Una reacción según cada caso
Como siempre, cuando se habla de las conductas en la infancia, la reacción de los padres es fundamental para que se afiance un comportamiento positivo. Aunque se considera normal la actitud de decir palabras malsonantes en este periodo de su evolución, la respuesta del adulto siempre debe vigilarse. La reacción correcta de los padres ha de adecuarse al tipo de palabras que diga su hijo y el grado de repetición con que las use. En el caso de que sean leves (que es lo habitual):
No debemos reírnos; así le estamos diciendo que nos hace gracia, y las repetirá para llamar la atención.
Lo adecuado es ignorarlas con el fin de que, poco a poco, queden fuera de su vocabulario cada vez más rico.
Demostrar que nos escandalizamos puede ser contraproducente porque le reafirmamos el efecto que busca: destacar. De esta manera provocamos que haya más posibilidades de que se repitan más adelante.
En el caso de que sean ofensivas, le pueden causar problemas fuera del entorno familiar. La permisividad aquí sería dañina, por lo tanto no deben ignorarse bajo ningún concepto:
No es nada recomendable comentar con otras personas delante de él lo que ha dicho. Al pequeño no le beneficia en nada.
Hemos de decirle sin rodeos que esas palabras molestan a los demás, que no les gusta oírlas, y mostrarle claramente nuestro desagrado.
Tenemos la obligación de ofrecerle alternativas por muy pequeño que sea. Podemos comentarle que esas palabras no se usan (es imprescindible que no nos las oigan decir a nosotros) y enseñarle a expresarse sin insultar: «En lugar de llamar... (lo que sea) a tu amiguito, deberías decirle que estás enfadado con él porque no te deja la pelota». Muchas veces pensamos que estas cosas son tan básicas que no hace falta decirlas, pero no se aprenden solas y nuestros hijos necesitan que se las enseñemos.