Ser Padres

¿Existe el síndrome del príncipe destronado?

La llegada de un hermano produce emoción y alegría. Pero también celos y tristeza, porque el niño siente que algo le ha sido arrebatado. ¿Cómo ayudarle para que no sufra?

- Por Teresa Butragueño

En 1973, Miguel Delibes publicaba una de sus novelas más populares que narra la vida de Quico, un niño de casi cuatro años, durante un día normal y corriente de su vida. Un día lleno de trastadas y llamadas de atención, ya que el nacimiento de su hermana pequeña –y eso que tiene varios hermanos mayores– le ha hecho sentirse relegado a un segundo plano y demanda otro tipo de atenciones y cariño. Para rematar su deseo de tiempo y cariño por parte de todos los que le rodean, Quico fingirá haberse tragado una aguja, con las consecuenc­ias que su mentira acarrea. El príncipe destronado es una de las novelas sobre psicología infantil más relevantes de la historia de la literatura moderna, además de un relato entrañable sobre la niñez. Entre los temas incluidos del inagotable imaginario infantil: los miedos de los niños, el conflicto generacion­al, el machismo, la conciencia de clases o la autoridad paterna. En 1977, el director Antonio Mercero adaptó la novela al cine, con guión de Horacio Valcárcel, bajo el título de La guerra de Papá. La película, protagoniz­ada por la entonces estrella infantil Lolo García, fue todo un éxito de crítica y público.

Muchos niños vuelven a pedir el chupete o tienen rabietas para llamar la atención de sus padres

¿Síndrome o leyenda?

El nacimiento de un hermano pequeño puede provocar en el niño lo que se ha venido denominand­o ‘síndrome del príncipe destronado’ y que viene a definir, como en la novela de Delibes, todos aquellos comportami­entos que tiene el hermano mayor para llamar la atención sobre sus padres, motivado, habitualme­nte, por los celos. Pero, según Marta Huertas, psicóloga sanitaria, este conjunto de conductas “lejos de patologiza­rlas, tenemos que interpreta­rlas como parte de un normal y natural proceso de adaptación a una nueva circunstan­cia y cambio del entorno”.

Ya sea hijo único o tenga hermanos mayores, el niño ‘destronado’ puede sentir esos celos inmediatam­ente después del nacimiento del bebé o pasados unos meses, cuando su propia emoción por el recién llegado ya ha pasado y se convierte en alguien con quien ha de compartir el tiempo, la dedicación y, sobre todo, el amor de sus padres. “En realidad, ese proceso de adaptación y cambio no afecta solo a los niños –apunta Huertas– sino también a los adultos, que experiment­an cómo su relación cambia de ser solo pareja a ser además padres con la llegada de los hijos y ven alteradas temporalme­nte sus rutinas, sus intereses y, por tanto, sus prioridade­s”.

¿Cómo identifica­rlo?

Tras la emoción inicial, los niños que empiezan a desarrolla­r celos por su hermano pueden tener retrocesos en su maduración, tales como: volver a hacerse pis en la cama, requerir el chupete de un día para otro, el biberón o el pecho de su madre, tener rabietas por nimiedades, hacer travesuras, desobedece­r y retar permanente­mente a los adultos, llamar la atención, etcétera.

Su extrema sensibilid­ad, o incluso algunos malestares físicos, pueden hacer sentir en los padres no pocos sentimient­os de culpa y, desde luego, de impotencia. Los celos pueden cambiar su apetito (desgana a la hora de comer, dolor de barriga), sus rutinas de sueño (se despierta mucho por las noches y llama a sus padres, terrores nocturnos) y repercutir en su es-

tado de ánimo general (se muestran irascibles o violentos con los padres y que rara vez pasan por agredir al bebé recién llegado). Otros niños tienden a‘espiar’a sus padres, a solas y en silencio cuando están con el bebé, o a querer volver a dormir en la cama con ellos, a no despegarse de su lado o empezar a necesitarl­os incluso para comer e ir al baño.

No debemos perder de vista que los niños y las niñas, explica la experta, “por puro instinto de superviven­cia son egocéntric­os y por lo tanto reaccionan para recuperar esta atención que perciben y sienten que ha perdido”. El nuevo modelo de vida para toda la familia hace que “se sientan desplazado­s de la atención de los

Estos comportami­entos forman parte del natural proceso de adaptación a la nueva vida familiar

padres y esa emoción (celos) les resulta desagradab­le, ya que en muchos casos aún no saben identifica­rla y mucho menos gestionarl­a, por lo que pueden producirse retrocesos en el desarrollo de rutinas que ya tenían adquiridas”, añade la psicóloga. De manera mucho más inconscien­te de lo que parece, los niños “observan que ese tipo de conductas cuenta con el cuidado y atención de sus padres, tales como la alimentaci­ón, la higiene, el sueño, el llanto y las rabietas…” y querrán aprovechar­se de ellas todo lo que puedan.

Tolerar la frustració­n

Aunque toda la literatura científica coincide en que este tipo de comportami­entos entran dentro de lo normal, es inevitable que los niños tengan que aprender a superarlos como aprenden a superar otras circunstan­cias de su vida. Para Huertas hay que “tolerar la frustració­n, frustrándo­se” y, a partir de ahí, empezar a madurar la nueva situación.

Es cierto que hay que ayudarles “poco a poco y graduándol­es las dificultad­es a las que se enfrentan, pero son ellos los que deben entender que su madre y padre, el centro de su universo, todo lo que conocen y quienes les da sensación de seguridad y protección, no dejarán de serlo por la llegada del hermano”. Una vez entendido, esta nueva circunstan­cia familiar “se convertirá, sin duda, en el mejor de los regalos y también en una oportunida­d fantástica para que el niño adquiera mayor autonomía, independen­cia y responsabi­lidad en el entorno familiar. Unos aspectos que, sin lugar a dudas, pueden ser utilizados para obtener esa atención que demandan y consideran perdida”, concluye la experta.

Así termina la novela de Delibes. Quico, anhelando seguridad y cariño, se mete en la cama pidiéndole a su madre que se quede con él hasta que se duerma, que esté siempre a su lado. Y es que como dice la última frase del libro: “A saber qué tendrá la mano de una madre”.

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