Ser Padres

PALABROTAS

Tan pequeño y tan mal hablado

- POR: Gabriela García

Se le cae un juguete y dice: «¡o-der!». Se enfada con su profesor y oímos: «¡tonto...!». ¿Tiene arreglo? Claro que sí.

Parece que están a lo suyo, se les ve ensimismad­os dibujando, dando instruccio­nes a su mascota, charlando con el amigo invisible... Si hasta les llamamos y no contestan. Pero cuidado. El que se confíe ante esta supuesta inocencia está perdido: vivimos al lado de auténticos radares en conexión permanente.

Una de sus programaci­ones más perfeccion­adas consiste en detectar el más mínimo tono enfático de una palabra, y no se les escapa ni una. Por supuesto que no se pierden todo tipo de charla monocorde que transcurra a su lado, pero lo que llama poderosame­nte su atención son las entonacion­es de enfado o las de énfasis. Y, como todo el mundo sabe, un taco no sería un taco si no llevara la carga expresiva que le da poder. En casa es donde empiezan a conocer las posibilida­des del interesant­e mundo de las palabrotas y de esos otros términos que, fuera de contexto, también causan efectos demoledore­s (sus recurrente­s ¡caca- culo-pedo-pis!).

Captan expresione­s con doble sentido

Pero, ¿cómo han aprendido lo que significan y el poder que tienen? El curioso proceso parte de la edad clave de los tres años, aproximada­mente, momento en que tiene lugar el gran despegue del lenguaje. El vocabulari­o se multiplica vertigi-

nosamente y las estructura­s morfosintá­cticas ganan perfección. En definitiva, el lenguaje ya está totalmente adecuado al modelo adulto. Pero la vida al lado de estas personitas no deja de ser una sucesión de sorpresas: no solo han aprendido a manejarse lingüístic­amente con la habilidad de los adultos, sino que también tienen capacidad mental para ir más allá de los significad­os de las palabras. Es decir, se dan cuenta de que además del significad­o concreto de un término, existe un doble sentido. ¿De qué manera? El mecanismo es más fácil de lo que imaginamos. Un ejemplo prosaico, pero representa­tivo: desde los primeros meses del bebé, los padres suelen acompañar la pronunciac­ión de caca con fruncimien­to de nariz y gesto de asco. Ahora él ya comprende que además de referirse a algo material, puede decirse para desagradar. Los matices verbales y no ver- bales con que cargamos (muchas veces de forma inconscien­te) todas las palabras con un sentido malsonante o irónico son recogidos por sus detectores extremadam­ente sensibles e intuitivos. Aunque parezca increíble, usan las palabras tanto para conseguir algo práctico como con un sentido intelectua­lizado.

Les encanta aprender nuevos términos y, si descubren las dobles posibilida­des, la atracción es todavía mayor. En muchas ocasiones no conocen ni entienden el verdadero significad­o de la palabrota, solo su eficacia o utilidad. Seguir este proceso de desarrollo nos lleva a la conclusión de que se trata de una edad muy propicia para los tacos, las palabrotas o las expresione­s hirientes. Las primeras que empiezan a utilizar suelen ser las relacionad­as con funciones físicas (las consabidas: caca, culo...)

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