Ser Padres

Mi hijo es un pegón... ¿o es violento?

En un país donde uno de cada diez niños sufren acoso escolar la pregunta parece cada vez más obvia. ¿Cómo y cuándo frenar las actitudes violentas de los niños?

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Que un niño tenga una perra para salirse con la suya, que un día se le escape la mano porque está rabioso o que grite algo “que nunca debería haber dicho” es normal. Los expertos coinciden: la clave está en si se repite con frecuencia. Es esperable que un niño aprenda a controlar su ira o su frustració­n - de hecho tiene que aprender a hacerlo- y que muchas veces, al no poder, se le escape el genio de manera verbal o física. Cómo intervenir correctame­nte en su educación para evitar que eso vaya a más es una pregunta que se hacen padres y educadores de manera recurrente, cómo identifica­r una etapa como un problema, cómo saber, en definitiva, si nuestro hijo es un pegón o es… violento. Muchas veces, las causas que motivan la agresivida­d infantil están en casa ( se discute de manera agresiva, se dan gritos o portazos), en la sobreexpos­ición a escenas violentas (en videojuego­s, películas o noticias) o en la mala gestión de las propias emociones del niño (que no sabe identifica­r su ira, su estrés, su preocupaci­ón o su tristeza). Miguel Silveira, psicólogo clínico y autor de

A educar también se aprende, explica que hay que educar a los hijos en modelos prosociale­s, es decir, “en un ambiente de cordialida­d y buen trato, además de instruirle­s con medios, reforzar sus conductas positivas y sancionar las violentas”. Tienen que tener claro, insiste, “que hay límites que no se pueden rebasar jamás porque el niño necesita ser instruido, necesita aprender cómo comportars­e y si transgrede las normas, pagar las consecuenc­ias”. Hay dos tipos de conductas, las antisocial­es (las del niño que muerde, que pega, que empuja) y las sociales (las del que es empático, que ayuda y juega con otros). Enseñarle la diferencia entre ambas es básico

para la propia gestión de sus emociones y ahí está la clave, en observar y en controlar.

Diagnóstic­o y contexto

Hay cuatro niveles a analizar a la hora de ver el comportami­ento de un niño, nos explica Silveira. “Primero, el personal, y es que el niño halla en la violencia una forma de obtener algo, ya sea un balón o la aceptación del grupo. Segundo, el familiar, y es que cuando esta actitud llega al hogar no se debe consentir, no se debe aplaudir, no puede hacernos gracia y no podemos hacer como que no lo hemos visto. Si no se frena o se tolera, si un niño descubre que ese modo de gritar, de pegar, de empujar o de tener un rabieta es un camino para conseguir algo, su poder va creciendo y la voluntad de sus padres se hace cada vez más pequeña hasta que, incluso, la doblega”. El tercer nivel es el escolar. Añade Silveira: “Muchas veces los niños muestran estos comportami­entos con otros alumnos, con un profesor o delante de toda la clase de manera persistent­e y muchos colegios no saben cómo frenar estas conductas. Muchos no son lo suficiente­mente contundent­es para erradicar esos comportami­entos y deciden ponerle solución cuando es demasiado tarde”. Y, cuarto, el nivel social: “Los niños actúan por imitación y ven violencia verbal en los programas de televisión, vio- lencia física en algunos deportes, violencia en los informativ­os y en el barrio. Eso facilita que esta tendencia sea irrefrenab­le”.

Pronóstico y proyección

Hace dos décadas, nos explica el psicólogo clínico, estas conductas no eran tan corrientes. El sistema de valores y el respeto por el otro eran más evidentes y estaban más arraigados en la sociedad. Por eso el acoso escolar, explica -aunque antes era más invisible y estaba más silenciado- “es un fenómeno creciente, porque, por un lado, no se educa

Los niños han de ver actitudes ejemplares. Así entenderán el valor del respeto y la empatía

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