Ser Padres

Embarazo

A pesar de los problemas, la vida se abrió camino. Hoy, madre e hijo, disfrutan en Inglaterra, país donde residen con su padre.

- Por Bárbara S. Resardi

Embarazo de riesgo. Placenta previa

Blanca Arteaga Saracíbar nos cuenta su embarazo con placenta previa. A pesar de los problemas que surgieron y el sufrimient­o que supuso, finalmente nació su hijo, Aiden-Victor, el 5 de enero de 2017, un bebé precioso y completame­nte sano.

¿Cuándo te diagnostic­aron este problema?

A las 12-13 semanas de embarazo. Me acuerdo que los médicos me dijeron que mi placenta cubría toda el cérvix, aunque entonces no lo dieron excesiva importanci­a. Según ellos entraba dentro de la normalidad y a muchas mujeres se les desplazaba la placenta. Sí me advirtiero­n de que si para la semana 36 la placenta seguía siendo previa y anteriopos­terior, se tendría que programar una cesárea. Desde ese momento lo tenía en mente, pero no sentía miedo pues estaba convencida de que se movería. Tampoco los médicos me dieron motivos para asustarme.

¿Tuviste síntomas?

Hasta el sangrado de la semana 30, no noté nada. Aunque sí que percibí las patadas de Aiden mucho más tarde, ya que la placenta las amortiguab­a.

¿Qué precaucion­es tomaste?

Hasta la semana 30, que tuve el sangrado, ninguna en especial. Yo seguía con mi vida normal, como una embarazada más. La única prohibició­n fue abstenerme de mantener relaciones sexuales. Y a partir del sangrado, absoluto reposo.

¿Cuándo empezaron los problemas?

En la semana 30 tuve un sangrado horrible y fue de sopetón. Lo único que me tranquiliz­aba, mientras me trasladaba­n en ambulancia al hospital, es que Aiden daba patadas. En el hospital todo fue muy rápido. Lo que recuerdo es que me dijeron que tenían que tenerme en observació­n cuando ya nos habían estabiliza­do y que me habían inyectado esteroides para que maduran los pulmones de Aiden por si lo tenían que sacar de urgencia. Esa misma semana, cuando todo se calmó, me enviaron a casa. Allí disfruté mucho del sofá y de mi pareja, ya que estaba muy cansada y asustada. Pero pasada la semana volví a sangrar y me hospitaliz­aron seis semanas más antes del parto.

Psicológic­amente ¿te afecto mucho?

Muchísimo y aún hoy me afecta. Durante esas seis

semanas en el hospital viví con una sensación conconstan­te de miedo. Fue muy medicaliza­do, nos estaban contínuame­nte midiendono­s las constantes a los dos, para comprobar que iba todo bien. De hecho, una madrugada volví a sangrar y me bajaron a la sala de partos rápidament­e. Pero Aiden aguantó y otra vez me subieron a planta. Estuve todas las noches sola, Navidad y Nochevieja incluidas. El hospital parecía a veces fantasmagó­rico de lo vacío que estaba, y otras lleno, con todo bebés llorando, y yo esperando. Cada vez que veía una incubadora se me encogía el alma. Pensaba “a ver si aguanta hasta la semana 37”porque sabía todas las complicaci­ones que podría tener si era prematuro. Así que todo eran miedos, estrés e incertidum­bre.

“Cuando me llevaban en ambulancia al hospital, me tranquiliz­aba notar las patadas de mi hijo”

¿Cómo lo pasó tu pareja?

Me apoyó y sufrió mucho, porque él estaba en casa y yo hospitaliz­ada. Las normas del hospital le obligaban a irse a las nueve. Siempre estaba intranquil­o esperando a que le llamaran por si había algún sangrado y tenían que sacar a Aiden, y si yo estaba bien o no. De hecho, cuando comencé a sangrar en el hospital, lo telefonear­on a las cinco de la mañana para decirle que iba a partos, aunque estaba todo controlado.

¿Como fue la cesárea?

Maravillos­a, porque los miembros del equipo médico fueron unos cracks. Al ser programada y no de urgencia, todo se desarrolló como nosotros pedimos. ¡Incluso sonó la canción de David Bowie que les pedí cuando nació Aiden! Además, mi pareja estuvo durante la cesárea y me pudo dar la mano todo el rato. Pero de toda esa experienci­a lo mejor que recuerdo fue el alivio que sentí porque al fin Aiden nacía. También tenía mucho miedo, ya que la cirugía posterior podía complicars­e si la placenta estaba muy pegada y tenían que vaciarme. Afortunada­mente todo fue muy bien y no pasó nada fuera de lo normal.

Tras el parto, ¿tuviste alguna complicaci­ón?

¡Ninguna! Aunque estaba tan exhausta que no podía ni cambiar un pañal. Además, estaba muy dolorida y no podía moverme. Llegué muy cansada a la cesárea, tras seis semanas ingresada, lo que se tradujo en una recuperaci­ón postparto muy lenta. Eso provocó, entre otras cosas, que no pudiera amamantarl­e. El tema de la lactancia todavía me pesa ya que todo el mundo se puso muy pesado con que tenía que darle el pecho y yo no podía. Además, al nacer en la semana 37, a Aiden le costaba muchísimo enganchars­e, prácticame­nte era imposible. Sentía que una vez nació mi hijo, todo lo que a mí me pasaba carecía de importanci­a.

Actualment­e, ¿tienes algún efecto secundario?

Sí, psicológic­o. Se me ha quedado enquistado ese miedo, esa incertidum­bre, porque todo fue muy accidentad­o. Una sensación de impotencia tremenda que aún no he tenido tiempo de digerir. Tienes a un recién nacido y no queda espacio para ti. Se van empalmando los retos como madre, solapándos­e todo. Ese estrés se ha quedado relegado y en algún momento tendré que sacarlo para poder trabajarlo.

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