Ahora te entiendo, mamá
La maternidad cambia, para bien, la relación que tenemos con nuestra propia madre. De repente nos damos cuenta de que no estaba tan equivocada como creíamos.
Ya lo decía mi madre. Si retrocediéramos 10 o 15 años y nos dijeran que en algún momento íbamos a pronunciar esta frase, seguramente habríamos protagonizado la carcajada más sonora de la historia. Pero ¡ay!, cómo cambian las cosas cuando nuestro rol protagonista en la vida deja de ser el de hija (con toda la carga rebelde y contestataria que ello implica) y pasa al de madre. Y es que, según explica la coach y terapeuta Verónica Rodríguez: «La relación madre-hija es un continuo tobogán en el que las identificaciones y similitudes se alternan con los desapegos y rupturas. En ella destacan dos periodos: la adolescencia, donde las hijas tratan de romper con el idealizado modelo materno para construir su propia personalidad, y la entrada de la hija en la madurez y la maternidad, momento de grandes transformaciones vitales».
Con la maternidad, todos esos consejos, hábitos y modos de nuestra madre que durante años nos han parecido a veces caducos y otros una auténtica chorrada comienzan a cobrar sentido – generalmente en tiempo récord–. asta el punto de que nuestra progenitora pasa a convertirse en un ente a medio camino entre «oráculo de sabiduría» y «puesto de socorro» al que acudir a la menor duda. «Para una mamá primeriza todo es nuevo, lo que suele producir una cierta ansiedad. El apoyo de su madre le puede proporcionar la calma que necesita y si se hace bien, fortalecer mucho la relación entre las dos», señala el psiquiatra Javier Quintero.
Sin darse cuenta, la hija convertida en madre comienza a reproducir comportamientos y actuaciones que hasta hace poco reprobaba y a preguntarse casi inconscientemente: «¿Qué haría mi madre en este caso?».
Además, al vivir en su propia carne las dificultades que conlleva la maternidad, se da cuenta de las carencias a las que tuvieron que hacer frente las madres de anteriores generaciones. Hasta que no tienen a sus hijos en brazos y empiezan a lidiar con las vicisitudes de su nuevo rol, muchas mujeres no caen en la cuenta de que, por ejemplo, no siempre ha existido la posibilidad de hacer la compra por internet o que la maxi- cosi tampoco es un invento tan antiguo, y es entonces cuando empiezan a ponerse en los zapatos de sus progenitoras. Menos prosaicos, pero igual de reveladores, son otros hallazgos que suelen producirse en este momento de reconversión.