Solidaridad entre padres de prematuros
Marcello vino al mundo un caluroso día de julio a consecuencia de un desprendimiento prematuro de placenta. Con tan solo 28 semanas de gestación, no podía respirar sin asistencia mecánica. Tuvieron que trasladarle a otro centro hospitalario, donde estuvo dos meses en incubadora para crecer lo que debía haber crecido en mi vientre. Al ser tan pequeñito (pesó 1,500 k) podían presentarse muchas complicaciones, sin embargo, el amor por nuestro hijo nos llenaba de fe y esperanza.
En la sala de neonatos de aquel hospital convivimos diariamente con los padres de los prematuros que nacieron entre julio y agosto. Fueron dos meses hermosos en los que no solo vimos crecer a nuestro angelito, sino que conocimos la historia de aquellas familias: aprendimos a compartir las buenas noticias y las lágrimas, comidas sin apetito y siestas cortas cuando el agotamiento nos vencía. Todos estábamos pendientes de todos. Animaba sentir la solidaridad en la mirada de cualquiera de ellos. Y así fue surgiendo una amistad. Ayer, casi tres meses después, nos reunimos todas las familias para un almuerzo y celebrar el gran milagro de la vida. Ese milagro que nos ha regalado una familia nueva a todos o, como les llamo yo, unos maravillosos amigos prematuros que durarán toda la vida.