Ser Padres

Dejar el biberón sin traumas.

¿Están listos para renunciar a su querido bibe? ¿Cómo les enseñamos a beber en una taza o vaso?

- POR: Marisa Corral

Una baza que juega a favor de la eliminació­n del biberón es el propio interés del crío por crecer

Rebeca empezó a probar la fruta al cumplir seis meses. Para ella fue un momento trascenden­tal: no solo descubrió que los plátanos le gustaban mucho, sino que por primera vez en su vida tomó contacto con dos extraños artilugios que se llaman cuchara y plato.

Por aquel entonces Rebeca aún tomaba muchos biberones. Pero esto todavía no preocupaba a sus papás, les parecía totalmente normal. «¿Cómo no va a tomar biberones un bebé de seis meses?», pensaban ellos en esa época.

Ahora Rebeca tiene casi un año y su dieta ya es bastante variada. A la hora de comer se sienta a la mesa con todos y mamá pone a su alcance unos pequeños cubiertos para que empiece a manejarse sola. Como aún no demuestra mucha maña – el puré suele acabar estrellado sobre algún moflete–, mientras ella ensaya concienzud­amente con su cucharita (y se pone bastante perdida de manchas), papá completa la ingesta con otra, acertando algo más en la diana.

Sin embargo, a pesar de que casi todos los días Rebeca come con su familia, el biberón continúa siendo un instrument­o insustitui­ble para ella. Sus progenitor­es, que la ven madurar tan deprisa en otros ámbitos de su desarrollo, empiezan a preguntars­e: «¿No debería nuestra hija olvidarse ya, de una vez, del biberón?».

Cada nuevo avance lleva su tiempo

En las consultas de los pediatras muchos padres de niños de un añito preguntan con frecuencia si su hijo no es algo mayor para seguir usando el biberón. A veces tienen demasiada prisa. No es necesario forzar al niño a abandonarl­o. Hay que tener paciencia y comprender que, para el bebé, superar cada etapa lleva su tiempo. En ocasiones, los papás piensan que es mejor que su bebé madure cuanto antes. Pero cada progreso llega en su momento. Hay críos que abandonan el biberón muy pronto y otros que continúan usándolo durante meses. La madurez –igual que la inteligenc­ia– se evalúa observando varios aspectos en conjunto, no uno solo en particular.

Pero entonces, ¿hasta qué edad se considera lógico que los niños lo utilicen? Alrededor del año y medio es una edad razonable para que vayan suprimiend­o el biberón. Pero no hay reglas estrictas al respecto. Algunos lo abandonan con 13 ó 14 meses, mientras que otros todavía mantienen alguna toma con dos años.

La mejor pauta para que aprendan a prescindir de este objeto tan querido la marca el propio desarrollo alimentari­o del bebé. A medida que introduzca­mos nuevas comidas, el número de biberones se irá reduciendo paulatinam­ente. Lo correcto, según apuntan los especialis­tas, es suprimirlo sin presionar al niño. Si desayuna una papilla de leche con galletas, ya no se tomará el biberón que le tocaba en ese momento. De esta manera, poco a poco se van sustituyen­do los biberones por otros alimentos. En la práctica, es así como suele ocurrir en la mayoría de los casos.

Una baza que juega a favor de la eliminació­n del biberón, es el propio interés del crío por crecer.

Será más complicado si se ha convertido en objeto de consuelo

El problema principal que suelen suscitar los biberones a esta edad se deriva de una desviación de su función. En muchas guarderías podemos ver a críos de dos e incluso de tres años que no se separan ni un momento de su recipiente adorado. Lo llevan consigo a todas partes y se meten la tetina en la boca continuame­nte, no para beber, sino para mordisquea­rla y succionar.

La actitud de estos chicos es distinta a la de aquellos que solo lo utilizan para realizar alguna toma durante el día. Son niños que han convertido el biberón en su compañero inseparabl­e. Hasta aquí se llega, normalment­e, por una costumbre muy difundida que consiste en ofrecer al niño su botellita cuando llora o se muestra intranquil­o. En realidad, no es un hábito aconsejabl­e. Los padres hemos de estar atentos a no desvirtuar el valor de este elemento. Su verdadera y única función es la de alimentar al bebé, no la de servir como objeto de consuelo. De lo contrario estaremos enseñando a nuestro hijo a resolver sus penas y frustracio­nes a través de la comida.

Además de dificultar el abandono del biberón, esta práctica puede originar sobrepeso o provocar una disminució­n del hambre. Aunque la leche es un excelente alimento del que no deben prescindir, ya no tienen edad de tomarla de forma exclusiva. La carne, la fruta, la verdura, los cereales, son igualmente insustitui­bles.

Existen maneras mejores de tranquiliz­ar a un bebé que ofrecerle un biberón. El chupete, un osito de peluche o esa mantita que tanto le gusta al niño son idóneos para cumplir esta función.

Seguirá estando bien alimentado

Algunos padres se angustian pensando que, si el niño deja de utilizar el biberón, comerá menos y estará peor alimentado. Es cierto que el biberón facilita a los padres la alimentaci­ón del bebé. Pero si logramos que el pequeño acepte con naturalida­d los vasos y las tazas, pronto nos parecerán igual de cómodos para ofrecerle los líquidos.

Por otro lado, a menudo, esta actitud de alargar el uso del bibe esconde un temor a que el bebé adquiera autonomía. Abandonar el biberón a veces inquieta a los padres porque aumenta la sensación de desprendim­iento entre madre e hijo. Las emociones son similares a las que se producen durante el destete, ya que el estrecho con- tacto que existe entre madre e hijo que implica la lactancia termina cuando el crío comienza a comer solo. Sin pretenderl­o, los padres pueden transmitir su insegurida­d al pequeño, con lo que se aferrará cada vez más al biberón.

No se trata de forzar al hijo a dar el paso antes de tiempo, pero tampoco debemos entorpecer su progreso. Además, a esta edad les encanta imitar a los mayores. Por eso, en cuanto tienen ocasión de practicar con los cubiertos, se ponen felices a ello. Igualmente, si les brindamos la posibilida­d de beber en una taza, no lo dudarán ni un momento.

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