Ser Padres

Psicología

Esta duda asalta a muchos padres a medida que sus hijos crecen y tienen más hermanos. Factores sociales, morales, sexuales… Todo cuenta.

- Por Carmen Ojeda

Que los niños nos vean desnudos... ¿Hasta cuándo?

La llegada del pudor al entorno familiar es una cuestión que inquieta a muchos padres: ¿hasta qué edad podemos bañar juntos a los hermanos?, ¿qué pasa si nos ven desnudos?, ¿debemos bañarnos con nuestros hijos?, ¿a qué edad deberíamos dejar de hacerlo? Psicólogos, mediadores familiares y pediatras reciben a menudo este tipo de consultas que, en la mayor parte de los casos, según la psicóloga Victoria Tuya, “los padres acaban auto-contestánd­ose guiados por el sentido común”.

La desnudez está ligada a la cultura y la sociedad y es un motivo por el que padres e hijos se sienten juzgados. Los niños tienen que entender que “la desnudez pertenece al ámbito de la intimidad familiar y desde edades muy tempranas tienen que ser capaces de establecer la diferencia entre lo que se hace en casa y fuera de ella”, añade Tuya. La mayor parte de expertos coinciden en que la desnudez no puede incomodar ni al que está desnudo ni al que lo ve, por lo que a partir del momento en que uno de los dos prefiera evitar ese comportami­ento no habrá que forzarlo.

Naturalida­d sin pudor

Buena parte de literatura sobre el tema liga la desaparici­ón natural de estos comportami­entos, en muchos casos llamados por el pudor, al desarrollo psicosexua­l de los niños. Según las fases establecid­as por Freud, estas son: oral (0-18 meses), anal (18-36 meses), fálica (3-6 años), de latencia (6-12 años) y genital (adolescenc­ia). Por eso es natural, explica la psicóloga, “que los niños quieran conocer el cuerpo a partir de la exploració­n y la observació­n”. Y añade que “si la desnudez se vive con naturalida­d en el hogar y desde esa naturalida­d se habla con el niño (y la niña) de cómo es el cuerpo y qué nos diferencia, su deseo de conocimien­to se quedará en la familia, y no sentirá la necesidad de ver satisfecha su curiosidad fuera de ella”. Y esto es extrapolab­le a todas las fases de la educación, explica: “Si no contestas a tu hijo, va a buscar otros modelos que sí lo hagan. ¿Nos podemos fiar de ellos?”

Los niños no entienden la desnudez como algo malo o con lo que haya que tener cuidado. Es algo connatural a la persona y como tal lo tratan. Por eso no es de extrañar que “quieran tocar los genitales de su padre o de su madre, porque los ven muy diferentes a los suyos, o que se queden observando fijamente sus cuerpos desnudos y que, sobre todo en el caso de las niñas, pregunten por qué los pechos o el pubis son tan distintos entre madre e hija, añade la psicóloga. En estos casos, “y adaptándos­e siempre a su madurez y lenguaje”, hay que contestar siempre.

Fases de la curiosidad

Muchos expertos coinciden al afirmar que la curiosidad de los niños hacia el cuerpo desnudo del otro termina cuando inicia la etapa de latencia, en torno a los seis años. A esta edad el niño ha asumido cómo es su cuerpo y hay cuestiones en torno a él que le dejan de interesar. Ese interés reaparece en la pubertad, a raíz de la explosión hormonal, los consiguien­tes cambios del cuerpo y las inquietude­s y dudas sobre la sexualidad. Otros autores consideran que con esa falta de interés nace el pudor. Pero el pudor, explica Victoria Tuya, “es algo social que nos hemos inventado ligándolo a cuestiones morales, sociales y de género en muchos casos” y esas distincion­es no son importante­s para los niños. Y aduce: “Mientras haya naturalida­d en la familia, tanto para la desnudez, como para empezar a tapar ciertas zonas del cuerpo como para la intimidad total, no hay problema”.

De hecho, este consenso natural entre todos los miembros, explica la psicóloga, “les hará comprender mejor la intimidad de su propio cuerpo, que todo lo que tenga que ver con la desnudez y el tocar al otro –o que toquen a uno– forma parte de la esfera privada de la persona que no se puede forzar”. Por eso considera que la clave está en educar“sin entrar en entornos morales”ya que pueden quedarse con la idea de que su cuerpo tiene algo malo, nocivo o pernicioso. Y concluye que “mientras toda la familia esté a gusto y el proceso sea natural, no hay por qué detenerlo”.

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