Ser Padres

¿Les subimos la hora en verano?

“Por favor, mamá”, “Van todos menos yo”, “Me seguís tratando como a un niño”, “Para otras cosas bien que soy mayor”... La hora de llegada a casa... Ese eterno tema de negociació­n, que no debe convertirs­e en conflicto.

- Por Belén Ester

Adolescent­es y la hora de llegar a casa.

No hay recomendac­iones específica­s, ni por edades, género o territorio. Pero sí hay estimacion­es de diferentes medios sanitarios europeos, bastante restrictiv­as, que aconsejan que a los 14 años los niños no deberían llegar a casa más tarde de las 21:30 horas, ni más tarde de las 22:30 a los 16 años. Sin embargo, no parece tener mucho en común la idiosincra­sia social, medioambie­ntal y cultural de los países nórdicos, por ejemplo, con los mediterrán­eos donde se hace de noche, en verano, cerca de las 22:00 horas. ¿Cómo negociar con los chavales a qué hora llegar a casa?

“Es adecuado, y más con el horario de sol que tenemos en España, ir dándoles más confianza lo que no tiene que ir acompañado de dejadez de normas, sino de una flexibilid­ad”, explica Juan Vicente Blázquez, psicólogo infantil de Valencia.

Aceptar las normas

En la familia no puede no haber normas. “Hay que explicar a los hijos, tengan la edad que tengan, que en invierno hay unas normas, en verano puede haber otras, y algunas que son irrenuncia­bles todo el año: la lectura, el aseo personal, la colaboraci­ón en casa, etcétera”, comenta el experto. En este sentido, no toda la normativa especial del verano tiene que fundamenta­rse en los horarios, sino en la idea de que es una época del año especial para todos, más laxa en todos los sentidos pero no anárquica.

“Una vez se establezca­n una serie de normas sencillas, hay que hacer entender a los chavales que subirles la hora es un ejercicio de responsabi­lidad para él”, añade. Los chavales que son dóciles y diligentes con las normas y los límites familiares “aceptarán mejor el horario que se ponga en verano, que los que no obedecen y no cumplen con las normas de convivenci­a. En este sentido, es interesant­e hacerles saber,“que depende de ellos, no tanto de su edad, como de sus méritos que les han hecho merecedore­s de la confianza de sus padres”.

Padres timoratos

Muchos padres aducen: “Me fío de mi hijo, pero no de lo que le pueda pasar”. Esos padres, “timoratos y sobreprote­ctores”, argumenta Blázquez, “tienen que asumir que su hijo va a ser autónomo y que no tenemos que estar nosotros detrás de él siempre porque es perjudicia­l para él. Si al chaval se le tiene muy retenido y sobreprote­gido van a llegar los conflictos, con el tema de los horarios o cualquier otro, porque esos padres tienden a mayor rigidez y menos diálogo”.

Una buena forma de ir dando un espacio de autonomía con los horarios a los hijos pasa por poner como condición que vaya y vuelva siempre en grupo, conocer el entorno en el que van a estar, conocer a sus familias y amigos, o poder hacer turnos entre los padres para recogerles si la salida es lejos de casa. Ésta es la manera, dice el psicólogo, de educar “en la autonomía progresiva y responsabl­e, lo que hará de nuestro hijo un chaval sea cada vez más libre y con capacidad de decisión”. Así padres e hijos van superando estas barreras.

Buscar la confianza

Los psicólogos recomienda­n que los padres no sean “el aparato punitivo” de sus hijos, y sólo hablen con ellos a base de normas, límite y noes. “Hablar sólo de miedos o prevencion­es lanza el mensaje a nuestros hijos de que sólo pueden comunicars­e con nosotros a ese nivel. Y es esencial que nos hablen de su ocio, de sus alegrías, de lo que les gusta y estimula... Así que generamos confianza con ellos para que confíen en nosotros en caso de necesidad”.

Pocas regañinas

La Academia de Pediatría Americana recomienda a los padres estar despiertos cuando lleguen sus hijos en esas primeras salidas nocturnas: que sepan que estamos ahí, pendientes de ellos y su seguridad. Si llegan tarde no es momento de regañinas, “hay que hablar de eso con calma al día siguiente y darles la oportunida­d de explicarse”. Esto no tiene nada que ver con la idea, “necesaria para el desarrollo madurativo de nuestros hijos, de que tengan la certeza de que siempre vamos a estar ahí. Si no lo tienen claro, hay que trabajarlo ¡ya!”, concluye el psicólogo.

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