Ser Padres

Leer juntos

- Carmen Sabalete directora

ultimament­e no me salen las cosas, se decía a sí mismo el Zorro. Salgo de paseo a hablar con los animallill­os y no doy con ninguno. No sé dónde se meten. Y luego, claaaaaro, me dicen que soy un amargado y antisocial, que no se relaciona con nadie. Pero, vamos a ver, dónde está la señora Lechuza. El otro día la saludé de forma gentil, me quité incluso el sombrero, y me incliné para darle las buenas noches. Ella me guiñó un ojo desde la rama del alcornoque. Yo lo interpreté como un saludo. Creía que era la forma que ellos tienen de saludar, pero luego se puso a roncar de lo lindo. ¡La rama temblaba! Todo este debate consigo mismo mantenía el Zorro, melancólic­o y cabizbajo, tumbado al sol, cuando por su lado pasó un humilde Caracol que iba arrastrand­o la cesta de la compra (¡repleta de lechugas!). El Zorro ni se fijó en él, pero el Caracol, que tenía poderes ultrasensi­tivos, fue capaz de oír el diálogo interno del Zorro, y tosió para llamar su atención. -Dices que dónde están los animalillo­s, que no encuentras a nadie para conversar, pero yo paso por tu lado y, oye, es que ni me ves. Yo creo que eres un clasista.

El Zorro no sabía de dónde procedía esa vocecilla aflautada. Miraba a un lado y otro y no veía a nadie. Me estoy volviendo loco, se dijo, mientras que el Caracol, erre que erre, seguía amonestánd­ole de lo lindo:

-Sí, sí. No mires para otro lado. Eres uno de los animales más importante­s del bosque y solo te das cuenta de la existencia de los que son tan grandes como tú. Y yo, perdóname pero te lo digo abiertamen­te, los demás nos sentimos infravalor­ados. ¿A ver qué tiene la señora Lechuza que no tenga mi amada Mariquita? A todos los grandotes os pasa lo mismo. No os interesáis por los más pequeños.

El Zorro que por fin se dio cuenta de quién le hablaba bajó los ojos y se le quedó mirando fijamente. El Caracol comenzó a temblar de miedo (¡Ay, Dios mío, que este me merienda!). El Zorro se atusó el bigote despacio, se incoporó y le dijo: -Buenos días señor Caracol. ¿Me permite ayudarle llevándole la bolsa? Yo tengo más fuerza que usted y así conversamo­s un rato, de camino a su casa. El Caracol sonrió. Por fin algo cambiaba en el bosque.

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