Desde que va a la guardería se ha vuelto un pegón.
Mi hijo Daniel, de 10 meses, ha empezado a ir a la escuela infantil. Desde entonces, está bastante más agresivo. Rosa (email)
Hay que tener en cuenta que el ingreso en la guardería constituye para el niño toda una revolución. Hasta ese momento solo conoce un mundo, que es el mundo de su casa, y de pronto se encuentra en un ambiente, en una «sociedad», totalmente diferente. Es el primer cambio de ambiente social que conoce en su vida y se traduce, normalmente, en cambios en su comportamiento. No es difícil encontrar las causas. Para empezar, en la guardería los espacios suelen ser más abiertos y las actividades, más variadas. Un aspecto importante de esas novedades es que el niño descubre el mundo de los iguales. Todos juegan, corretean, gritan. El comportamiento en grupo tiende al tumulto, incluso al arrebato, aunque los educadores procuren controlar y canalizar esa energía.
A ello se añade un elemento fundamental: el de la imitación. Los niños se imitan unos a otros, hallan nuevos modelos de comportamiento y, fijándose en ellos, ensayan nuevas conductas. Así que entre todos aprenden, entre otras cosas, a « hacer tonterías » , gritar, patalear y esto anima a los pequeños a probar nuevos «papeles», sobre todo aquellos que nunca habían practicado antes. Todo esto forma parte de su desarrollo social y hay que verlo como algo en conjunto positivo. Así que no es de extrañar que regresen a casa equipados con esas nuevas adquisiciones. Lo que ocurre es que entre esas «habilidades» puede haber algunas como pegar, gritar o insultar que, lógicamente, extrañan e incomodan a los padres.
Ante esta situación, los padres tienen que entender, por un lado, que se trata de un fenómeno normal, frecuente y hasta cierto punto positivo. Por otro lado, si el niño se excede, tendrán que pulir sus excesos.
Ya sabemos que a estas edades las rabietas son normales y la actitud a adoptar ante ellas consiste en hacer gala de autocontrol y dejarlas pasar sin más, sin permitir que el niño las use para tiranizar a sus padres. Pero si la agresividad del niño toma la forma, por ejemplo, de arañar o tirar del pelo, lo mejor es decirle con firmeza y claridad que eso no se hace y suspender momentáneamente toda comunicación con él, dándole la espalda y dejándole solo.
En general, hay que confiar en que estas crisis son pasajeras y en que el ejemplo de los padres y el buen clima familiar son los que acabarán prevaleciendo a la hora de modelar la conducta del niño, junto con elogios cuando hay buenos comportamientos.
No se trata de criar niños apocados y carentes de espontaneidad, pero los brotes excesivos de agresividad deben corregirse antes de que se afiancen como un rasgo estable de su carácter