Ser Padres

Sexualidad infantil

Toman conciencia de las diferencia­s entre niños y niñas

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Un poco más adelante, a partir de los tres o cuatro años, es muy posible que su curiosidad innata les lleve experiment­ar con su cuerpo y con el de sus amiguitos o hermanos. Como todo juego, les sirve para explorar y para aprender a disfrutar de algo que formará parte de su identidad en la vida adulta. Además, cumple una función psicológic­a básica: «La expresión de emociones y la necesidad de intimar con otra persona», señala Cabezas. Por eso aconseja permitir el juego entre iguales siempre que sea inocente y consentido por ambas partes y nunca bajo coacción.

De eso quería asegurarse Jazmín cuando se asomó a una rendija de la puerta del cuarto de sus hijos, donde Candela, de cuatro años, esta- ba tumbada con las piernas abiertas y sin braguitas, bajo la atenta exploració­n de su hermano de seis años y un amiguito. «Mi primer impulso fue entrar y parar aquello, pero tampoco quería ser demasiado brusca. Al final, lo que hice fue asomar la cabeza y recordarle a Candela que, si se cansaba de jugar o no le gustaba, yo la esperaba en la cocina para hacer un pastel. Ella asintió con una sonrisa; no parecía estar pasando un mal rato. De todas maneras, mi truco inconscien­te funcionó porque, al momento, tenía a los tres niños en la cocina pidiendo pastel».

En realidad, Jazmín hizo bien: es aconsejabl­e afrontar la sexualidad con naturalida­d, pero también respetando nuestros propios límites, prejuicios y miedos como padres. Laura, una lectora, nos cuenta esta historia: «Mi hijo Alejandro, de cinco años, jugaba en su cuarto con una vecina dos años mayor que él. Yo andaba un poco mosca porque hacía un rato que no oía ni un ruido, así que pregunté qué hacían. Al poco, Nacho entró muy contento a la cocina, desnudo y con una erección. Yo me quedé un poco atónita, pero cuando me dijo todo contento que estaban jugando, solo quise asegurarme de que su amiga, como era mayor, no estuviera haciendo hacer nada que él no quisiera. Le pregunté si le gustaba el juego y él me dijo que sí, que le encantaba. Me lo dejó tan claro, que le dejé volver a su habitación sin preguntar más».

No todos los padres son tan permisivos, sobre todo cuando su hija es una niña. Por muy modernos que nos considerem­os, la mayoría de nosotros no recibimos ninguna clase de educación sexual en la infancia y todavía arrastramo­s muchos tabúes. Pero que el sexo deje de ser un tabú social depende de nosotros. Un primer paso es «llamar a las cosas por su nombre», recomienda Sánchez. En este sentido, la psicoterap­euta nos cuenta el caso de una mujer que había sido totalmente aislada de su sexualidad cuando era niña con comentario­s sobre lo peligroso y sucio que era, y que incluso hasta bien adulta no conoció su propia anatomía. Su madre, por ejemplo, llamaba «culito» a toda el área genital. «Esto genera mucha confusión», advierte la experta. Así, la hora del baño podría ser un buen momento para nombrar los pliegues de su vulvita, su glande o su prepucio, si viene al caso, igual que nombramos su brazo, su pelo, etc. Y es que algo que no tiene nombre acabará convirtién­dose en una zona oscura, sospechosa.

¿Tenemos, entonces, que contarles todo lo relacionad­o con el sexo? No, todo debe ir dentro de unos límites y es importante que lo que les digamos sea adecuado a su edad y a su desarrollo evolutivo. El polo opuesto, el exceso de informació­n no adaptada, también es perjudicia­l. «Me encuentro con casos en los que se ha pasado al otro extremo. Permitimos que los niños estén expuestos a demasiada sexualidad adulta en los medios, en películas. Y esta sexualidad muchas veces no está explicada o enriquecid­a con lo que significa el valor de la intimidad, de lo privado, de la afectivida­d en lo sexual...», advierte Cabezas. Permitir la libre expresión de su sexualidad es nuestro deber como padres, sí. Pero siempre acompañado de una educación sexual adecuada, respondien­do a sus preguntas y enseñándol­es los límites que deben conocer. ¿El mensaje clave? Para Diana Sánchez está claro: «Su cuerpo es sano y sabio. Y pueden disfrutar de él, es bonito y se tienen que querer. Y sobre todo, han de saber que no deben

Si preguntan, hay que responderl­es siempre. ¿Cómo? De forma sencilla y dando la informació­n justa: ni mucha ni poca

dejar que nadie (aunque sea adulto o un familiar) invada ese territorio, que es solo suyo. Por ejemplo, un primer mensaje positivo sobre su cuerpo es no obligarles a dar besos si no quieren. Ellos tienen que saber y poder elegir quién quieren que les toque o no». Con esto, además, hacemos una labor de prevención del abuso sexual, un peligro mucho más frecuente de lo que creemos. La buena noticia es que «lo normal es que si un niño se resiste al abuso, el abusador desista, por lo que es fundamenta­l prevenirle­s», explica Marta Cabezas, psicóloga en el teléfono de atención a niños en riesgo de la Fundación ANAR.

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