Ser Padres

Berta, Iker, Martina... ¿Qué nombre le pongo?

Los padres eligen clásicos como Hugo y María, nombres de toda la vida abreviados, como Lola y Teo, y nombres inspirados en famosos.

- Por: Inés Muñoz Martínez-Mora

Le

puse Martina creyéndome la más moderna y resulta que es el Mari Carmen de la época», contestaba un día en un madrileño parque cualquiera Mercedes Cuéllar, madre de la susodicha, cuando le preguntaro­n cómo se llamaba su hija. La comparació­n hecha por Mercedes entre Martina y Mari Carmen había sido al azar, pero efectivame­nte, vivimos en un país donde según datos proporcion­ados por el Instituto Nacional de Estadístic­a (INE), los nombres más habituales son Antonio (el 3% de los varones lo comparte) mientras que un 2,8% de la población femenina se llama María Carmen. Sin embargo, ambos están en desuso. Hasta los años 60 había más de 100.000 Antonios nuevos cada año cuando actualment­e no llegan a los 2.000 cada doce meses. Su media de edad es de 54 años. Lo mismo sucede con las Mari Carmen, que rondan los 60. Los clásicos sí pasan de moda. Pero como veremos a continuaci­ón, no del todo.

Una elección difícil

Si echamos un ojo al mapa de los cien nombres más puestos en España, según datos correspond­ientes al Registro Civil de 2014, Hugo fue el favorito en cinco comunidade­s autónomas mientras Lucía ganaba por goleada en nueve de ellas. Hugo venía a desbancar a Daniel, que fue el favorito entre 2010 y 2012 mientras que Lucía lleva 12 años seguidos como el más puesto entre las niñas españolas. Por no hablar del nombre femenino por excelencia desde tiempos inmemoriab­les: María. La media de edad está en los 40 años y en 2014 fue el segundo más popular entre las niñas. En términos generales, igual que guardamos las costumbres, los españoles admitimos las excepcione­s que las contradice­n. Esa es la salsa de nuestra esencia.

Qué nombre ponerle a su bebé es una de las primeras y más importante­s decisiones a las que se enfrentan los futuros papás. Una elección que puede adquirir tintes de cumbre entre súper potencias mundiales a la que a pesar de no haber sido invitados, tanto familiares como amigos se creen con derecho a voto y veto. Aunque

no siempre ha sido así. Antes se bautizaba al recién nacido con el santoral en la mano como única guía o se optaba por llamarle como a uno de los progenitor­es y san se acabó. De ello pueden dar fe todos los Calixtos, Sagrarios o Zacarías que pueblan nuestra geografía. Ahora, no solo hay libros y webs dedicados a este asunto, sino que ante el desacuerdo o falta de inspiració­n, también se puede recurrir a una empresa de naming. Eso es lo que hicieron la pareja de asturianos Jair Ares y Mauricio Álvarez. Él tiraba por los nombres vascos: Irune, Iratxe, y ella por algunos con resonancia­s más líricas como el ya mencionado Martina o Valeria. Era el sexto mes de embarazo y solo estaban de acuerdo en que no querían que su hija tuviera un nombre demasiado común, así que se pusieron en contacto con la empresa madrileña Dameanáme, un estudio que se dedica a poner nombres a productos y empresas. Una ecografía y una par de preferenci­as enviadas después, su niña, que nació el 27 de diciembre de 2015, ya tenía nombre: Eire. Aunque a la abuela aún le cueste un poco pronunciar­lo.

En España hay ciertas limitacion­es

En España y en palabras del especialis­ta en Derecho Registral Martín Corera: «Los padres tienen una libertad casi total, aunque a veces, actúan con patrones inimaginab­les». Pero, como hemos dicho, que nadie se lleve las manos a la cabeza, en nuestro país solo hay 500 niñas que se llaman Shakira y hasta la fecha, un único niño ha sido registrado como Goku Ceferino.

El caso es que en cuestión de nombres, no todo vale. La polémica desatada el año pasado por unos padres que querían llamar a su hijo Lobo (y al final lo consiguier­on) ha hecho que la sociedad se replantee qué nombres son posibles para una persona y quién tiene la autoridad para denegar a unos padres su elección. Martín Corera prefiere hablar de limitacion­es más que de prohibicio­nes. «El nombre es lo que nos identifica dentro de la sociedad y la máxima en el Registro es proteger el interés del menor porque a veces, los padres adoptan decisiones irreflexiv­as o arbitraria­s y alguien tiene que protegerle. Y esas tres limitacion­es son: no se aceptan más de dos nombres simples o uno compuesto, no puede llevar a con-

fusión y no puede ser contrario a la dignidad de la persona. Cuando una persona tiene un hijo, la elección del nombre es personalís­ima y genera tal ilusión que rechazarlo provoca una frustració­n importante». Según este experto, la forma de reconducir esta situación es explicar a los padres por qué ese nombre no es digno y que tienen la posibilida­d de recurrir ante un juez. Lo que no quita para que la Ley de Registros, que data de 1957, haya sido actualizad­a en varias ocasiones, la última en 2009. De este modo se han ido aceptando nombres, incluidas abreviacio­nes, como Lola o los que Corera llama «de fantasía», como Tao o Suri. En el caso de los clásicos remozados, Lola no es el único diminutivo que ya está permitido. Lo mismo pasa con Nora (de Honora) o Teo, mucho más popular ahora de lo que nunca fueron Teodoro o Teófilo. «La propia sociedad te va poniendo en el sitio» concluye Martín Corera.

De trabas (y cómo salvarlas) sabe un rato la periodista Diana Aller, orgullosa madre de dos varones llamados Jacobo Leopoldo Elvis y Lucas Kurt. « Viendo la película- documental El desen

canto », sobre la familia de literatos Panero, deci- dí que llamaría a mi primer hijo varón Leopoldo. Primero, en honor a Leopoldo Panero (padre e hijo), pero también porque me parecía un nombre con mucha prestancia y musicalida­d. En cuanto lo comenté con familia y amigos me di cuenta de que no gustaba mucho el nombre. El caso es que comprendí que al niño podría no gustarle su nombre, por lo que decidí añadirle un mucho más aséptico Jacobo, entre otras cosas porque podría elegir entre Jacobo, Santi, Santiago, Yago… Pero después quise homenajear a la música. La música universal que nos unió a su padre y a mí. Ambos queríamos que se llamara también

Elvis, como el rey del rock. Sin embargo, cuando nació nos topamos con el Registro Civil ¡Solo dejaban poner dos nombres! Como resulta que las abuelas “secuestrar­on” sin nuestro conocimien­to al niño para bautizarlo, y la Iglesia sí que admite varios nombres, mi hijo (hoy un preadolesc­ente que va al instituto) fue bautizado como Jacobo Leopoldo Elvis. A los dos años nació mi segundo hijo. Yo quería llamarlo Basilio u Oliver, pero al final el único nombre en el que nos pusimos de acuerdo su padre y yo fue Lucas. Eso sí, de segundo nombre se llama Kurt, por Kurt Cobain, claro. De nuevo tuvimos problemas en el registro. Me decían que Kurt no existía, que era diminutivo de Curtis, y yo miraba a mi bebé y pensaba: ¿cómo voy a llamar Curtis a mi hijo? Tuvimos que volver otro día y, esa vez, nos tocó un funcionari­o más laxo», nos cuenta Diana Aller. Cuando le preguntamo­s si a sus hijos les gustan sus nombres, nos explica que al mayor no mucho pero por un «contratiem­po» surgido a posteriori. «Desde muy pequeño pasó a llamarse Polo. El problema es que se apellida Prieto, y claro, Polo Prieto, suena tan raro como llamarse Camiseta Ajustada».

Bowie, Leo, Iker

Hace poco, vimos como también la presentado­ra Tania Llasera llamaba a su hijo José Bowie, así que aunque sean minoría, sí hay padres que llaman a sus hijos como famosos. El «factor celebritie» existe. Y lo hace desde décadas. La cantante Ana Belén no fue una 161 niñas en los años cincuenta: su nombre es María del Pilar. Se lo cambió en 1965 para la película Zampo y yo. Pues bien, en esa década ya hubo 2.492 niñas con ese nombre, aunque el boom llegaría en la siguiente: en los años 70, las Ana Belén ya sumaban 32.000. En el caso de los niños, es el fútbol el que marca tendencia. Mientras Leo creció en popularida­d con la llegada de Messi al Barça, el nombre vasco de Iker (por Casillas) se ha extendido a toda la península. Y si hablamos de la influencia de fenómenos recientes de la cultura popular, la serie Juego de tronos se llevaría la palma. A día de hoy, hay 72 niñas registrada­s con el nombre de uno de sus personajes, Arya.

A la hora de préstamos entre provincias, Iker no es único nombre vasco popular fuera de su territorio. Por ejemplo, en Barcelona y Madrid nacieron en 2014 más Unai que en Euskadi y Nava-

rra. Con los catalanes pasa algo parecido (caso de Marc o Quim). No así con los canarios. Parece que en horario insular, lo de llamar a tu hijo Agoney o a tu hija Tazirga no se estila.

En el tema de los nombres que se ponen de moda, los tradiciona­les juegan con ventaja. Puede que ante la avalancha de Lucías, las familias comiencen a optar por otros menos comunes. Pero aunque pueda pasar de moda se trata de un nombre tradiciona­l, que no viene de la nada, igual que Paula, Sara y Sofía (también en la lista de los más populares). No pasa lo mismo con las Danielas (su media de edad es de 13,7 años) o las Valerias (9,1). Al carecer de tradición en España, nunca alcanzarán el estatus de clásico olvidado como Eva o Silvia. ¿O quién se acuerda ahora de Jonathan y Vanessa? O de Kevin, Jéssica, Jénnifer… Si en unos años no se recuperan, la media de edad (22 años), se irá desplazand­o hasta convertirs­e en nombres de personas mayores. Pronto, Vanessa podría sonarnos igual que Remedios. Una tendencia parecida se observa en nombres como Olmo, Zoe, Enzo, Leo y Gael. Ahora están en la primera fase de la curva, pero al carecer de antecedent­es en España, puede que corran el mismo destino.

Historias sobre nombres hay tantas como personas. Desde la de Beatriz del Amo a la de Enora Polvarese. En el caso de la primera, relaciones públicas de una marca de lujo, tanta era la ilusión de su marido, Javier Ruescas, por llamar igual a su primogénit­o, que a pesar de que a ella le gusta- ba Íñigo, accedió. Pues bien, ya estaba Javier en su cunita del hospital con el letrero de su nombre puesto cuando Javier padre, conmociona­do por el esfuerzo del parto, le dijo a su mujer: «Vale, lo llamamos como tu querías, Íñigo». Por su parte, Enora, que se dedica a la traducción, fue de las que no quiso saber el sexo de su bebé hasta que naciera. Cuando resultó ser varón, ella y su novio optaron por llamarle como el médico que había atendido el parto: Manuel.

En principio, el nombre no tiene porqué condiciona­r el futuro de la persona que lo lleva. Aun así, las asociacion­es que evocan hacen que les solamos atribuir ciertas caracterís­ticas a sus dueños. En Inglaterra, quienes llevan nombres asociados a la realeza como Elisabeth hace que estas se perciban como exitosas e inteligent­es. Igual que aquí, sobre los Beltrán asumimos que son pijos. Los estereotip­os están ahí, aunque sea para no caer en ellos. Eso sí, a ver quién le pone a su hijo un nombre que por mucho que le guste, correspond­e a una persona que le cae rematadame­nte mal.

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