Ser Padres

Caruso, el travieso

- Macarena Orte

La pequeña Laura, de cinco años, soñaba con tener un perro. ¡Era lo que más ilusión le hacía en la vida! -”Papá, por favor, déjame tener uno”, le decía insistente a su padre cada vez que paseando se encontraba­n con uno.

- “Laura, te he dicho mil veces que los perros dan mucho trabajo. Hay que sacarles todos los días mínimo tres veces y, ¿quién lo haría?”, le preguntaba su padre. - “¡Pues yo!”, respondía la niña.

-”Tú tienes que ir al cole y además, eres muy pequeña para salir sola a la calle y pasear a un perro”, argumentab­a su padre.

Pero Laura no se daba por vencida y cada dos por tres volvía a insistir. Cada vez que se portaba bien o sus padres la felicitaba­n por algo bueno que había hecho les decía: “¿He sido tan buena para que me compréis una mascota?”.

Un día, fueron a casa de Rosa, una amiga de la madre que las había invitado a merendar. Rosa vivía sola con un gato que acababa de tener cachorros. Cuando Laura los vio se volvió loca de alegría.

- “Mamá, ¿me puedo quedar uno? ¡Por favor, por favor, por favor!”, insistía a su madre.

- “Hija, no sé si sería una buena idea, un gato también necesita cuidados”, respondió la madre.

- “Pero mamá, a un gato no necesitarí­a sacarlo a pasear, ¡es la mascota perfecta para que venga a casa!”, replicó la niña emocionada.

- “Está bien” , dijo su madre. “Pero me tienes que ayudar a limpiar su arenero todos los días y a darle de comer. “¿Me lo prometes?”, preguntó la madre. - “¡Prometido!”, dijo Laura, que apenas se podía creer que su madre hubiera accedido a que se quedara con el animal.

De camino a casa, pasaron por una tienda de mascotas y le compraron al gato todo lo necesario para que estuviera cómodo en su nuevo hogar: una camita, comida especial y algún juguete.

- “Por cierto cielo, ¿cómo vas a llamarle?”, le preguntó la madre a la niña.

- “Caruso, como la canción italiana que tanto le gusta a papá”, le dijo a Laura.

Después de varias semanas en casa, la niña pudo comprobar lo traviesos que son los gatos cuando son pequeños. En cuanto dejaba algún juguete desordenad­o, Caruso iba corriendo hacia él y lo mordisquea­ba con sus pequeños dientes.

- ¡Mamá, Caruso me ha estropeado mi muñeca!, gritaba la niña indignada.

- “Claro Laura, las mascotas son revoltosas. Si no quieres que te estropee nada, tendrás que tener más cuidado de ahora en adelante con dónde dejas tus juguetes”, le advertía la madre.

Tener a Caruso en casa fue de gran ayuda para que Laura aprendiera a cuidar más sus juguetes y ser más responsabl­e. Ningún día se le olvidaba darle la comida, dejaba siempre sus armarios cerrados para que no se metiera Caruso y siempre volvía del colegio con una amplia sonrisa al saber que su gatito la estaría esperando. ¡Qué felicidad!

- “¡Te quiero tanto Caruso!”, le repetía una y otra vez. Caruso había conseguido que, a pesar de sus pequeñas travesuras diarias, fuera uno más en la familia.

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