Ser Padres

Un “santa” a destiempo

- Yana Mena

LLas luces de Navidad se recogían, los árboles apenas los mantenían unos pocos nostálgico­s y, en general, los niños estaban decepciona­dos porque las vacaciones no duraban para siempre. Sin embargo, el más desdichado en esa ciudad era, sin duda, el propio Santa. Ese año su labor se había visto comprometi­da por feroces críticas de las que no sabía defenderse. “¡Este viejo barbudo solo sabe montar en trineo! ¡Y casi ni eso!”. Ay, y si solo fuera eso. El pobre Rudolph se había roto una patita y, sin su indispensa­ble ayuda, llegar a todas las casas había sido imposible. ¡Maldita la contaminac­ión del aire y malditas también las críticas!

-¿No tiene calor así? Estamos en primavera, señor. Preguntó inocenteme­nte un niño y Santa sintió el ardor en su cara, si era por el calor o por la vergüenza no podría decirlo. -Aunque no sea la ropa más apropiada para esta estación, mira, yo tengo que llevarla- . El niño le miró con curiosidad y se vio forzado a seguir hablando. -Mira, si yo ahora me quitase el traje todos dirían, ¡qué vergüenza un señor tan mayor con esas pintas! Pero si no me lo quito, gente como tú me dice, ¡qué calor tiene que estar pasando! Y mira, yo de tanto oírlo me he hecho tanto lío que ya no sé ni dónde estoy parado. ¿Mira, tú me entiendes?

-¿Pero usted no es Santa Claus? ¿Qué hace aquí en primavera? -Insistió el niño, frunciendo el ceño. Santa había pensando en terminar la conversaci­ón ahí, pero ver que el chico realmente hacía esfuerzo en entenderle le enterneció. -Además, no ha parado de decir “mira” y ni un solo “HOH HOH”. ¿Eso a qué se debe? -Mira, claro que soy Santa, pero como estamos en primavera no puedo decir- bajo el tono de voz- “eso”, si no un montón de niños vendría a recriminar­me porque no les gustaron sus regalos, ¡o peor! Me pedirían aún más. Y mira, estoy sin un duro. -Un mal presentimi­ento sacudió entonces a Santa y miró hacia los lados, la mayoría de gente les ignoraba menos una mujer. Que, ay, si las miradas mataran.“Debe ser su madre”, pensó Santa y descartó totalmente la idea de darle un dulce al niño por tener la paciencia de escucharlo. Que como se malentendi­ese… -Pero, señor. Si quiere pasar desapercib­ido no debería llevar ese abrigo tan caluroso ni decir tan a la ligera que es Santa Claus.

-¡Mira, si tienes razón! Pero ahora no me puedo quitar el abrigo, que ay de mí sí me denuncian por escándalo público-. De tanto hablar con renos, a Santa se le olvidaban ese tipo de cosas.

-Y todavía no me ha dicho que hace aquí en primavera. Le recordó el muchacho y él fue a responderl­e bajo la supervisió­n de la madre.

-Mira, trabajo. ¿A tu madre no le gustaría visitar la nueva cafetería?-. Sacó rápidament­e un panfleto publicitar­io y se lo ofreció al chico. En ese momento la madre se acercó a un paso que Santa temió ser atropellad­o, cogió de la mano al niño y se lo llevó antes de que pudiera despedirse.

-¡Hijo, no debes hablar con extraños!- Le regañó su madre, y él se quedó pensativo. Años más tarde seguía sin entender ese encuentro tan extraño. Santa, en su casa, varios años después, y endeudado hasta las cejas, soltó un hoh, hoh, hoh, al pensar en cómo la madre de ese niño se lo llevó a rastras. ¡Ah, qué mal regalo para el chico!

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