Otras infancias
Cada día, cuatrocientos niños comen gracias a un proyecto de Manos Unidas que abarca atención sanitaria y prevención de la violencia.
La Comunidad Esperanza es una iniciativa del sacerdote Sergio Godoy quien, con la ayuda de Manos Unidas, ha logrado poner en pie un proyecto para acompañar a los sectores más vulnerables de Cobán en Guatemala, el país más desigual del continente americano, donde el quintil más alto de la población posee casi dos tercios de la renta nacional y el quintil más bajo, apenas un tercio de la misma. Un país en donde el Estado destina apenas el 5% del Producto Interno Bruto (PIB) a atender las necesidades de la población más vulnerable (salud, asistencia social, vivienda popular y educación) y donde más del 40% de los niños menores de cinco años sufre desnutrición.
Protagonistas con rostro
Las acciones de esta comunidad están enfocadas, principalmente, a la atención de niños, niñas y jóvenes en condiciones de riesgo, derivados de su trabajo en el vertedero municipal, la pobreza extrema y la desestructuración familiar. Este proyecto, surgido hace ya 14 años, alimenta cada día a 400 niños y niñas; brinda acogida, educación y atención sanitaria y trabaja, además, en el ámbito social y en la prevención de la violencia.
Todos los sábados, el padre Sergio y un grupo de colaboradores llevan los recipientes con la comida que, desde hace varios años, acostum-
bran a servir a los trabajadores del vertedero municipal de Cobán. Situado en la cabecera del Departamento de Alta Verapaz, territorio en el norte de Guatemala, tiene los indicadores más altos en pobreza y pobreza extrema, con los consiguientes efectos que esta condición tiene en la vida de los niños, jóvenes y mujeres que la sufren. Con su ayuda, no solo dan una comida caliente a quienes ejercen este trabajo, sino que ponen nombre y rostro a las víctimas y protagonistas de este drama humano.
Risas en torno al plato
A esa larga fila de chavales y adolescentes esperando su ración, se unen muchos niños y mujeres que, sin ser trabajadores permanentes en el vertedero, necesitan tanto como ellos disfrutar, al menos una vez a la semana, de un plato de comida elaborado en condiciones dignas, además de proveerse de lo que pudiera sobrar, para llevar a casa y así poder compartirlo con el resto de su familia.
Al padre Sergio se unen Güicho (Luis), la Lina (Adelina), doña Lesbia, Juana y muchas otras personas con quienes, después de tanto tiempo, le une un vínculo que ha costado construir y mantener. También hay caras nuevas. Entre ellas, las de niños que en los últimos meses han aparecido por ahí atraídos por la noticia de que se sirve un plato de comida caliente. Algunos apenas se han asentado en el sector, mientras otros son hijos de antiguos recolectores, con muy pocos años de edad.
Niños, niñas y jóvenes están en condiciones de riesgo por su trabajo en el vertedero municipal, la pobreza extrema y la desestructuración familiar
Con un sol abrasador o una fuerte lluvia, los alimentos siempre llegan. Y allí comen decenas de niños sonrientes, hablando a veces del fútbol español, del que muchos niños son hinchas. Algunos días sobran unas cuantas raciones, y se acercan ‘El Chino’ y Alex, de apenas cuatro años, con su pequeño recipiente para pedir, en su parco español, que quieren diez porciones para llevar a casa. Como ellos, decenas de niños en los que está la huella de la desnutrición... pero llenos de esperanza.