PALABROTAS
Tan pequeño y tan mal hablado
Se le cae un juguete y dice: «¡o-der!». Se enfada con su profesor y oímos: «¡tonto...!». ¿Tiene arreglo? Claro que sí.
Parece que están a lo suyo, se les ve ensimismados dibujando, dando instrucciones a su mascota, charlando con el amigo invisible... Si hasta les llamamos y no contestan. Pero cuidado. El que se confíe ante esta supuesta inocencia está perdido: vivimos al lado de auténticos radares en conexión permanente.
Una de sus programaciones más perfeccionadas consiste en detectar el más mínimo tono enfático de una palabra, y no se les escapa ni una. Por supuesto que no se pierden todo tipo de charla monocorde que transcurra a su lado, pero lo que llama poderosamente su atención son las entonaciones de enfado o las de énfasis. Y, como todo el mundo sabe, un taco no sería un taco si no llevara la carga expresiva que le da poder. En casa es donde empiezan a conocer las posibilidades del interesante mundo de las palabrotas y de esos otros términos que, fuera de contexto, también causan efectos demoledores (sus recurrentes ¡caca- culo-pedo-pis!).
Captan expresiones con doble sentido
Pero, ¿cómo han aprendido lo que significan y el poder que tienen? El curioso proceso parte de la edad clave de los tres años, aproximadamente, momento en que tiene lugar el gran despegue del lenguaje. El vocabulario se multiplica vertigi-
nosamente y las estructuras morfosintácticas ganan perfección. En definitiva, el lenguaje ya está totalmente adecuado al modelo adulto. Pero la vida al lado de estas personitas no deja de ser una sucesión de sorpresas: no solo han aprendido a manejarse lingüísticamente con la habilidad de los adultos, sino que también tienen capacidad mental para ir más allá de los significados de las palabras. Es decir, se dan cuenta de que además del significado concreto de un término, existe un doble sentido. ¿De qué manera? El mecanismo es más fácil de lo que imaginamos. Un ejemplo prosaico, pero representativo: desde los primeros meses del bebé, los padres suelen acompañar la pronunciación de caca con fruncimiento de nariz y gesto de asco. Ahora él ya comprende que además de referirse a algo material, puede decirse para desagradar. Los matices verbales y no ver- bales con que cargamos (muchas veces de forma inconsciente) todas las palabras con un sentido malsonante o irónico son recogidos por sus detectores extremadamente sensibles e intuitivos. Aunque parezca increíble, usan las palabras tanto para conseguir algo práctico como con un sentido intelectualizado.
Les encanta aprender nuevos términos y, si descubren las dobles posibilidades, la atracción es todavía mayor. En muchas ocasiones no conocen ni entienden el verdadero significado de la palabrota, solo su eficacia o utilidad. Seguir este proceso de desarrollo nos lleva a la conclusión de que se trata de una edad muy propicia para los tacos, las palabrotas o las expresiones hirientes. Las primeras que empiezan a utilizar suelen ser las relacionadas con funciones físicas (las consabidas: caca, culo...)