El hijo único es a su vez el mayor y el pequeño, con lo bueno y malo de cada uno
Todos conocemos familias en las que vemos los modelos de los que hablamos «clavaditos» (el mayor responsable, el pequeño aventurero) y otras en los que «no coincide ni uno».
Pero lo cierto es que todo el que llega busca su lugar en función de lo que ya hay. Si el hermano mayor no ocupa por cualquier circunstancia el lugar que los padres le tienen preparado (su representante, referente de la autoridad), el lugar queda vacío. Quizá el primer hermano, incapaz de responder a las expectativas o por otros motivos, se convierte en el «bala perdida» y en ese caso otro hermano ocupa ese lugar al llegar. ¿Cuántas películas hemos visto en las que la madre pelea todos los días con su hijo mayor mientras el pequeño o la pequeña, portador de unas enormes gafas, lee un libro a su lado?
Si el primero y el segundo (quizá por solidaridad con el primero) no han ocupado ese lugar, le tocará al pequeño cargar con todas las expectativas no cumplidas de los padres. Él es la «última oportunidad», y esto también influye en la configuración de su personalidad. ¿Cuántos hermanos pequeños se quejan de sentir una gran responsabilidad sobre sus hombros, ser los únicos que cuidan de los padres o los que se encargan de resolver los asuntos familiares?
Por otro lado, no solamente influye en la configuración de la personalidad el orden de nacimiento. También lo hacen otros factores como el sexo, el margen de edad entre los hermanos y el número de hermanos, entre otras cosas, aunque estas variables han sido menos estudiadas.