Los padres debemos...
Poner límites muy claros sobre que hay unos objetos desarmables y otros no, que los juguetes no se rompen, y no permitir que esto se convierta en juego. Enseñar al niño a respetar las cosas y ser cuidadoso.
Cuando rompa algo, hacerle ver que eso no es correcto y no se hace. Si insiste en ese comportamiento, aislar al niño y decirle que piense un rato sobre «hay que cuidar las cosas y no romperlas». Poner a su disposición objetos y juguetes que sean sólidos y no se rompan. Los que se rompen con facilidad hacen al niño sentirse culpable sin motivo. Darle juguetes desmontables para que satisfaga su placer de desarmar.
Elogiarle mucho cuando cuide sus juguetes y los objetos de la casa, para que se sienta orgulloso y contento consigo mismo. Fomentar su cooperación en el orden y cuidado de las cosas. Tener en cuenta que el niño puede tener un plus de energía que no puede desfogar de otra manera. Proporcionarle entonces espacio amplio, aire libre, ocasión de jugar y desahogarse, hacerle correr, pasear con él, dejarle andar en bici hasta cansarse...
Podemos darle objetos en desuso para desarmar, ropa vieja, papeles para rasgar... Necesitan incluir en sus juegos algunos momentos de caos y desorden.
Romper cosas divierte a los niños, y hasta es sano si lo hacen de un modo inofensivo: pintarrajeando y recortando (con tijeras sin punta) periódicos y revistas viejos, o arrugándolos y haciendo proyectiles de papel. También saltando sobre los charcos congelados en invierno o construyendo y destruyendo castillos en la arena en el verano...
Si al destrozo se une el ruido, la diversión es doble. Por ejemplo, permitiéndoles arrojar las botellas de cristal vacías en los contenedores de reciclaje, saltando sobre las cajas de cartón tras desempaquetar un electrodoméstico, estallando las burbujas del plástico de embalaje...