Ser Padres

Miedo a la separación

¿Por qué será que los bebés protestan con tanta energía cuando su madre se aleja? ¿Hay que tomar en serio sus lágrimas? La respuesta es sí. Tiene hambre de tu compañía.

- POR: ROSA R.

Cariño y alimento van de la mano

bé se siente mal cuando tiene hambre y al comer se siente bien. Como es la madre la que le da el pecho (y también el biberón, casi siempre), acaba asociándol­a con el bienestar de la barriguita llena. Así, del alimento, que es una necesidad real, vendría el estar en brazos, que no es más que cuento.

Montse, de diez meses, llora desesperad­a en cuanto Merche, su madre, desaparece de su vista. «Es que si tengo que ir al lavabo, se pone que parece que la estén matando y en cuanto la cojo en brazos, el llanto cesa y en pocos segundos ya está otra vez feliz y contenta», cuenta Merche.

Los que van de expertos en temas de crianza infantil, que acuden a la madre novata como las moscas a la fruta, le darían sus sabios consejos: «Es cuento, lo hace para llamar la atención». «Mira cómo se le quita todo en un plis plas. Eran lágrimas de cocodrilo». «Te toma el pelo». «¡Uy, qué mamitis tiene esta niña...!». «Pues déjala que llore, tiene que acostumbra­rse a no salirse siempre con la suya»...

Mamá ha intentado llevar a la práctica tales consejos, asustada ante la perspectiv­a de ver a su tierna bebita convertida en loca de atar, delincuent­e juvenil o algo peor. La ha metido en el corralito con sus juguetes («Y si no te gusta, te aguantas, que yo tengo cosas que hacer ») y la pequeña ha cogido un berrinche tremendo. Al final ha habido que sacarla igual y encima ha costado horrores calmarla.

O se ha ido al cine dejándola con la canguro («Tú también tienes derecho a descansar, que no la cuidarás bien si estás agotada»); y aunque dice la canguro que enseguida se ha calmado y ha pasado la tarde tranquila, al volver a ver a mamá se ha pegado como una lapa y no ha habido forma de volver a dejarla en el suelo, y luego le ha costado mucho dormirse. ¿Se ha vuelto una malcriada, como nos habían advertido?

Pues no, nada de malcrianza­s. El caso es que la conducta de Montse es totalmente normal. Los niños pequeños necesitan estar continuame­nte con su madre. « Necesitan » , en el más estricto sentido de la palabra.

Hace un siglo se pensaba que los bebés solo necesitaba­n comer, dormir y respirar; y solo de la comida teníamos que ocuparnos, porque para dormir y respirar ya se las arreglan solos. El be- Hoy sabemos que los bebés (y también los adultos) tenemos una necesidad de contacto humano, de un vínculo afectivo, que es independie­nte de la necesidad de comer, y como mínimo igual de fuerte.

¿Por qué existe esta necesidad, este «hambre» de compañía? Pues por lo mismo que el de la comida: porque a lo largo de millones de años de evolución, los bebés que se quedaban tranquilos sin comer se morían de hambre, y los que se quedaban muy quietos, desnudos en el suelo, mientras su madre se alejaba, se morían de frío o devorados por las fieras.

El niño no piensa: «Qué miedo, si me quedo solo, puede venir un lobo y comerme», al igual que no piensa: «Necesito proteínas y calcio para seguir creciendo, creo que me iría bien un poco de leche » . El pedir comida, como el buscar a su madre, no son fruto

Ni está malcriado ni lo hace para molestarno­s. Sus lloros ante la separación son una reacción espontánea y natural, no un simple capricho

Llorar ayuda a sobrevivir

Pero un bebé no puede entender todo eso, y su reacción, en cuanto pierde de vista a su madre, es ponerse a llorar lo más fuerte posible y durante muuuuuuuch­o tiempo, hasta que mamá vuelva. Porque, durante millones de años, solo los niños que lo han hecho así han sobrevivid­o.

Entonces, ¿no tendría que hacerse más independie­nte? Claro, tu hijo se hará independie­nte. Pero la manera de conseguirl­o no es dejarlo solo mucho rato, sino al contrario, darle tanto cariño, tanto contacto, tantos abrazos, tanto tiempo, que llegue el día en que no necesite más.

Es lo que los psicólogos llaman Teoría del apego. En esencia, dice que cada niño tiene una fi- El problema es que tu hijo aún no lo sabe. ¿Cómo puede saber Montse dónde está su mamá, qué hace, a qué hora volverá? ¿Cómo sabe si volverá o no? ¿Cómo sabe que está en una casa con puerta de seguridad y calefacció­n, y que esa simpática señora está ahí para cuidarla? Cuando lo sepa, a los tres o cuatro años, también ella podrá, usando la razón, sobreponer­se a su instinto. Un niño de cuatro años, cuando va al cole, o cuando ve que su mamá se va al trabajo, la despide con un beso y se queda tan tranquilo (aunque, claro, preferiría no separarse, y bien que disfrutará los días de fiesta). de un razonamien­to, son conductas automática­s, desencaden­adas por una causa concreta: por notar el estómago vacío, o por notar que mamá no está a su lado.

Tú, querida mamá, tienes la misma conducta y el mismo instinto: por nada del mundo abandonarí­as a tu hijo. Si no tuvieras casa ni muebles ni ropa ni fuego, si vivieras en la selva con tu hijo, jamás se te ocurriría dejarlo en el suelo, ir a buscar comida o a pasear, y volver a recogerlo al cabo de unas horas.

Pero, claro, hoy en día las cosas son muy distintas. Tu hijo está abrigado, protegido, cuidado por otras personas. Te vas a comprar, o a trabajar, o al cine, y sabes cuándo volverás, y quién le cuidará mientras, y estás segura de que no le va a pasar nada. Su instinto le sigue diciendo que no te vayas, y por eso se siente mal y se le parte el alma cuando lo dejas en la guardería. Mientras estás fuera piensa en él a menudo, y telefoneas para preguntar cómo está..., pero tu razón te asegura que no hay motivo para preocupars­e, que tu bebé está perfectame­nte.

gura primaria de apego, con la que le une una relación especial. Cuando se separa de su figura de apego ( que casi siempre es la madre), el niño hace lo necesario ( llorar, llamar, salir corriendo detrás...) para volver a reunirse con ella. Con los meses y los años, el vínculo afectivo se va extendiend­o, y junto a la figura primaria aparecen figuras secundaria­s de apego: el padre, los abuelos, los familiares, los amigos, los profesores, los vecinos...

La calidad de la primera relación prefigura las que vendrán luego. No te dejes engañar por quienes dicen que el bebé ha de ir a la guardería para « sociabiliz­arse » y « relacionar­se con otros ni- ños». Es justo lo contrario. Los niños que tienen una relación intensa y satisfacto­ria con su madre tendrán seguridad y confianza en sí mismos, sabrán que son personas importante­s y que merecen atención y respeto, y disfrutará­n también de una relación intensa y satisfacto­ria con su padre y demás familia, con sus amigos y profesores, y con sus compañeros de trabajo. Serán más felices en su matrimonio, se llevarán mejor con sus propios hijos. En cambio, los que han tenido una relación insuficien­te con su madre, los que han sido abandonado­s o maltratado­s, se convierten en seres inseguros y dependient­es, que tienen malas relaciones con los demás.

Antes de los tres o cuatro años, el niño no puede comprender por qué se va su madre, si se marcha para siempre o si piensa volver, ni cuánto dura una hora o qué significa «un rato»

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