Educar en positivo.
Lo que tu hijo tiene que escuchar antes de llegar a la adolescencia
Muchas veces centramos nuestros estilos educativos (y nuestra vida, por qué no decirlo), en lo que no debemos hacer; es decir, en evitar aquellas cosas, actitudes, frases, conductas que sabemos a ciencia cierta que no solo no nos llevan a ninguna parte, sino que hasta pueden resultar perjudiciales para nuestros hijos.
Sin embargo, tanto psicólogos infantiles como educadores coincidimos en señalar que no basta con «morderse la lengua» un día tras otro para conseguir que nuestros hijos crezcan con un buen pack de herramientas para la vida. Es decir, que no se trata de ahogar en la garganta los «mira que te lo he dicho», «eres un desastre» o «tu hermana lo hace mejor». Se trata de convertirnos en expertos (o algo parecido) en todo lo contrario: detectar y verbalizar emociones, pensamientos y conductas positivas, que sirvan de hoja de ruta vital a nuestros hijos.
«Pero si me paso el día haciendo esfuerzos por no estallar y no acabar diciendo cosas de las que luego
me arrepiento ¿cómo voy a conseguir hacerlo justamente al revés?». Tranquilos, porque la respuesta es un alivio: es muchísimo más fácil dejar de decirles a nuestros hijos cosas negativas si ponemos toda nuestra atención en generar acercamientos y verbalizaciones positivas. De hecho, es como si en el espacio de la comunicación solo hubiera sitio para unas cuantas frases contundentes y, en el momento en que lo llenamos de formulaciones en positivo, las negativas parecen no tener lugar y pierden fuerza. En cualquier caso, merece la pena intentarlo: la autoestima (es decir, el valor que nuestros hijos se dan a sí mismos) se forja sobre la base del autoconcepto (lo que nuestros hijos saben de sí mismos). Y el autoconcepto no se construye desde la individualidad («Yo pienso de mi que soy...») , sino que se nutre en gran medida de lo que nuestros padres dicen, hacen, opinan y sienten sobre nosotros. Y más aún, de lo que todo eso les parece («Eres muy desordenada, pero no importa demasiado y además te adoro»).
1 «Siempre te quiero. Aunque esté enfadado contigo, aunque discutamos, aunque no estemos juntos, te quiero»
Saber que uno es amado incondicionalmente es un potente catalizador del optimismo, ayuda a recuperarse de los reveses de la vida e invita a buscar soluciones cuando las cosas se ponen feas. La diferencia entre recordarles a nuestros hijos que les queremos pese a todo lo que pueda suceder (broncas, decepciones, etc.) y no decírselo, es abismal: «Estoy muy enfadada contigo, pero te quiero». Se trata de no confundir nuestras emociones negativas del momento con la falta de amor.
2 «No hay nada malo en ti. Cuando te portas mal (o cuando te salen las cosas torcidas), es solo porque hay cosas que aún estás aprendiendo»
En nuestra sociedad se valora el éxito, no el camino hacia el éxito. Si lo hiciéramos, seríamos más conscientes de que ese camino está lleno de errores, equivocaciones, intentos fallidos, descontroles, meteduras de pata y acciones indeseables (voluntarias e involuntarias). Sin embargo, en muchos hogares y entornos educativos lo que se persigue es que los niños progresen sin errores. De hecho, esos errores se castigan o se valoran como «defectos» en la personalidad del niño que crece. ¿El resultado? Muchos pequeños van por la vida íntimamente convencidos de que algo no funciona bien en ellos, porque de no ser así, gestionarían sus emociones como maestros Jedi, harían caso a todo a la primera, no discutirían tanto con sus hermanos y harían los deberes sin rechistar.
Hacerles saber que sus deslices son fruto del desconocimiento y la falta de experiencia (incluso los peores) es una manera fantástica de estimularles precisamente para seguir adelante, aprendiendo y mejorando constantemente.
3 «Gracias»
Cuando agradecemos algo a nuestros hijos, estamos haciendo mucho más que sembrar la semilla de la buena educación. Y es que no hay refuerzo positivo más potente que expresarles que su esfuerzo, su paciencia, su generosidad o sus detalles son recibidos por los demás ( nosotros los primeros) como un auténtico regalo, algo que nos hace sentir muy bien, que valoramos especialmente y que, por tanto, agradecemos mucho.
4 «Me siento feliz y orgullosa de ser tu madre»
Nuestros hijos se miran en el espejo de los demás constantemente y, cómo no, se comparan a menudo entre ellos. Por extraño que parezca, es habitual que, en alguna ocasión, nuestros peques se hayan planteado si estos papás que tanto se tienen que esforzar en educarles, no hubieran preferido otros hijos en suerte o si su hermano no será mejor que ellos. Estas preguntas que difícilmente nos van a formular a la cara (casi ni se atreverán a decírselo a sí mismos), podemos atajarlas haciéndoles saber que no solo son lo mejor que nos ha pasado en la vida sino que, además, nos parece que hemos tenido mucha suerte con ellos.
Cuando hay hermanos, aunque solo sea una vez (si se lo decimos más, mejor), nuestros hijos tienen que escuchar que, para nosotros, son los mejores. Pero ¿cómo decírselo sin dejar en desventaja a los demás cachorrillos?. Muy sencillo, dejando claro que, en su posición, son los «Eres el mejor hermano menor del mundo» «Eres la mejor hermana mayor del mundo» y así.
5 «Las cosas no salen a la primera, así que no te rindas, sigue intentándolo»
De hecho, ¡ casi nunca salen a la primera! ¿ Te acuerdas de ese roscón de reyes que tuviste que meter en el horno cinco veces (sí, cinco), hasta que salió comestible? ¿ Y la cantidad de veces que tuviste que presentarte a ese examen de conducir hasta que lo aprobaste? Por no hablar de las caídas en la nieve, hasta que conseguiste bajar por la pista con algo de dignidad. Nuestros hijos tienen que saber que lo normal, lo natural, lo esperable, es necesitar varios intentos antes de que las cosas salgan redondas. Necesitan oírlo y, sobre todo, necesitan verlo (es decir, vernos) y hacerlo (fallar y que no pase nada).