Programado para gustar
Los bebés llegan al mundo vulnerables, pero con un poder fascinante: hacer que los adultos queramos cuidarles y protegerles.
Los
neonatólogos, enfermeras y todos los que trabajan con recién nacidos coinciden. Niños, abuelos, padres y no padres muestran las mismas reacciones ante esa criatura recién sacada del horno. El cuerpecito arrugado, la cabeza desproporcionadamente grande y, sobre todo, los ojos... no podemos dejar de mirarlos. Les hablamos con un tono agudo, el que mejor oyen, realizamos movimientos suaves para no sobresaltarles, acercamos la cara instintivamente a unos 25 cm, justo la distancia a la que nos pueden ver. ¿Cómo es posible que sepamos todo esto si nadie nos lo ha enseñado y no habíamos visto a un recién nacido en nuestra vida?
Los niños vienen al mundo desprotegidos y vulnerables, pero no los subestimemos, la naturaleza les ha dotado con el arma de su- pervivencia más poderosa: la capacidad de amar y de despertar el amor de sus padres desde el momento mismo de su nacimiento.
Para los padres es lo más normal del mundo, pero, desde Darwin, los científicos llevan siglos intentando responder a una pregunta tan simple como esta: ¿por qué nos gustan tanto? La biología aporta una posible explicación: los bebés llegan al mundo «antes de tiempo» porque, en caso contrario, el tamaño del cerebro les impediría atravesar el canal de parto.
El pequeñín es tan listo que sabe que, en caso de peligro, no puede utilizar los recursos normales en los mamíferos, pelear y huir; sin embargo, sí que puede conseguir que mamá y papá le protejan. El amor es su garantía de supervivencia.