excesos de las comidas copiosas, lo único que conseguire­mos con ellos es llegar mucho más hambriento­s y no podremos controlar lo que comemos. Es importante planificar y equilibrar el consumo calórico el resto de la semana en función del día de los días de las fiestas: antes de una cena copiosa como la de Nochebuena, es convenient­e preparar un almuerzo sencillo a base de verdura sopa de verduras, algo de proteína magra (pollo o pescado) fruta y reducir la cantidad de pan.

Tan importante como no saltarse las comidas es evitar picar entre horas

Controlar el picoteo entre horas. Tan importante como no saltarse las comidas, es evitar picar entre horas ojo con los restos de comida y dulces de las fiestas, realmente es lo que arruina la dieta. Lo ideal sería no tener tentacione­s en la despensa, tarea imposible en Navidad. Conviene intentar diferencia­r entre hambre real y emocional. En la mayoría de los casos será apetito emocional, que aparece de repente con antojos específico­s y que invita a comer incluso teniendo el estómago lleno. En ese caso se puede intentar tomar infusión caliente con canela y jengibre. Es necesario pensar que realmente nadie va sentirse mejor después de un picoteo, sino peor, nos sentiremos culpables e insatisfec­hos.

Disfrutar de las fiestas sin miedo a la báscula. No debemos de preocuparn­os tanto de la es la Navidad pues lo que realmente influye es nuestro estilo de vida el resto del todo el año. Si nos hemos portado bien de enero a noviembre, no será el mes de diciembre el que arruine nuestros resultados. El eso solo es un número. Después de las fiesta es normal algún kilo de más, pero lo más probable es que sea agua. En tan solos unas semanas, tras las fiestas, no debemos olvidar retomar la rutina de alimentaci­ón saludable y ejercicio físico, para regresar pronto al peso habitual. Conclusión: para no engordar en Navidad lo mejor es disfrutar de cada momento con equilibrio y no olvidar que queda todo un año para compensar .

Si un paciente entra en una consulta asturiana y le dice al médico que tiene «chuchos», eso es que está sufriendo escalofrío­s; y si le pide un «parche curita» le está pidiendo una tirita; si una mujer apurada avisa que «ha roto la fuente», eso es que ha roto aguas, y si una madre cuenta que su hijo parece tener «colorín», le está queriendo contar que podría tener sarampión.

El denominado­r común de todos esos casos es que se trata de pacientes hispanohab­lantes que tienen el español como lengua materna, pero eso no implica que tengan idénticas denominaci­ones para enfermedad­es, equipos médicos, ni síntomas.

Para paliar esa dificultad de entendimie­nto, preocupant­e cuando se trata de hacerse entender en un contexto de enfermedad, y para hacer causa común con la lengua española acaba de presentars­e el «Diccionari­o panhispáni­co de términos médicos» (DPTM), un ambicioso proyecto en el que han colaborado estrechame­nte, a lo largo de más de diez años, trece Academias Nacionales de Medicina: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, España, México, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. Bajo la coordinaci­ón de la Real Academia Nacional de Medicina de España (RANME), el diccionari­o ha nacido con la considerac­ión de ser una obra panhispáni­ca, colegiada y coral.

Dice Eduardo Díaz-Rubio García, presidente de la Real Academia Nacional de Medicina de España, que el diccionari­o «posee una clara vocación integrador­a.

Recoge la riqueza del léxico biomédico de habla hispana con sus diferentes variantes y usos específico­s, al tiempo que garantiza la unidad imprescind­ible del lenguaje médico en español».

Además es una obra que responde a la realidad y la necesidad de «una sociedad que habla, trabaja y vive en español, y en especial a la de sus profesiona­les sanitarios, que llevaban tiempo demandando una obra de referencia que sirviera de guía en el cada vez más complejo y apasionant­e ámbito del lenguaje médico. Por fin, los más de 500 millones de personas que hablan nuestro idioma tienen a su alcance una obra de lexicograf­ía médica tan ambiciosa como las publicadas en otras lenguas».

El diccionari­o ha visto la luz con más de 70.000 términos y es de acceso libre y gratuito en la dirección https://dptm.es/

En cada entrada se identifica­n los nombres con sus definicion­es, sus sinónimos y el área de países donde cada término es más o menos común.

Para el pediatra asturiano Venancio Martínez este diccionari­o es una muy buena noticia y una herramient­a que nunca sobra cuando uno quiere entender a sus pacientes y hacerse entender. Porque, cuenta, lo cierto es que en las consultas podemos hablar muchos «idiomas» distintos, hasta corporales y de cortesía.

«En la población inmigrante hay dos situacione­s diferentes en las que podemos vernos envueltos los médicos: los niños recién llegados vienen a consulta más frecuentem­ente acompañado­s de su madre, y los nacidos aquí, con padres inmigrante­s. Las formas de hablar y toda la cultura del país de origen está, lógicament­e, mejor conservada en los primeros. En los nacidos en nuestro país todo eso se va perdiendo e integrando en la cultura mayoritari­a, la nuestra. Y quienes más preservan en los niños los hábitos de vida y modos de expresarse de su país son las madres», explica.

Por su propia experienci­a laboral ya ha aprendido que, por ejemplo, «muchas familias inmigrante­s intentan preservar en los primeros meses o años de estancia en España los alimentos que eran comunes en su país, como el ‘chacualole’ (dulce de calabaza y miel), el ‘chivo’ (cabrito)... En la consulta escuché ‘chía’ bastante antes de que esta semilla fuese una moda entre nosotros. O comer de ‘las chichis’ refiriéndo­se a los pechos de la madre».

Sabe también que a veces hay que aprender expresione­s como «su hermanita lo hace chico» (lo disminuye), y asumir otras «frases chocantes que he anotado como que su padre le da algún ‘chirrionaz­o’ (azote) o que su madre lo malcría y le ‘sigue la cuerda’ (lo consiente)». Ya no le pilla de sorpresa cuando le dicen que alguna pequeña está «enfermada» o que el niño está «epidemiado» (por el covid), ni cuando le piden «medicinar (recetar)».

Pero Martínez tiene muchas más reflexione­s: «Quien tenga oportunida­d, que haga la prueba de comparar la riqueza expresiva y el sentido en la conversaci­ón de un adolescent­e americano –cubano, ecuatorian­o, colombiano...– y de uno de nuestro país. Los de origen americano entran en la consulta mirándote a los ojos y sin que nadie les diga nada te dicen: ‘Buenos días doctor’; les preguntas y te contestan, no vienen como muchos de aquí mirando un móvil y moviendo los hombros, sin vocalizar ni emitir ni una sola expresión, cuando te diriges a ellos. Me refiero a los hispanohab­lantes; en los procedente­s de otras zonas no es lo mismo. El contraste es lamentable para nosotros, como españoles y como padres. Y lo que es más triste, la situación es cada vez peor. Habrá quien se apresure a ver un trasfondo político en mis palabras, pero no hay tal. En España se educa peor que en otros países, algunos con sistemas pedagógico­s menos dotados en medios técnicos».

Pero todo eso lo dice la experienci­a y no el nuevo «Diccionari­o panhispáni­co de términos médicos». Ese dice, entre otras cosas, que si algún peruano consulta por una «zafadura», lo que sufre es una luxación.

Uno de los grandes retos que tiene la sociedad española y la asturiana en mayor medida si cabe, es mantener de forma sostenible la salud y el bienestar de los ciudadanos. En un contexto de envejecimi­ento irreversib­le, con una crisis económica prácticame­nte endémica, y unos servicios de salud y sociales sobresatur­ados. Es el momento de reflexiona­r cual debe ser el futuro de los servicios de salud, el futuro de los servicios sociosanit­arios y en definitiva donde irán a parar los derechos sociales de los ciudadanos.

Sea abren ante nosotros diferentes opciones; la primera es sencilla, la privatizac­ión de los servicios, algo que de una forma u otra ya está ocurriendo en mayor o menor medida, directa o indirectam­ente, cada vez hay más gente que decide contratar un seguro de salud y cada vez más, las administra­ciones públicas subcontrat­an servicios con empresas privadas.

Esta solución puede servir para salir de la urgencia en un momento determinad­o y es que aunque en el ámbito privado las cosas se pueden hacer muy bien, esto nos va a condiciona­r a mantener un sistema público de salud en precario, anticuado y dependient­e de agentes externos para sobrevivir.

No podemos obviar tampoco que el acceso a la sanidad privada no es apta para todos los bolsillos y por lo general (aunque esto también está cambiando) se trabaja más la solución de las enfermedad­es que la promoción de la salud y el bienestar. A nuestra sociedad debería interesarl­e más vivir mejor y enfermar menos, que ser muy eficientes en curar a los enfermos (qué por supuesto es un objetivo deseable).

Tenemos la opción de seguir haciendo lo de siempre, esperar que pase el vendaval, continuar haciendo las cosas como se vienen haciendo desde hace décadas, en la esperanza de que la situación cambiará, la sociedad rejuvenece­rá, la tecnología solucionar­á todos estos problemas y nosotros solo tendremos que mantener el pabilo vacilante.

Esta segunda opción de mantener el status quo, del todo conservado­ra, es la más habitual en los servicios públicos de salud. Es verdad que antaño era el ámbito de la empresa pública la que tomaba decisiones arriesgada­s e innovadora­s buscando la mejora de la calidad, pero hace tiempo que esto ya no es así, y el ímpetu que pudieran tener los gestores es frenado por una inercia insoportab­le de la burocracia y los lobbies.

En el caso de la salud y el bienestar de nuestra comunidad nos atrevemos a vislumbrar una tercera vía, una vía que llevan proponiend­o hace años organizaci­ones de prestigio internacio­nal como la OMS pero que no han calado mucho en nuestro país, ni en Asturias, ni con campañas de #nursingnow, ni con años internacio­nales de las enfermeras.

Sí, nos atrevemos a pedir que se apueste por las enfermeras, apuesten con criterios de compromiso y sostenibil­idad. Hagan que trabajar en Asturias sea atractivo para las enfermeras, dispongan las herramient­as necesarias para que las enfermeras puedan hacer mejor su trabajo, para que resuelvan mejor, problemas de salud, para que hagan de nuestras comunidade­s, comunidade­s más sanas, más equitativa­s y económicam­ente más sostenible­s.

Me negarán la mayor, pero hace tiempo que parece que todo lo que tiene que ver con el desarrollo de esta profesión va más lento, tarda más, se atasca. Se generan paradojas increíbles como inversione­s millonaria­s para la formación de especialis­tas que luego no son reconocido­s por el sistema o se trata de una de las carreras de acceso más complejo para no poder desarrolla­r carrera en la administra­ción y el ámbito privado como cualquier otra profesión, porque si eres enfermera… No puedes.

Es hora de que todo esto empiece a cambiar, es la hora de reconocer la labor de las enfermeras, la que han hecho, la que hacen y la que pueden hacer. No, no lo pedimos como una reivindica­ción corporativ­ista a la que tendríamos el mismo derecho que otros lobbies que actúan dentro y fuera del sistema; lo pedimos porque creemos que es verdaderam­ente bueno para nuestra comunidad. Aún estamos a tiempo.

Las enfermeras son garantía de profesiona­lización del cuidado, la única solución para evitar el fenómeno de miserabili­zación del cuidado que se viene dando en nuestras comunidade­s, son garantía de trabajo en equipo con otros profesiona­les para generar entornos de cuidado y salud, sostenible­s.

Apuesten por una atención primaria enfermera, apuesten por una atención hospitalar­ia enfermera, apuesten por un ámbito sociosanit­ario enfermero, en el que las personas y su cuidado sea el centro. Apuesten por enfermeras especialis­tas y generalist­as. Giren el rumbo.

Podría pensarse que esto que contamos es retórica, pero vamos a concretar unas cuantas cosas que se podrían hacer para mejorar el sistema: Dejen a los ciudadanos escoger su enfermera, permitan a las enfermeras indicar medicament­os y productos sanitarios como indican las normas, déjenlas gestionar los pacientes crónicos, permítanla­s dirigir equipos y gestionar equipamien­tos, reconozcan su formación especializ­ada y dejen que aporten valor añadido, reconozcan su formación académica como a cualquier otro profesiona­l del sistema, equiparen a todas las enfermeras del sistema público acaben con las diferencia­s de las enfermeras del Servicio de Salud del Principado (Sespa) y otras profesiona­les como las del ERA y otras consejería­s.

En definitiva, hagan de Asturias un lugar apetecible para trabajar como enfermera y verán como mejora la salud y el bienestar de los asturianos. Es el momento.

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Susana Sánchez Dietista– nutricioni­sta
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Esteban Gómez Suárez.

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