Vivir con TDAH/TDA.
¿ Sobrediganosticado o pandémico? Considerado por muchos expertos como el trastorno infantil del siglo XXI, otras voces niegan su existencia. Y en medio de la polémica, miles de niños que sufren.
El TDA ( Trastorno de déficit de atención) y el TDAH ( Trastorno de déficit de atención e hiperactividad) parece haberse convertido, en los últimos años, en el “diagnóstico” de moda ante un niño movido, desobediente o que no presta atención. “Este niño es hiperactivo, seguro”… Se dice a la ligera y sin saber el conflicto personal por el que pasan los niños que lo padecen (y sus familias) que, según varias estimaciones, afecta de entre un 5 a un 8 % de los escolares españoles. Una especie de “epidemia” que ha crecido de manera exponencial durante los últimos 25 años y que impide a chicos y chicas no solo rendir en la escuela, sino a llevar una vida normal disfrutando de su infancia. En su libro ¡Estáte quieto y aprende!, la psicóloga Heike Freire asegura que “al sufrimiento asociado a la
sensación de no dar la talla, de fracasar o de ser diferente, se añade la frustración y el estigma que supone ser etiquetado con una enfermedad cuyo tratamiento genera dependencia física y requiere apoyo psicológico y pedagógico para hacer frente a las exigencias escolares y familiares”.
Pero... ¿ existe o no existe?
Sin embargo, al no ser considerada por la Organización Mundial de la Salud como una enfermedad (pues no priva da salud), sino de un síndrome o trastorno, existen en torno a ella todo un mundo de polémicas, preguntas e incluso teorías sobre su existencia real. Mientras que un nutrido grupo de neurólogos y psiquiatras la consideran una enfermedad neurológica, genética y hereditaria; otros, como uno de sus descubridores, Leon Eisenberg, declaró unos meses antes de morir y de llevar décadas trabajando e investigando sobre ella, que era una enfermedad ficticia y que su predisposición genética está completamente sobrevalorada. Precisamente como su sintomatología tiene que ver más con problemas de conducta que con una enfermedad orgánica o mental, ha provocado que buena parte de la comunidad científica se haya posicionado en su contra, mientras que otros que sí la defienden consideran que se está sobrediagnosticando para incluir bajo su paraguas una amplia variedad de malestares y dificultades en el aprendizaje y la conducta. Controversias aparte, lo cierto es que hay un porcentaje elevadísimo de niños que sufren una alteración en su conducta con una serie de parámetros comunes que les pasan factura no solo en su rendimiento académico sino, sobre todo, en su aceptación personal. En pleno siglo XXI y con el modo de vida que se lleva en los grandes núcleos de población, ¿se puede prevenir el TDA/TDAH? Como explica Freire en su libro, “vivimos en una sociedad hiperactiva con serias dificultades para atender y cuidar la vida, una civilización que valora sobre todo la acción y la producción a ritmos frenéticos (…) en la que prima la opulencia y el consumo desenfrenado de objetos, imágenes, sonidos, informaciones, amigos y relaciones aunque no nos aporten la felicidad, el amor y la libertad que añoramos; un mundo basado en el progreso y la expansión permanente que no cuida los ritmos de la vida u obsesionado con la eficacia y el rendimiento e incapaz de vivir los procesos, que elabora remedios expeditivos…” En este mundo un niño que necesite más atención, más calma, más cuidados para desarrollar su intelecto y su empatía, ¿puede vivir cómodamente?
Es un síndrome y no una enfermedad porque no priva de salud aunque sí produce sufrimiento
Falta de atención e impulsividad
El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, elaborado en 1980, lo define como un síndrome conductual heterogéneo caracterizado por tres tipos de síntomas: fal-
ta de atención, impulsividad e hiperactividad. Hoy, separados en dos trastornos diferentes, el TDA que incluye los dos primeros síntomas, y el TDAH, que incluye los tres. La descripción de quienes sufren hiperactividad e impulsividad incluye personas que se muestras inquietas y ansiosas, corren, saltan y hablan en exceso o se mueven continuamente y tienden a tocar y manipular todos los objetos sin un propósito concreto. Actúan sin pensar, cambian permanentemente de actividad, ignoran el peligro, interrumpen a los demás y no respetan las normas.
Es un síndrome y no una enfermedad, porque no priva de salud aunque sí produce sufrimiento
Pero... ¿cuántos millones de niños ha habido, hay y habrá así?
Consultados por SER PADRES, Alberto Jiménez Fernández y Ángel Terrón González, socios de Educ-at, entidad especializada en el tratamiento de TDA/TDAH, “hay un montón de conductas consideradas normales dentro del crecimiento de niños de 1 a 4 años: son movi- dos, lo tocan todo, desobedecen, hay que repetirles las cosas mil veces, no se concentran más de diez minutos en nada… Antes de los 5 años es complicado diagnosticar TDA/TDAH porque es normal que niños de esa edad estén distraídos y no nos presten atención”. No son muchos los casos de padres que lleguen alarmados por esta sintomatología a esas edades tempranas. De hecho, suelen venir a la consulta alertados por el colegio porque su hijo está por debajo del nivel de los compañeros de manera muy evidente o sus comportamientos conductuales son diferentes o llamativos. Más
o menos a partir de los 6 años, si un niño tiene problemas de concentración, explican, “es muy impulsivo y no para de moverse, es posible que estemos ante un caso de TDA/TDAH”. Las pruebas diagnósticas son muy amplias y contemplan varios factores, pero solo el neurólogo puede diagnosticarlo y mandar un tratamiento casi siempre psicológico pero no necesariamente farmacológico.
Toma de conciencia
Ángel Terrón explica que durante muchos años el TDA/TDAH se ha sobrediagnosticado porque no se tenían los elementos objetivos y las pruebas avanzadas que se tienen hoy en día y que permiten identificar el trastorno de manera más evidente. Y añade que esde los colegios recibimos decenas de consultas de parte de profesores que nos cuentan, a título particular,
casos que tienen en sus aulas y ante los que no saben cómo proceder. “Pero echamos de menos llamadas de los propios centros o de sus equipos directivos o gabinetes psicológicos. Hace falta más pedagogía sobre este tema”, explica el psicólogo Ángel Terrón. Según los psiquiatras, entre las consecuencias directas de un niño no diagnosticado a tiempo de TDA/TDAH está el fracaso escolar, la ausencia de autoestima, problemas en las relaciones sociales, en el trabajo o con la justicia (se estima que el 30 % de los menores de 18 años con problemas legales son hiperactivos). En Educ- at añaden: “Cuanto más tarde, peor será su motivación y más mermada estará su autoestima”. Se ven diferentes, se sienten mal consigo mismos, piensan que intelectualmente son menos que los demás porque no entienden lo que pasa en clase, aunque luego sí lo logren. Todo ello hace que tengan dificultades a nivel social y puedan tender a aislarse o que les aíslen porque su impulsividad puede incomodar al resto de niños en el juego. Sin embargo, analizan los expertos, no hay que estigmatizar el síndrome, hay que ser consciente de que tiene un tratamiento y que con tiempo y perseverancia, el niño con TDA/TDAH será un adulto que sepa controlarlo y tener una vida plena y feliz.