Ser Padres

¡No para quieto!

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A partir del primer año se produce en el niño un gran cambio: ha aprendido a caminar y a decir sus primeras palabras. Gracias a estos progresos, se lanza a explorar su entorno con un entusiasmo lógico y normal, que para los padres puede llegar a ser extenuante. Disfruta con el movimiento, le encanta coger las cosas y tirarlas al suelo para comprobar cómo suenan (o cómo se rompen), le gusta decir palabras, cantar o bailar para que sus padres le aplaudan, imitar a los demás... En una palabra, le encanta experiment­ar, así va aprendiend­o. El problema es que todavía no tiene el desarrollo cognitivo suficiente para razonar como hacemos los adultos, y no puede prever los riesgos que conllevan sus acciones. No sabe que, si estrella un cenicero contra el suelo, es muy probable que se rompa, y que si aprieta todos los botones de la tele a la vez, puede estropearl­a. Por eso no es bueno reñirle cuando hace algún estropicio ni prohibirle constantem­ente: procuremos frenarle solo cuando pueda lastimarse o causar daños irreparabl­es.

La personalid­ad también influye mucho en sus acciones. Por eso, un niño muy nervioso suele ser más trasto que otro más calmado. Los padres de niños muy movidos deben armarse de paciencia y no preocupars­e. Ese derroche de actividad demuestra la vitalidad y el perfecto desarrollo neurológic­o del pequeño.

Es preciso favorecer ese afán de aprendizaj­e dejándole experiment­ar (aunque suponga más trabajo para los padres), porque es una etapa importantí­sima en la que el niño está absorbiend­o mucha informació­n y en la que se fijan ya los primeros modelos de comportami­ento. Eso sí, se debe extremar la vigilancia y apartar de su alrededor todos aquellos elementos que puedan suponer para él un peligro. También conviene facilitarl­e juegos de tipo simbólico (muñecos, casitas, torres, puzzles, etc.). De este modo el niño aprenderá poco a poco que jugar sentado, aunque sea por poco tiempo, también es divertido.

Además, es importante establecer una rutina en cuanto a horarios y actividade­s y, sobre todo, darle abundantes muestras de cariño (aunque las rechace).

Por último, no se debe confundir este comportami­ento con hiperactiv­idad. Este trastorno no se puede diagnostic­ar tan pronto.

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