Lo entiende No lo entiende
Comprende
que vamos a llegar tarde al cole? ¿Se dará cuenta de que hace daño cuando pega? ¿Es demasiado pequeño para pedirle que guarde los juguetes en la caja después de jugar?
Ni mayor ni pequeño: nuestro hijo nos desconcierta porque no tenemos demasiado claro qué podemos esperar de él y qué no. Pedirle que comprenda que tiene que caminar un largo trecho sin parar para descansar es misión imposible, por ejemplo. Pero tratarle como si fuera más pequeño o incapaz de comprender nada, tampoco es la solución. Conocer sus capacidades físicas, afectivas y cognitivas nos ayudará a exigirle cosas razonables.
SÍ El bien y el mal
Después de todo este tiempo haciéndoles saber lo que se puede hacer y lo que no, ya tienen una idea bastante clara de las conductas que son aceptables y las que no lo son. Sin embargo, la evaluación moral de sus actos (y los de los demás) tiene que ver con el resultado de los mismos (las consecuencias) más que con las intenciones. Así, le parecerá más grave romper dos vasos que llevaba a la cocina al ayudar a recoger la mesa, que romper uno solo por subirse sin permiso al armario a cogerlo. El desarrollo moral viene de la mano de los valores que les trasladamos y las expectativas que tenemos sobre su capacidad de comportarse. Por eso es importante que intentemos ser coherentes y predicar con el ejemplo.
NO El porqué de las normas y los límites
Aunque reconocen la existencia de reglas, normas y límites y ya han descubierto que pueden ser diferentes según el contexto (en casa, con la abuela, en la clase...), lo que todavía no alcanzan a comprender bien son las razones de su existencia. Por ejemplo, un pequeño se mantendrá sentado en la silla a la hora de comer porque sabe que así obtendrá la aprobación de sus padres, pero difícilmente comprenderá que la razón real es poder disfrutar de una comida relajada, o de la conversación y la compañía familiar hasta que finalice la comida. De hecho, muchas de esas normas y límites son totalmente contrarias a lo que «le pide el cuerpo» a nuestro hijo (moverse, curiosear, etc.), por lo que es normal que le resulte complicado entender nuestros sofisticados motivos. Todavía faltan unos años para que lo comprendan.
Aunque no siempre entiendan los porqués, hay que ir hablándoles y explicándoles las razones de las normas que les pedimos que cumplan y hacerlo en un lenguaje adaptado a su edad. Poco a poco podrán deducir por sí mismos el funcionamiento de las cosas y no será tan necesaria nuestra intervención constante.
SÍ Los sentimientos de los demás
Contrariamente a lo que se suele pensar, a esta edad ya son capaces de comprender los sentimientos de los demás y de inferirlos a través de los tonos de voz, los gestos y las palabras. De hecho, detectar las emociones de los demás es una habilidad que necesitan para poder anticiparse a las situaciones y, también, para tener un buen ajuste social, escolar y familiar («parece que a papá le gusta cuando me acurruco a su lado en el sofá», «si seguimos hablando así de alto la profe se va a enfadar un montón», «María hoy se ha quedado jugando sola en el recreo, a lo mejor estaba triste»).
Aun con todo, su capacidad todavía es limitada: reconocen los sentimientos básicos tanto en ellos mismos como en los demás, pero todavía no son capaces de hacer una descripción de la personalidad o la forma de ser de sus amigos o sus padres (es una persona generosa, optimista, etc.), salvo que se trate de características muy reseñables. También les cuesta adivinar las «intenciones» de los otros.
La capacidad de comprender los sentimientos de los demás se desarrolla en función de la capacidad de reconocer los propios sentimientos. Y a su vez, los niños aprenden a identificar cómo se sienten cuando los adultos que les rodean reconocen y nombran sus emociones y afectos. De ahí la importancia de estar el mayor tiempo posible «sintonizados» con nuestros pequeños.
NO La noción del tiempo
Ahora, después o mañana son conceptos que nuestro hijo todavía no comprende bien (al igual que sucede con la noción del espacio). Por eso, intentar que se dé prisa en terminar sus juegos en el parque porque «tenemos cita en el médico» o pretender que tenga paciencia porque «todavía queda mucho para llegar» son peticiones destinadas casi con seguridad al fracaso.
Así, para estar a la altura de la experiencia de presente continuo de nuestros pequeños (o dicho de una manera más zen, para poder convivir con ellos «aquí y ahora») y tener expectativas razonables, lo mejor que podemos hacer es, precisamente, disponer siempre de un poco más de tiempo del supuestamente necesario para cualquier tarea. Cosas que ayudan: levantarnos quince minutos antes (para que vestirse y desayunar no sean un suplicio de prisas y agobios), avisar con antelación suficiente para realizar cualquier cambio de actividad («vamos a ir a la ducha en un ratito, así que ve terminando ya el dibujo») o utilizar «avisadores» que le ayuden a manejarse mejor con el tiempo, como el reloj de cocina que suena justo en el momento de iniciar y terminar algo, o un calendario con imágenes de lo que sucederá ese día.
Podemos ir trabajando con ellos la noción del tiempo haciendo hincapié en ideas sencillas como la noche y el día o los momentos de las comidas (desayuno, comida y cena). Otro truco para hacerles entender el tiempo: usar los tamaños. Por ejemplo, podemos decirles: «Tenemos tiempo como una hormiga de pequeño, así que hay que darse prisa».