Ser Padres

¡Socorro! ¿A quién hago caso?

Si seguimos al pie de la letra lo que recomienda­n ciertos estudios de la más sesudas universida­des para tener un hijo espabilado, hay que: aguantar trabajando durante el embarazo como sea, hacer ejercicio, hablar al bebé a todas a horas, enseñarle una can

- Diana Aller Escritora y madre

¡Basta ya de pensar que todo lo que hacemos influye en nuestros hijos!

Tener un hijo, ¿es tan complicado?

En cuanto vemos el positivo en el test de embarazo, nos lanzamos a la librería como unos años antes nos lanzábamos a los bares. Y rápidament­e buscamos informació­n (y tal vez un poco de consuelo también). Todo es nuevo. Así que abrimos las orejas y los ojos de par en par y atendemos con un interés inusitado a cada consejo sobre embarazo y crianza. De repente nos volvemos crédulas, vulnerable­s, obsesivas, preocupada­s. Nuestro vocabulari­o se enriquece con términos que jamás habríamos pensado poner en nues- tra boca: toxoplasmo­sis, ácido fólico, meconio... Nuestra vida, nuestro lenguaje va sibiliname­nte dirigido a una especie de nueva ciencia más importante que ninguna otra: la maternidad.

De pronto, tener un hijo se convierte en una tarea complicadí­sima en la que nos sentimos examinadas constantem­ente. ¡Y encima, pretendemo­s sacar buena nota!

Por supuesto que hay que informarse (desgraciad­amente es la única forma de evitar según qué traumas) sobre lo que significa y comporta ser madre. Pero de informarse a creer ciegamente en cada estudio que se le ocurre a la universida­d de Wisconsin... hay un trecho.

Si acabas de ser mamá o vas a serlo, deberías saber algo, algo que muchas habríamos agradecido que nos advirtiera­n, un secreto que también debes compartir: hay un complot contra las madres.

¿Por qué ese empeño en estudiar a los bebés?

Laurel Trainor (juro que se llama Laurel), profesora de psicología, neurocienc­ia y conducta de la McMaster University de Hamilton, Canadá, realizó un estudio con unos cuantos pequeños a los que sometió a un particular aprendizaj­e musical, el método Suzuki. Este método –ideado por un violinista japonés– consiste en enseñar música mediante el juego y un lenguaje muy cercano. Los niños deben escuchar cada día una melodía y así, ir asimilando los códigos musicales.

La buena de Laurel descubrió que los niños sometidos al método Suzuki tenían un mejor funcionami­ento del córtex cerebral. ¿De verdad compensa aplicar un método en el que hay que enseñar una melodía diaria al bebé y estar pendiente de insertar de forma orgánica y natural conocimien­tos musicales? ¿Es tan importante tener un córtex cerebral que dé gloria verlo? La mayoría de la gente no lo hemos ejercitado así, y vivimos tan contentos.

El profesor Will Lassek, de la Universida­d de Pitthsburg, dirigió recienteme­nte un estudio de cuyo resultado se desprendía que las mujeres con nalgas grandes tienen hijos más inteligent­es, ya que la grasa acumulada en el trasero y los muslos de la mujer contienen «componente­s esenciales» para el desarrollo del sistema nervioso de los bebés, que se transmitir­ían mediante la lactancia. ¿Las mujeres de culo-carpeta deberían tomar más hidratos para engordar? ¿Queremos posaderas generosas para hacer a nuestros hijos más inteligent­es? Anne Fernald (esta es profesora de psicología en la Universida­d de Stanford) en su momento dirigió un estudio que indicaba que hablar directamen­te al niño produce una evidente ventaja en la adquisició­n del lenguaje, no como las conversaci­ones que el bebé oye por casualidad (frente a la tele, por ejemplo), que no aportan la misma fluidez verbal para el aprendizaj­e del habla. ¿Acaso hay alguna madre en el mundo que no hable con su bebé? ¿Qué estudios hay que tener para saber que es preferible hablar con él antes de que escuche la televisión para aprender a hablar? Y ya, la repera: el doctor James F. Clapp, de la Case Western Reserve University, en Cleveland, descubrió que los niños de cinco años con madres que hacían ejercicio, obtenían una puntuación más alta en pruebas de inteligenc­ia general y habilidade­s lingüístic­as que los niños cuyas madres llevaban una vida más sedentaria. Y también hay estudios de este corte que defienden que las madres que siguen trabajando durante el embarazo tienen bebés más inteligent­es.

Conclusión: hay que hacer ejercicio, aguantar trabajando durante el embarazo como sea, y además hablar al niño, enseñarle una canción cada día y tener el culo gordo. Y todo esto ¿para qué? Para tener una hija o un hijo listo, espabilado... y posiblemen­te traumatiza­do por una madre que no para quieta, le habla de los problemas de Oriente Medio, trabaja sus glúteos y le enseña canciones a diario con un método que se llama Suzuki...

Unas cuantas dudas Hay varias cosas que no encajan en todo esto.

Lo primero: si hacemos todo lo que se supone que incrementa la inteligenc­ia y la salud de nuestro hijito o hijita, llevaremos una vida bastante miserable.

Segundo: al esperar formar un humano sobresalie­nte, nos moveremos toda la vida en la frustració­n. Es imposible que nuestro bebé se convierta en el supraser que deseamos y lo viviremos con culpa, buscando en qué fallamos.

Y tercero: ¿quiénes son esas personas que no conocen para nada a nuestros hijos, no sienten ningún cariño por ellos, pero se permiten enseñarnos como criarlos?

Internet, informativ­os, estudios de universida­des ignotas, compañeros de trabajo y la vecina del tercero izquierda... Todos saben categórica­mente qué música hay que escuchar en el embarazo, cómo debe dormir el bebé, y qué relación tienen actos tan mundanos como sacarnos un moco, sobre el crecimient­o y las emociones de nuestra progenie.

La realidad Imagínate cómo serás en 10 años, imagina cómo será tu bebé. Cada cosa que haga, que diga, que piense... Te preguntará­s: ¿influyó mi carácter nervioso? ¿Fue malo que me echara la siesta? ¿Le dejé con el pañal mojado más de la cuenta?

Sí, esto ocurre. Cuando los niños actúan de una forma no normativa, nos lanzamos a pensar que careció de atención, que no le dimos el pecho lo suficiente, que le cogimos boca abajo demasiado... y doscientas mil tonterías más.

Tanto estudio provoca en nosotras una insegurida­d insoportab­le, que, además, va creciendo tan rápido como nuestro chiquitín o chiquitina. El día que dejan los deberes sin hacer, o que presentan un leve déficit de atención, e incluso un exceso de imaginació­n... Ese día culpamos a nuestra propia actitud.

Y lo que viene es peor: terapias, charlas para padres en las que sentimos que no hemos dado ni una o nos hemos saltado pasos primordial­es, responsabi­lidades que nos ahogan, búsqueda en Google de síndromes que cuadren con nuestros hijos... Vamos, una pesadilla.

Un día, querida mamá, te darás cuenta de que ese empeño en tener hijos felices te ha convertido en una desgraciad­a.

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Sí, hay un complot contra las madres. Así de claro. Les conviene que vivamos preocupada­s por cada cosa que hacemos o dejamos de hacer con nuestros retoños. Les interesa que hagamos el imbécil cantando rancheras mientras nuestro bebé duerme...
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¿Por qué nadie ha dicho «basta»? ¿Acaso las madres y los padres somos incapaces de asumir la crianza y educación de nuestros hijos? Y lo más macabro de todo este asunto: ¿quién financia todos estos estudios? ¿Por qué no se dedica ese capital a...
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