La revolución de las hormonas
¿Pasas de la risa al llanto sin motivo aparente? ¿Te has vuelto hipersensible a los olores? ¿Te cuesta dormir cuando siempre lo has hecho como un lirón? La culpa es de tus hormonas, que están transformando tu organismo para albergar al bebé. Te contamos cómo funcionan.
La mayoría de las mujeres descubren que esperan un hijo cuando, tras unos días de retraso en la regla, se hacen un test de embarazo. Pero el cuerpo de la futura madre ha empezado a cambiar semanas antes, desde el momento de la fecundación. ¿Cómo sabe el cerebro que se ha producido el embarazo? ¿Cómo permite el cuerpo que vaya creciendo el feto sin rechazarlo como a un cuerpo extraño? ¿Cómo se establece el contacto biológico entre la madre y su futuro hijo? La respuesta la encontramos en las hormonas: son ellas las que transforman tu cuerpo para que puedas albergar al bebé y amamantarle cuando nazca.
Un papel crucial en la maternidad
Las hormonas son unas sustancias que se producen en diferentes glándulas del cuerpo (tiroides, páncreas, ovarios...) y se vierten en el torrente sanguíneo para llevar órdenes a todo el organismo. Mensajeras del cuerpo, ponen en contacto los distintos órganos y envían las señales para que todo funcione adecuadamente. Intervienen en casi todas las tareas, e influyen sobre la salud y, especialmente, sobre el estado de ánimo.
Al llegar la pubertad, las hormonas sexuales (estrógenos en la mujer y andrógenos en el hombre) controlan directamente el desarrollo de los órganos reproductivos y preparan el cuerpo para la futura maternidad y paternidad.
Los estrógenos son los principales responsables de la transformación de niña a mujer: favorecen el depósito de grasa en caderas, muslos y pecho, el desarrollo del vello púbico y axilar, desencadenan la regla y tienen un marcado efecto psicológico (los intensos enamoramientos de las adolescentes se deben, en buena parte, a la acción de estas hormonas sobre el cerebro).
Las hormonas del embarazo y la lactancia son, probablemente, las más fascinantes de nuestra naturaleza, ya que producen toda una serie de efectos que permiten que el bebé crezca dentro de la madre y que el cuerpo de esta se adapte a todos los cambios de la forma más armoniosa posible. Como en un concierto de orquesta, las hormonas dirigen en todo momento la sinfonía del embarazo y dan prioridad a un órgano u otro en función de las necesidades del futuro bebé.
El feto también las produce
En las primeras semanas, las hormonas de la madre preparan el útero para recibir al embrión e inician el desarrollo de la placenta (el órgano que nutrirá al feto a lo largo del embarazo).
Más adelante, son las propias hormonas del feto las que le permiten crecer dentro del útero y evitan que el cuerpo de su madre le rechace. A medida que se aproxima el parto, las hormonas del niño bajan y las hormonas maternas retoman las riendas del embarazo para asegurar el nacimiento del bebé.
Todos estos cambios hormonales provocan alteraciones físicas y psíquicas que conviene conocer para no asustarse si ocurren.
Primer trimestre Un terremoto de emociones
En la primera parte del ciclo menstrual los estrógenos maduran el óvulo y lo liberan del ovario hacia las trompas. Tras la ovulación, el ovario comienza a segregar progesterona, que prepara el útero para recibir al embrión e impide que maduren otros óvulos. Si la mujer no se queda embarazada, la secreción de esta hormona se agota a los diez días y aparece la regla.
Si se produce la fecundación, la capa que rodea al huevo (que se ha formado con la unión del óvulo y el espermatozoide) empieza a elaborar la hormona gonadotropina coriónica (HCG), que ayudará a mantener la creación de progesterona por el ovario, hasta que la placenta asuma la función. La HCG alcanza su nivel máximo hacia la novena semana, y luego va disminuyendo. Su presencia en la orina se tiene en cuenta para realizar el test de embarazo, ya que se detecta incluso antes de que falte la regla.
A las dos o tres semanas de la fecundación, las hormonas comienzan a mandar señales que sugieren a la mujer que algo ha cambiado en ella. Ya antes de notar las típicas náuseas, muchas embarazadas experimentan cierta fragilidad emocional. La ilusión puede dar paso al malhumor o al llanto sin motivo aparente.
Muchas de las hormonas del embarazo actúan en el cerebro y lo vuelven más sensible. El futuro padre tendrá que ser paciente con los cambios de humor de su pareja, ya que a menudo ésta no puede controlarlos. Afortunadamente, solo es un estado transitorio que refleja la sorprendente transformación que está teniendo lugar en el organismo femenino.
En estos tres primeros meses de embarazo se forman los principales órganos del embrión. Su crecimiento es regulado y dirigido por la progesterona y los estrógenos.
Segundo trimestre Bienestar y plenitud
Los niveles de progesterona y estrógenos siguen aumentando. A partir del cuarto mes la placenta ya está plenamente desarrollada y se convierte en la principal fábrica de hormonas, aunque parte de los estrógenos en circulación proceden también del feto.
Los elevados niveles de progesterona provocan una sensación de plenitud y bienestar emocional y el aumento de estrógenos mejora notablemente la vida sexual. Para algunas mujeres, el segundo trimestre de embarazo es una de las mejores etapas de su vida. Es el momento de disfrutar el regalo que supone estar embarazada.
Tercer trimestre Preparando el nido
Cuando el parto está próximo, muchas mujeres sienten un instinto irrefrenable de limpiar y preparar la casa para el bebé y lo hacen con gran energía. Esta conducta, que se conoce como síndrome del nido, se relaciona con el descenso de la progesterona y el aumento de otra hormona, la oxitocina, que empieza a producir las primeras contracciones uterinas. También es habitual tener sueños extraños relacionados con el nacimiento del niño por la ansiedad que produce la cercanía del parto.
Estos cambios hormonales pueden originar contracciones de la musculatura lisa intestinal unos días antes del parto, que pueden provocar diarreas o vómitos y confundirse con una gastroenteritis, cuando, en realidad, lo que sucede es que el cuerpo se está preparando para el descenso del bebé por el canal del parto.
En el parto Una explosión química de amor
Poco antes de la llegada del bebé, los niveles de progesterona bajan y entra en acción la oxitocina, que contrae el útero, y también las fibras del pecho para que salga la leche. Esta hormona es la responsable de la conducta maternal en los mamíferos y los sentimientos de bienestar sexual y de amor hacia la pareja. Por eso, se la llama «hormona del amor ».
Cuando el parto transcurre de una forma natural en un ambiente respetuoso y sin presiones, la oxitocina alcanza su pico más alto (en la madre y el bebé) en la hora que sigue al parto, lo cual favorece que se miren embelesados. La oxitocina provoca que la madre sienta un amor inmenso por su hijo, al que acaba de conocer, y una profunda conexión con él. Se puede decir que produce un auténtico flechazo entre la madre y su hijo.
Además, se libera cada vez que el niño succiona el pezón, lo que favorece que amamantar sea una experiencia placentera para la madre.
Después del parto, el nivel de estrógenos también cae en picado. Estel descenso hormonal es responsable del abatimiento que experimentan muchas madres tras el nacimiento de su hijo. En compensación, entra en escena otra hormona: la prolactina, que estimula la producción de la leche, impide el retorno de la regla durante los primeros meses de lactancia y favorece el instinto de protección y cuidado del bebé (es la responsable de que una madre pueda oír llorar a su hijo cuando está en medio de una cena familiar y todos hablan en voz alta).
Todo el organismo femenino está programado por estas dos hormonas, oxitocina y prolactina, para poner el bienestar del niño por encima de todo. No hay que sentirse mal si ese amor tan especial por el bebé no surge nada más verle (a veces la oxitocina no tiene su efecto tan rápido porque el parto no fue como se esperaba, porque la madre y el bebé no estuvieron juntos al principio..). El cariño especial se crea día a día, a través del contacto directo con el pequeño. Cuando la producción acelerada de las dos hormonas cese, será el apego la que garantice el bienestar y la unión madre-hijo.