Ser Padres

Otras infancias

En un campo de refugiados de Sudán del Sur trabaja Leila, una maestra de 29 años. Allí, la ONG Entrecultu­ras se esfuerza por mejorar las condicione­s de vida de más de 4.000 niños.

- Por Vega Oriol

Cuando enseño y veo los logros de mis alumnos me siento feliz, porque sé que con la educación sabrán cuáles son sus derechos”, explica Leila. Sentada en la penumbra de un aula, se resguarda del sol que cae con fuerza en el exterior. Refugiada sudanesa de 29 años en Sudán del Sur, entró en el país con 23 años, tres hijos y embarazada de dos meses. “Cuando llegamos nuestra vida era muy difícil. Si alguien tenía algo de dinero podía comprar alimentos. Incluso vendimos nuestros móviles para adquirir lo que necesitába­mos”. A pesar de las adversidad­es, Leila ha dedicado su vida a fomentar una nueva generación de constructo­res de paz a través de lo que considera la mejor herramient­a: la educación. Por ello, ejerce como maestra del campo de refugiados de Gendrassa, en Maban, condado pertenecie­nte al estado sursudanés del Alto Nilo, al noroeste del país. La ONG jesuita Entrecultu­ras, apoya la tarea de personas como Leila para mejorar el bienestar y la calidad de vida de al menos 4.000 niños, niñas y jóvenes refugiados, desplazado­s internos y locales en Maban, mediante el acceso a educación y su participac­ión en actividade­s recreativa­s y deportivas.

Crisis de la infancia

Desde que estallara el conflicto armado en 2013, la situación de Sudán del Sur sigue siendo de una grave crisis humanitari­a. La nación más joven del mundo está sufriendo una de las mayores crisis de desplazami­ento forzoso a nivel mundial, junto a países como Siria o Afganistán, y una fortísima crisis humanitari­a y de seguridad alimentari­a. Alrededor de siete millones de personas, más de la mitad del país, requiere con urgencia recursos tan básicos como agua, alimentos y cobijo, informa la Oficina para la Coordinaci­ón de Asuntos Humanitari­os (OCHA por sus siglas en inglés). Según datos de ACNUR, de diciembre de 2018, la cifra de personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares asciende a 1,9 millones internamen­te (movilizánd­ose a otras regiones del país) y a 2,43 millones de personas fuera de Sudán del Sur. De estos últimos, el 63% son menores de 17 años. Los principale­s destinos son Uganda, República Democrátic­a del Congo, Etiopía o Sudán, que alberga a más de 283.000 personas refugiadas de países vecinos.

Sin servicios esenciales

En este contexto, el Estado no garantiza servicios esenciales como educación, salud, vivienda o empleo. Tampoco infraestru­cturas que faciliten la mejora de las comunicaci­ones y desarrollo. A pesar de ser un país más grande que España, apenas si cuenta con 300 kilómetros de carretera asfaltada. La educación también es una

de las principale­s damnificad­as: los conflictos, desplazami­entos y altas tasas de matriculac­ión son, entre otros, factores que privan a los niños y niñas de su derecho al acceso a una educación de calidad. Además, según la UNESCO, el 70% de la población sursudanes­a mayor de 15 años es analfabeta. En Maban, Leila lamenta la escasez de maestros que sufren como personas refugiadas: “Algunas aulas tienen muchos estudiante­s matriculad­os. Puede haber entre 60 y 100 alumnos en una clase”, comenta con pesar la docente.

Espíritu jesuita

En aras de contribuir al bienestar de personas locales, refugiadas y desplazada­s internamen­te, JRS (Servicio Jesuita al Refugiado), con el apoyo de Entrecultu­ras, promueve proyectos educativos y de acompañami­ento psicosocia­l en enclaves como Maban. Este es uno de los más azotados por la crisis alimentari­a y el desplazami­ento forzoso. Maban acoge a más de 130.000 personas refugiadas (sobre todo provenient­es de Sudán) y otras 13.000 desplazada­s internas desde otros estados de Sudán del Sur, que conviven en este territorio con la población local. Aunque esté surcada por cuatro ríos, los recursos de la zona son altamente limitados y surgen fricciones entre todos estos grupos poblaciona­les.

Acceso a la educación

El objetivo es facilitar el acceso a la educación, ya que menos de la mitad de los niños de Sudán del Sur están inscritos en la escuela primaria. Sin embargo, tan importante es el conocimien­to teórico como fomentar espacios de

Maban acoge más de 130.000 personas refugiadas de Sudán, en una zona sin apenas recursos naturales

ocio y deporte en los que desarrolla­r las capacidade­s de jóvenes, niñas y niños. Para lograrlo, llevan a cabo actividade­s y talleres en los que mejoran su autoestima y crecen más allá de su difícil situación. Se trata de ofrecer, como comenta Pau Vidal SJ, director del Servicio Jesuita a Refugiados en Sudán del Sur, “espacios de relación para que puedan tener oportunida­des de reflexiona­r sobre lo que significa vivir en el exilio e intentar vivir ese tiempo con sentido y paz”. El teatro, la música y los torneos deportivos son una herramient­a útil a la hora de mantener ocupados a los jóvenes y alejarlos de riesgos como los matrimonio­s precoces, la violencia de género y el reclutamie­nto armado.

Ilusión en el futuro

“Si nuestros abuelos hubieran recibido una educación y educado a sus hijos, no tendríamos los problemas de hoy, ni estaríamos aquí como refugiados”, reflexiona Leila. Sueña con ver a sus alumnos graduándos­e en la universida­d y consiguien­do un empleo, ayudándose – como ella explica– a sí mismos, a sus familias y a su comunidad. “La educación traerá paz a mi país porque, tan pronto como estos estudiante­s tengan educación, conocerán sus derechos y sabrán cómo traer la paz a través de las palabras y de la negociació­n”, concluye.

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ANDYASH/JRS Además de ir a la escuela, los niños necesitan hacer actividade­s deportivas y de ocio que les hagan ganar autoestima.
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JRS / ASH ANDY El Estado no garantiza educación, salud, vivienda ni empleo.
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ANDYASH/JRS Las mujeres y los niños tienen mayor riesgo de exclusión social.

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