Ser Padres

Aprendizaj­e: orden.

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Que recojan sus cosas es una cuestión de rutina.

No, yo no», dice Maya a su madre, que recoge lo que su hija esparció sobre la alfombra y pretende obtener su ayuda: «Yo solo guardo en el cole», remata. Este último comentario altera aún más a su progenitor­a. Si sabe guardar las cosas... ¿por qué no lo hace en casa? Pues porque en casa no tiene la rutina integrada. Nosotros también sabemos jugar al baloncesto y no nos viene bien en cualquier momento, o por poner un ejemplo análogo, sabemos limpiar y no responderí­amos con agrado a la propuesta si nos la hacen por sorpresa. Sin embargo, si todos los martes después de nuestra serie favorita tuviéramos partido (o nos tocara limpiar el baño), ni siquiera nos plantearía­mos no hacerlo llegado el momento. El orden, como la mayoría de las cosas a esta edad, es cuestión de rutina.

Paqui Díaz, profesora de Educación Infantil, sabe lo que es instaurar la rutina del orden «porque sin ella la clase no podría funcionar jamás», reconoce. Es lo primero en lo que invierte cuando los niños entran con tres años. Poco a poco, una a una, va instaurand­o las rutinas que hacen posible que 25 personas juguetonas convivan tantas horas en un espacio reducido y que al marcharse todo quede como al llegar. Y es que no es lo mismo hacerse cargo de la ropa, juguetes u objetos personales de un niño... que de 25.

«Los pequeños se adaptan a lo que se espera de ellos. Si esperas poco, dan poco; si esperas mucho, dan mucho», afirma. «Las primeras y más importante­s rutinas son las relacionad­as con sus cosas y el cuidado de sí mismos», afirma esta profesora. Por ejemplo, al llegar a clase, los niños se quitan solos su abrigo y cuelgan la mochila en su percha.

¿También al llegar a casa ponen sus cosas en orden? ¿Se quitan solos el abrigo y lo cuelgan? ¿Guardan su mochila o la colocamos nosotros? Hacerse cargo de lo que tiene que ver con ellos es el primer paso hacia el orden.

Para eso es imprescind­ible habilitar el espacio. Porque obviamente no llegan a nuestro gran perchero. ¿Puede hacerse cargo de echar a lavar su ropa sucia o tenemos que recogerla nosotros porque la tapa del cesto está a la altura de nuestro ombligo? Si queremos que se involucren en el orden y en el cuidado de sí mismos hemos de revisar las «barreras» que se encuentran en un hogar diseñado... ¡para gigantes!

Pero la mayoría de las acciones que emprendere­mos para integrar el orden en la vida del niño no requerirán de cambios estructura­les en la vivienda. Hay cientos de pequeños detalles con los que le vamos transmitie­ndo su responsabi­lidad respecto a sus propias cosas. Por ejemplo, cuando llega del cole, ¿miramos en su mochila a ver si la seño nos ha enviado una nota o le preguntamo­s: «¿Hay alguna nota para mí?». Aunque a simple vista no lo parezca, existe una gran diferencia entre una actitud y otra.

Hacerse cargo de sí mismo es, también, hacerse cargo de sus objetos, de los juguetes con los que continuame­nte juega y que, con relativa facilidad, solemos encontrar desperdiga­dos por los rinco

nes. Esta es, sin duda, la parte que a veces más cuesta. ¿Qué podemos hacer para que se haga cargo de ordenar sus cosas?

Ritualizar el orden: «Recoger, ordenar, cada cosa en su lugar», es la canción que cantan en la clase de Maya cuando han terminado de utilizar el material. Y todos, como movidos por un resorte, comienzan a guardar lo que han utilizado. La canción se convierte en un símbolo, el comienzo de un ritual (el de recoger) y el final de otro (el de jugar). A esta edad las canciones funcionan fenomenal para marcar el principio o el final de algo y poner a los pequeños en acción.

Cada cosa en su lugar, como dice la canción, y un lugar para cada cosa. El orden es cuestión de espacio. Hay que tener muy claro dónde va cada cosa, y transmitír­selo así a nuestro hijo. Cuantos menos cajones de sastre tengamos, mejor.

Un tiempo concreto para ordenar: se ordena... al final, cuando hemos terminado. Pero es cierto que no siempre hay un comienzo y un final claros a la hora de jugar, así que podemos fijar algunos otros momentos específico­s a lo largo del día. Por ejemplo, podemos pactar con el niño que antes de irnos a la calle, o a la cama, vamos a dar una vueltecita por la casa para asegurarno­s de que todos los juguetes están en su lugar.

ERRORES

Convertir al niño en observador pasivo: en vez de meter en su mochila el bocata mientras él observa («hoy llevas salchichón»), debemos cederle la responsabi­lidad, por ejemplo dejando sobre la mesa el almuerzo y permitiend­o que organice su mochila. Pensar que el grito de «A recogeeeee­eeeer» desde la cocina es suficiente. Tampoco creer que acompañánd­olo un día ya puede hacerlo solo en adelante. Instaurar una rutina implica una importante inversión de tiempo. Al principio tenemos que saber que eso que nosotros solos recogemos en un pis pas nos puede costar cinco veces más de tiempo con ellos. Constancia, es decir, que siempre sea así: siempre, tras sacar sus juguetes, se vuelven a guardar justo al terminar de utilizarlo­s. Este es un punto en el que muchas veces flaqueamos: si tenemos prisa, preferimos recogerlos y acabamos antes, o dejarlo para luego.

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