Ser Padres

¡Pero qué lento es!

Todavía es demasiado pronto para exigirle que recoja sus juguetes en un pis pas o para pedirle que camine más deprisita. A esta edad, hemos de ajustarnos a su ritmo, y no al revés.

- POR: Diego Molina

En cinco minutos hay que salir de casa y la pequeña Ana sigue obstinada en ponerse sola la chaqueta: «Yo solita, mami». Una manga entra a la primera, pero la otra se le resiste hasta tres veces. Los botones, parece que se hubieran puesto de acuerdo, también remolonean. Menos mal que mamá les da un empujoncit­o. Tiempo total de la operación: diez minutitos «de nada». Ya llevan cinco de retraso y todavía le toca el turno al chubasquer­o. Ahí es cuando su madre se planta: «Yo te lo pongo, cariño, que vamos a llegar tarde». Coge el paraguas, por si acaso, y salen las dos a toda pastilla, camino de la guardería. Pero aquí no acaba la cosa, porque, efectivame­nte, está lloviendo y pocas cosas hacen tanta ilusión a un niño como llevar el paraguas y pisar todos los charcos que encuentran por el camino, si le dejan.

¿Es que no puedes ir más deprisa?

Ana se empeña en controlar el artilugio. Cuanta más prisa le mete su madre, más pendiente va ella del paraguas. Encima se mueve a paso de la tortuga, como si fueran de paseo. «¿No puedes ir más rápido?», increpa su mamá (a punto de perder los nervios) y añade al instante (los pierde, es evidente): «¡Dame ahora mismo ese paraguas!».

Seguro que sin el apremio de la hora de salida –la niña a la escuela infantil; mamá al trabajo–, Ana hubiera ganado unos minutos al ponerse la chaqueta y hacer el recorrido mañanero. ¿Cuántos? Bien pocos, apenas nada. A esta edad no es que los niños sean unos lentos, es que, sencillame­nte, su ritmo está muy lejos de ser el de un adulto. Da igual que vayamos con prisa o sin ella, llueva o haga sol, no se les puede pedir más.

A esta edad no es que los niños sean unos lentos, es que, sencillame­nte, su ritmo está muy lejos de ser el de un adulto

Sería injusto no reconocer que a veces los conflictos los genera la mala planificac­ión de los adultos

Es cierto que entre los dos y tres años ganan una autonomía increíble: toman el desayuno solos, se expresan bien y hasta se ponen solos alguna prenda. Si les comparamos con un bebé, es evidente que han crecido a paso de gigante. Sin embargo, aún son pequeños para muchas cosas.

A los dos años, precisamen­te, se muestran muy egocéntric­os y son incapaces de ponerse en el lugar del otro. Aunque la madre de Ana le hubiera explicado a su hija su necesidad de llegar puntual al trabajo, ella no habría entendido sus motivos. Y aunque los hubiese captado al vuelo, tampoco eso la habría capacitado, de repente, para meter más velocidad a sus pies.

Sin exigirle más de lo que puede dar

A veces los adultos somos demasiado exigentes con los niños y pretendemo­s enseñarles reglas que ni siquiera pueden comprender. Aunque ya son capaces de asumir ciertos comportami­entos básicos (antes de la cena se recogen los juguetes, tras el cuento de buenas noches llega la hora de dormir, etc.), otros – como caminar deprisita o acabar rápido una tarea– aún les vienen grandes. Cada nuevo aprendizaj­e debe estar acorde con su nivel de desarrollo y hay que introducir­lo como parte de la rutina familiar. Los momentos de urgencia –la consulta del pediatra, la llegada de una visita, la cola de un supermerca­do, etc.– no son precisamen­te los más adecuados para intentar razonar con nuestro hijo.

Claro que a veces no hay más remedio que conjugar el ritmo del niño con la necesidad de llegar con él a un sitio concreto y a una hora determinad­a. ¿Qué se puede hacer en estas situacione­s?

■ La primera medida es huir de la improvisac­ión. En su compañía cualquier gestión puede llevarnos el doble de tiempo. Hay que planificar­se.

■ No formulemos al niño preguntas que pueda resolver con un «no». Blanca se niega a peinarse. Su madre obvia su oposición y le pregunta qué coletero prefiere: «¿Quieres el de Frozen o el de

Peppa Pig?». «¡El de Peppa Pig!», responde Blanca entusiasma­da, y se olvida de su negativa anterior.

■ Con dos alternativ­as, como mucho tres, es suficiente («¿Quieres queso o yogur?», «¿Te pones las botas o las deportivas?»). Más opciones podrían agobiarle. Recordemos que elegir resulta al crío muy gratifican­te y le aporta seguridad y confianza en sí mismo, siempre que se respete su elección.

■ Es bueno darle tiempo para que se haga a la idea de que tiene que cambiar de actividad: «Cuando acabes de hacer la granja, nos pondremos el abrigo para ir al pediatra».

■ Excepciona­lmente, puede resultar eficaz el sistema de puntos. «Si antes de que la aguja larga llegue a esta posición te has terminado la leche, te premiaré con una carita sonriente que anotaremos en esta libreta».

La mejor estrategia, respetar sus horarios

Sería injusto no reconocer que a veces los conflictos los genera la mala planificac­ión de los adultos o su pretensión de que los críos se adapten a su ritmo y no al revés. Pretender que un niño de dos años permanezca sentado y en silencio en una reunión, que aligere la marcha o recoja sus construcci­ones a la primera, es mucho pedir. A pesar de sus progresos, sus movimiento­s aún son lentos y poco precisos. Todavía le queda mucho por aprender y practicar. La mejor estrategia es el respeto de sus horarios y de su ritmo. Su vida ha de estar bien organizada, porque esto le proporcion­a la seguridad que necesita. Cuando haya que modificar una agenda, es mejor que sea la nuestra.

No tiene noción del tiempo

Ni siquiera es capaz de entender que existe un antes y un después, ¿por qué discutir entonces sobre las horas que vuelan? La infancia tiene su propio reloj interno que madura con los años. Hasta unos meses después de nacer, el niño no adquiere el ritmo de sueño y de vigilia. Alrededor de los siete años comprende cómo marcha un reloj y hay que esperar hasta diez años para que el ser humano se acompase totalmente al entorno. Por tanto, a los dos años la noción del tiempo es nula. Su vida transcurre en ratitos. El único modo de ayudarle a confeccion­ar su horario es repitiendo los hábitos y rutinas diarios.

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