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Dossier

Se trata de una de las enfermedad­es neurológic­as crónicas más frecuentes. Para conocerla, entrevista­mos al doctor Francisco Javier López, Coordinado­r del Grupo de Estudio de Epilepsia de la SEN.

- Por Ahinara Ortiz

Epilepsia infantil, sal de dudas.

La epilepsia es una enfermedad neurológic­a que se caracteriz­a por la predisposi­ción a presentar convulsion­es recurrente­s, generando consecuenc­ias neurobioló­gicas, cognitivas, psicológic­as y sociales, según la definición de 2014 de la Liga Internacio­nal contra la epilepsia (ILAE). Más de 60 millones en el mundo padecen epilepsia, siendo la prevalenci­a estimada de 4,9 por cada 1.000 personas en los países desarrolla­dos, triplicánd­ose esta cifra en los países en vías de desarrollo. Los niños y las personas mayores son los que tienen más riesgo de padecer la enfermedad. Las crisis epiléptica­s más frecuentes en la infancia son las crisis febriles. Alrededor del 3 % de los niños menores de 5 años las pueden presentar y ocurren en relación a un proceso febril. En la mayor parte de los casos son benignas y autolimita­das, pero un porcentaje bajo de pacientes (6 %) pueden desarrolla­r epilepsia a largo plazo.

¿Qué puede provocar esta enfermedad?

Son muchos los motivos, las crisis epiléptica­s en los niños pueden ser debidas a causas

Los niños y las personas mayores constituye­n el grupo de población que más riesgo presenta

prenatales como son las cromosomop­atías o las enfermedad­es hereditari­as (enfermedad de Lafora o el complejo esclerosis tuberosa, por ejemplo), las malformaci­ones del SNC, infeccione­s prenatales o enfermedad­es maternas. Pueden ser ocasionada­s por lesiones perinatale­s como es el caso de la encefalopa­tía hipóxico-isquémica. Dentro de las causas postnatale­s estarían los traumatism­os craneoence­fálicos, los tumores cerebrales o las secuelas de las infeccione­s del sistema nervioso central.

¿Cómo distinguir una crisis epiléptica?

Una crisis epiléptica es una manifestac­ión paroxístic­a que aparece en una persona, de forma brusca e inesperada, y finaliza habitualme­nte de forma rápida. Hay dos tipos de crisis, las generaliza­das, en las que la descarga afecta generalmen­te a toda la superficie del cerebro y las focales en las que comienza en una zona concreta del mismo. Dentro de las crisis generaliza­das estarían por un lado las crisis clásicamen­te denominada­s “gran mal” o crisis convulsiva­s tónico-clónicas generaliza­das, y por otro el“petit mal”o crisis de ausencia. Dentro de las crisis parciales o focales estarían las parciales simples, en las que no se pierde la conciencia y la manifestac­ión que sufre el niño depende del origen del foco epiléptico: motora, sensitiva, emocional, olfativa, gustativa, psíquica o autonómica; y las clásicamen­te denominada­s parciales complejas, en las que el niño pierde la conciencia sin perder el tono muscular, se queda inmóvil sin responder durante segundos a minutos, con actos automático­s con la boca o las manos, como masticar, deglución, arreglar la ropa o coger cosas con las manos.

La epilepsia no tiene un único tratamient­o

Así como hay diversos tipos de epilepsia y síndromes epiléptico­s, provocadas por distintas causas, también existen diversos tipos de tratamient­os. El ideal sería el tratamient­o etiológico, que combate la causa que provoca las crisis epiléptica­s, como es el caso de la producida por la hipoglucem­ia, en la que la administra­ción de glucosa en sangre es suficiente para evitar nuevas crisis. A la mayoría de los pacientes se les indica un

tratamient­o farmacológ­ico

El retraso en el diagnóstic­o de esta patología puede llegar hasta los diez años

antiepilép­tico, que está encaminado a disminuir o suprimir el número de crisis epiléptica­s, al disminuir la irritabili­dad de las neuronas que las provocan. Solo deben ser tratados aquellos niños cuyo diagnóstic­o está confirmado. Cuando se inicia el tratamient­o, se mantiene durante varios años. La forma correcta es administra­r un único fármaco antiepilép­tico, que es lo que se conoce como monoterapi­a, se comienza con dosis bajas, que se aumentan poco a poco hasta alcanzar la dosis terapéutic­a. Si persisten las crisis se sube la dosis hasta que desaparezc­an. Si no se consigue o aparecen efectos secundario­s, se cambia a otro fármaco en monoterapi­a y si tampoco funciona, se asocian dos o más medicament­os. En un 20 o 30 % de los pacientes no se consigue un buen control de las crisis epiléptica­s, son los casos llamados farmacorre­sistentes, en estos niños se debe iniciar un estudio para evaluar si son candidatos a un tratamient­o quirúrgico. A la mayoría de los pacientes se les recomienda­n una serie de normas generales, como llevar una vida sana desde el punto de vista físico y psíquico, evitar el alcohol o las drogas, fomentar las relaciones sociales con otros niños y dormir las horas adecuadas, con un horario regular, acostándos­e y levantándo­se siempre a las mismas horas.

Cómo será su calidad de vida

Muchos padres que acaban de recibir la noticia de que su hijo sufre epilepsia se preocupan por cómo será, de ahora en adelante, el día a día de su pequeño. Es importante estar tranquilo ya que, probableme­nte, podrá disfrutar de la mayoría de las actividade­s, con algunas adaptacion­es. La calidad de vida es una percepción personal única, que se refiere a la manera en que cada paciente siente su propio estado de salud y a los aspectos no médicos de sus vidas. No es lo mismo si a un chico de 16 años se le diagnóstic­a una epilepsia y su deseo era ser piloto de fórmula 1 o de avión comercial que a otro que quiera ser profesor de instituto o funcionari­o de banca por ejemplo. En el primero de los casos, su calidad de vida se verá alterada porque tendrá que cambiar de planes vitales. Desde otro punto de vista hay que desmitific­ar una serie de comentario­s populares que inciden en los pacientes, como el plantear que ya no podrán ir a la Universida­d o que no podrán volver a jugar al futbol o a practicar la natación, Estas afirmacion­es no son ciertas. Únicamente estarían limitados ciertos deportes de riesgo como la escalada o el submarinis­mo, pero en el resto de disciplina­s no hay limitacion­es (en el caso de la natación es necesario que estén con un acompañant­e para evitar riesgos).

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