¿Soy un padre permisivo?
Salimos de casa a la carrera para hacer la compra, pero nuestro hijo pequeño (que se quedaba con su padre) se agarra a nuestra pierna llorando.
a) Le explicamos con pelos y señales por qué no puede venir y terminamos prometiéndole una chuchería a la vuelta. Si llora mucho acabamos llevándole con nosotras, molestas por la falta de apoyo del padre.
b) Nos deshacemos de su abrazo y le decimos que se deje de caprichos.
c) Bajamos a su altura, le decimos con firmeza que ahora no puede ser y pedimos apoyo al padre. De vuelta, nos planteamos si nuestro hijo necesita más nuestra presencia o atención y pensamos cómo ofrecérsela.
Estamos en casa de una amiga y nuestro hijo de dos años descubre el frutero, lo empuja y tira toda la fruta por su cocina.
a) Nos quedamos fascinados por su capacidad para experimentar. Le decimos a nuestra amiga: «Míralo, así está todo el día, explorando».
b) Nos da mucho apuro y gritamos: «¡¡Noooo!!».
c) Nos interponemos entre el frutero y nuestro hijo, le decimos con serenidad que eso no se hace y le pedimos que nos ayude a recoger lo que ha tirado.
Nuestro hijo mayor no deja de jugar ruidosamente en torno a su hermanito recién nacido, que duerme plácidamente.
a) Le pedimos varias veces que juegue en silencio. Luego empezamos a ofrecerle opciones: «¿No prefieres ver la tele un rato, pintar, jugar con la consola...? pero nos apiadamos de él. Pobre, se siente destronado.
b) Le espetamos: «¡Vete a tu cuarto y no vuelvas hasta que no estés dispuesto a permanecer callado!».
c) Nos acercamos a él y, con cariño, le decimos: «Tu hermano está durmiendo, aquí no puedes hacer ruido. Te acompaño a otra habitación para que puedas jugar a gusto». Si lo que le interesa es llamar la atención (y no tanto el juego), tomamos nota para poder ofrecerle una solución adecuada, ahora o en otro momento: ¿más tiempo de exclusividad con nosotros, un espacio propio para jugar?