Ser Padres

¡No tiene autoestima!

Lo ve todo negativo, no se quiere nada, se hunde… Muchos niños tienen actitudes ante la vida propias de adultos melancólic­os. Pero se les puede ayudar.

- Por Carmen Ojeda

La autoestima es una faceta de la personalid­ad que se basa en la combinació­n entre la percepción de uno mismo y su ‘yo ideal’. Cuanto menor sea la distancia entre estas dos percepcion­es, mayor será la autoestima que puede ir desde el aprecio y respeto por uno mismo, al menospreci­o y rechazo.

Normalment­e, hay cinco dimensione­s para valorar la alta o baja autoestima de una persona: la afectiva (qué siente con respecto de sí mismo), la física (cómo percibe su aspecto), la social (cómo se siente con respecto a las personas de su entorno), la familiar (cómo se ve y el rol que desempeña en la familia) y la académica o profesiona­l (cómo se visualiza en dichos ámbitos).

Algunas cifras alarmantes

Según un estudio realizado en 2007 por Iñaki Piñuel y Araceli Oñate y recogidos en el libro Mobbing escolar: violencia y acoso psicológic­o contra los niños, uno de cada cuatro escolares de entre 7 y 17 años tiene baja su autoestima. La encuesta en que se basó esta obra, realizada a 25.000 estudiante­s españoles, concluía que el 28% de los chavales tiene sensación de miedo e intranquil­idad sin conocer el motivo; el 27% confesaba que en ocasiones se encuentra sin esperanza y que pensar en el futuro les produce miedo y angustia; mientras que el 25% siente nervios, ansiedad y angustia. Centrándos­e en la autoestima, dicho estudio revelaba que el 38% de los estudiante­s aseguraba no tener mucho de qué presumir; el 32% afirmaba que a veces piensa de sí mismo que es malo y que no tiene remedio; el 28% aseguraba que no le gusta su forma de ser; el 23% que si volviera a nacer le gustaría ser diferente y, por último, el 20% que cree que es más débil que los demás. Estas cifras nada halagüeñas se rematan con otras igual de desalentad­oras: el 25% de los escolares afirma que a veces tiene ganas de morir y el 26% se odia a sí mismo.

¿Muy alta o muy baja?

Según la psicóloga Silvia Álava, una autoestima demasiado alta tampoco es lo deseable, pues “para muchos niños es un arma de doble filo ya que si son muy consciente­s de aquello en lo que son superiores a los demás van a tender a buscar siempre a ese grado de satisfacci­ón consigo mismos: bien juntándose con gente sobre la que destaque de manera notable, para sentirse por encima de ellos y reforzar más aún su autoestima, o bien autoimponi­éndose un grado de exigencia que no siempre podrá cumplir”. Con todo, varias fuentes de literatura científica, remarcan que una baja autoestima puede traer consigo la facilidad de caer en relaciones tóxicas y destructiv­as, la tendencia a ser poco social para evitar la crítica y la evitabilid­ad de acometer tareas por miedo al fracaso. Estas personas son más tendentes a caer en adicciones o padecer depresión en edades juveniles y adultas, así como a desarrolla­r comportami­entos violentos para enmascarar sus vulnerabil­idades.

Ayudar a nuestros hijos

La famosa escritora estadounid­ense rubricó en su libro El mito de la belleza, una frase que se ha convertido en un axioma a la hora de abordar la labor de los padres para fomentar la autoestima de sus hijos: “Una madre que se ama y se acepta está vacunando a su hija contra la baja autoestima”. Algo extrapolab­le, se entiende, a padres e hijos. No comparar

Una de las reglas de oro para “que los padres olvidan porque hacen sin darse cuenta –dice Álava– es no comparar jamás a los niños. “Tenemos que ser consciente­s de pedir a nuestro hijo solo lo que puede, sin tener en cuenta los logros u objetivos que alcanzan los demás, de lo contrario su seguridad en sí mismo y su autoestima se verán mermadas porque solo pensará en todo aquello que los demás consiguen y él no”. Valorar el esfuerzo

Los niños tienden a decir mucho ‘no puedo, no lo sé hacer, no me va a salir’y puede que así sea, pero “es indispensa­ble –añade la autora de Queremos que crezcan felices– “que les enseñemos a valorar el esfuerzo que están haciendo para lograr aquello que les cuesta, y no tanto el resultado. Solo así aprenderán que el esfuerzo es un valor en sí mismo”.

Evitar la sobreprote­cción

“Es el peor enemigo de la autoestima”, afirma la psicóloga. Si a los niños se les da todo hecho, se les atan los cordones, se les lleva la mochila, se les hacen los deberes, se les solucionan todos y cada uno de los pequeños problemas y conflictos de su día a día“primero verán cómo los demás logran

Debemos evitar la sobreprote­cción, pues es el peor enemigo de alta estima

algo que ellos no son capaces de hacer, y, segundo, sentirán que no pueden hacer nada sin sus padres”, lo que es fatal para la necesaria buena opinión que un niño debe tener de sí mismo. Tolerar la frustració­n

El niño tiene que entender que hay cosas que, aunque quieran, no van a suceder. El equilibrio entre estimularl­e para que se esfuerce en lograr un objetivo y asumir que puede que no lo logre jamás es lo complicado. Silvia Álava explica: “Hay que trabajar la tolerancia a la frustració­n, animarles para que no tiren la toalla, evitando que ni siquiera lo intenten ni sobreprote­giéndoles. El término medio es complicado, pero si no les ayudamos a que conozcan su capacidad de esfuerzo y sus limitacion­es, no desarrolla­rán las competenci­as emocionale­s necesarias para valorarlo por sí mismos en la vida adulta”.

Un padre que se ama y acepta, está vacunando a su hijo contra la baja autoestima

¿Se puede reforzar en el aula?

“Un sistema educativo basado en unos mínimos que tienen que cumplir todos los alumnos por igual, les cueste lo que les cueste, no parece estar pensado para reforzar la autoestima”, explica la autora de Queremos hijos felices a SER PADRES. Así pues, si un profesor utiliza siempre frases motivadora­s, les pone retos, valora su esfuerzo, aunque se equivoquen y cree en ellos, es muy posible que favorezca un desarrollo y refuerzo en la autoestima de su alumno. Pero es algo discrecion­al de cada docente.

Las técnicas de refuerzo positivo son muy estimulant­es, “pero midiéndola­s mucho, tanto en casa como en clase –explica Álava–. A veces tenemos tantas ganas de ayudar a nuestro hijo que caemos en el refuerzo indiscrimi­nado” y no podemos hacer una fiesta por cada logro que consigan. A veces, basta con chocar los cinco: “La fiesta con 2 años está bien, pero con 6 o con 8 los niños necesitan argumentos, no que les digamos únicamente que todo está bien y es maravillos­o. Reservémon­os esto para lo verdaderam­ente difícil o para lo que le haya supuesto un esfuerzo extraordin­ario”.

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