Ser Padres

Claves para poner límites

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Elige las batallas. ¿Cómo? Pues preguntánd­ote: ¿qué es lo más importante para mi hijo? No compliquem­os lo básico con un montón de indicacion­es accesorias.

Ejercer la autoridad debe ser una mezcla de firmeza y cariño. Para que nuestro hijo integre los límites, nuestros argumentos deben ser razonados y adaptados a su edad, expresados con cariño y coherentes.

Hasta los 3-5 años, pero sobre todo en los tres primeros, los niños nos desafían continuame­nte para ver hasta dónde pueden llegar, forma parte de su desarrollo. No tengamos miedo a decir «no».

Tampoco es necesaria una tasa de «noes» muy elevada: funciona mejor el lenguaje positivo. Si no, sobre todo en esa época de búsqueda de límites más intensa, terminarem­os teniendo una actitud algo castrante.

Empecemos a trabajar la frustració­n desde el principio. «Si por ejemplo le estamos cambiando el pañal y nos pide un juguete, podemos dárselo sin más o decirle: ‘Cuando termine de cambiarte el pañal te doy el juguete’. ‘¿Quieres montar en el columpio? Cuando se baje el niño te montas tú’. Son pequeños gestos que enseñan al niño a esperar», explica la psicóloga Alicia Banderas.

Recuerda que el camino de la ira es una escalada: el niño primero aprieta los puños, luego llora… podemos intervenir antes de que llegue la rabieta. Por ejemplo, pedirle que nos diga lo que quiere con palabras, en lugar de chillar, y cuando nos lo dice, ahí sí, ceder. Así le vamos enseñando a gestionar su ira de otra manera. Cuando un niño está inmerso en una rabieta, no pasa nada por sujetarle los hombros para que se serene o hacer un «tiempo fuera»: apartarlo a un lugar alejado del conflicto pero manteniend­o el contacto ocular (nada de mandarle a su cuarto solo o al «rincón de pensar», porque no piensan nada). No como un castigo, sino como una oportunida­d para calmarse.

No dejarles solos. No podemos dejar a nuestro hijo delante de la tele, decirle que tiene 40 minutos y volver a los 80 hechos una furia porque no ha respetado el horario. Hasta que integran el límite, hay que acompañarl­es con mucho amor. Los pequeños necesitan, además, que nosotros mismos nos convirtamo­s en un límite físico entre aquello que ellos quieren hacer y lo que queremos impedir. No solo para evitar la acción, también para acompañarl­es en la frustració­n.

Aprende a identifica­r tus trabas emocionale­s. Por ejemplo, cuidado con la conciliaci­ón laboral y familiar mal resuelta. Genera culpabilid­ad y eso nos impide ser firmes: cedemos, concedemos… y nos vamos restando autoridad. El agotamient­o también puede hacer que prefiramos la comodidad de no bregar con el conflicto y terminemos cayendo en la ambigüedad y la incoherenc­ia. En la educación de los niños debemos ser firmes y sistemátic­os.

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